jueves, 5 de diciembre de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 5. La Magia en la época Isabelina

(Viene del capítulo anterior, donde se habla de la obra teatral Hamlet, el príncipe de Dinamarca, de William Shakespeare. En dicho capítulo, su protagonista enumera facetas perversas en todos los personajes que le circundan reconociéndolas en sí mismo).

Mal que le pese al género masculino, se ha de admitir que no anda errado con estas confesiones a su contraparte femenina personificada en la bella Ofelia, hecha a imagen y semejanza de las dos Venus: la uránica o celestial, —equivalente a la Sabiduría que se refleja en la Inteligencia y da lugar al Conocimiento como medio de proyección que se concreta en el mundo formal—, y la ctónica e infernal, a la que a continuación se referirá Hamlet con rotundidad, exponiendo aquellos aspectos invertidos en que se manifiesta la diosa del amor, acerca de lo cual existen abundantes referencias, como es el caso de Lilith en las mitologías mesopotámica y hebrea. Discurso insultante para una multitud en la vorágine de la confusión reinante, que es lo que precisamente encarna esta entidad sedienta de sangre.

La Naturaleza os dio una cara, y vosotras os fabricáis otra distinta. Andáis dando saltitos, os contoneáis, habláis ceceando, y motejáis a todo ser viviente, haciendo pasar vuestra liviandad por candidez (1).


El rigor con que denuncia la perfidia en el mal llamado sexo débil, quizá pueda ser tildado de ofensivo y discriminatorio de acuerdo a determinados prejuicios que enmarcan nuestra mentalidad actual. Cierto es que la obra está escrita en una época en que a la mujer se le complicarán cada vez más las cosas, con no pocas dificultades para acceder al conocimiento y casi nulas posibilidades de llevar una vida medianamente digna, puesto que en general se las ningunea, pero ello no quita para tener en cuenta la existencia de excepciones muy notables e influyentes a la hora de abrir nuevos espacios mentales, que no sólo no participan del embotamiento general, sino que, reconociendo una vinculación invisible con el origen, más allá de la individualidad, afrontan la igualdad por lo más alto, sin distinción de sexo. En este sentido, cabe considerar la afinada inteligencia que distingue a las féminas en las obras de Shakespeare, tal el caso de Porcia en El Mercader de Venecia, una encantadora representación de la Sabiduría, mientras que su reverso tenebroso sería Lady Macbeth.


(Continuará)

Notas:
1. William Shakespeare. Obras completas I. “Hamlet, Príncipe de Dinamarca”, Ed. Aguilar, Madrid, 2003.

Imágenes:
1. Johann Heinrich Füssli. ‘Falstaff descubierto en la cesta de la ropa’, inspirado en la obra Las alegres comadres de Windsor, 1792.
2. Edward Alcock. Portia y Shylock. El Mercader de Venecia, IV, I, 1778.
3. Ellen Terry como Lady Macbeth, 1889.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



miércoles, 20 de noviembre de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 4. La Magia en la época Isabelina

Aunque de naturaleza oculta, [la influencia de John Dee] será formidable, —una prolongación de la Sabiduría—, tal como ocurre con Merlín en el reino de Camelot e igualmente con Próspero, el mago que habita la utópica isla donde se ubica la trama de La Tempestad, obra mágica que será representada en la corte por King’s Men, la compañía de teatro objeto del patrocinio real que incluirá a Shakespeare como principal dramaturgo, con un repertorio cuya escenificación pone en juego Ideas-Fuerza de índole regenerativa —catarsis—, que atañen al ser en particular y al reino en general como un todo cohesionado, íntegro.


De entre sus obras, escogeremos la historia del príncipe Hamlet, destinado a ser el brazo de la justicia divina que restablezca el orden legítimo, entregando finalmente la propia vida. Innegable la determinación con la que el protagonista asume la tarea; una actitud vital que recuerda al furor inspirado de Giordano Bruno o Marsilio Ficino, por citar un par de ejemplos, lo que no quita para que sea una cruda en toda regla difícil de sobrellevar: revelar el entramado de traición a la Corona concebido por su tío y la complicidad de su madre. Ello lo sumirá en una profunda melancolía, que curiosamente le proporciona la lucidez necesaria para ver en sí mismo lo tenebroso disfrazado de amor y bondad, reflejado en la propia familia, por lo que ha de permanecer bien despierto en un entorno como este, sembrado de peligros, dificultades extremas aparentemente insalvables y enemigos sin cuento, personajes todos que se desvanecerán al término de la función, tal y como lo refiere Próspero en La Tempestad y Segismundo de otra manera en La vida es sueño.

En realidad, todas las situaciones representan estados del alma, y todos los personajes aspectos que están en uno mismo: desde el rey asesinado hasta el propio asesino, o la reina madre igualmente implicada, así como el chambelán real y su retórica empalagosa que le hace un ser patético, aunque por momentos con cierta lucidez, como es el caso de los consejos que proporciona a sus hijos. También los cortesanos que se acercan al príncipe, movidos por intereses ocultos para obtener ventajas varias, nadie se librará de la perspicacia con la que el propio Hamlet desenmascara faceta perversas que también están en él:

Yo soy bastante decente, pero puedo acusarme de cosas tales que más valdría que mi madre no me hubiese engendrado. Soy muy orgulloso, vengador, ambicioso, con más disposición para hacer daño que ideas para concebirlo, imaginación para plasmarlo o tiempo para cumplirlo. ¿Por qué gente como yo ha de arrastrarse entre la tierra y el cielo? Todos somos unos miserables: no nos creas a ninguno (1).

(Continuará)

Notas:
1. William Shakespeare. Hamlet, Príncipe de Dinamarca. Biblioteca Pública Digital de San Luis.

Imágenes:
1. Autor desconocido. Escena de La Tempestad con Próspero en el centro, Ariel a su izda. y Miranda a dcha. Yale Center for British Art.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



miércoles, 6 de noviembre de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 3. La Magia en la época Isabelina

Otro de los importantes en el panorama renacentista, que al parecer dio en su juventud sus primeros pasos como dramaturgo, reiterando el gesto de los comediantes ingleses, es el gran Juan Valentín Andreae, autor de los famosos Manifiestos Rosacruces —que producirán una honda impresión en toda Europa—, y también de Cristianópolis y Las Bodas Químicas de Christian Rosenkreutz.


Obras con decorados impresionantes como jardines de ensueño de una rara belleza, salones y otras estancias ricamente guarnecidas con objetos extraordinarios, que en sí mismos y por el lugar en que se encuentran, ocultan claves y correspondencias simbólicas como método operativo de un conocimiento esotérico destinado a promover rupturas de nivel; tal cual el Teatro de la Memoria, al fin y al cabo una manera de representar la utopía, ese estado del alma que no tiene lugar físico, aunque ello no impide su proyección en este plano, siempre fugaz, al estar sujeto a las condiciones de manifestación espacio-temporal. No decimos nada más, si bien existen fuentes fiables acerca del tema, altamente recomendables para el interesado en ello, asegurándole que si apunta en la dirección indicada no errará el tiro (1).

Un escritor francés que ha estudiado la literatura rosacruz en relación con Shakespeare opina que La boda química refleja ritos de iniciación mediante la representación del misterio de la muerte. Cree que algunas obras de Shakespeare (en especial menciona el sueño parecido a la muerte de Imogena, y su resurrección en Cimbelino) reflejan esas experiencias, transmitidas en imágenes por medio de alusiones esotéricas. En la imaginería de Cimbelino ve influencias de “alquimia espiritual”. El método rosacruz de utilizar la obra de teatro o la ficción como vehículo para entregar un significado esotérico sería también el de Shakespeare (2).


Volviendo a Dee, recordaremos que concibe La Mónada Jeroglífica, un sistema simbólico de combinaciones, cuyo aprendizaje y puesta en práctica opera insondables transformaciones en el alma que se presta a profundizar en él, conjugándolo con otros sistemas análogos como el cabalístico, el numérico u otros herméticos y alquímicos, equivalentes a los que ya hemos visto con anterioridad.

El autor de La Mónada representa la Unidad —Amor—, mediante un enigma que simboliza la Armonía Universal como idea matriz de la concordia en el mundo, cuya instauración redundará en el orden político y religioso. Empresa titánica en la que se embarca, ejerciendo entre otras funciones de astrólogo-consejero en la corte Isabelina, siempre bajo la guía de la Ciencia Sagrada como medio para conocer las cosas del Cielo y su proyección en la Tierra.

(Continuará)

Notas:
1. Federico González. Las Utopías Renacentistas. Cap. IV. “La Utopía de los Manifiestos Rosacruz. La Fama, La Confessio”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016
2. Frances A. Yates. Las últimas obras de Shakespeare: una nueva interpretación. Fondo de Cultura Económica, México D. F., 2001.

Imágenes:
1. Placa que representa la actuación al aire libre de El Euleo celebrando el regreso de Alejandro de la India, con escenografías diseñadas por Lodovico Burnacini, 1670. Metropolitan Museum, Nueva York.
2. Fuegos artificiales el 8 de diciembre de 1666 con motivo del matrimonio de Leopoldo I con Margarita Teresa de España. Palacio de Schönbrunn Kul-tur-und Betriebsges.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



lunes, 21 de octubre de 2024

El Teatro en el Renacimiento 2. La Magia en la época Isabelina

La propia soberanía contribuye a difundir y engrandecer la famosa Historia de los Reyes de Britania (1), que narra el viaje de Bruto —descendiente del Eneas troyano— a la mítica isla, dando comienzo al linaje de reyes que culmina con el rey Arturo y se perpetúa hasta el presente, en que la decadencia y el caos se cierne sobre Occidente debido a enconados enfrentamientos ideológicos, que revelan una acentuada rigidez en las propias estructuras culturales. A todo esto, un nutrido grupo de artistas afines a la Corona se sumarán a dicho engrandecimiento; desde poemas como el que Edmund Spenser le dedica a Isabel I, La Reina de las Hadas, donde se refiere a tan extraordinaria ascendencia, hasta libretos teatrales como Cimbelino o El Rey Lear, nombres de reyes predecesores de la saga artúrica que entronca con la actual reina virgen. También el mago John Dee hará su aportación a la causa, encabezando este movimiento amplificador reformista con epicentro en la corte isabelina, que no por ello dejará de ser un nido de intrigas en el que se gestan engaños por doquier que juegan en contra y que ciertos personajes tratan de contrarrestar, como es el caso de Dee, en contacto directo con las principales corrientes gnósticas de las que bebe, a la par que ofrece a sus allegados esa misma posibilidad, que incluye el libre acceso al Conocimiento depositado en su extraordinaria biblioteca, generándose un círculo de personalidades en torno a un único fin, el más elevado y profundo al que se pueda aspirar. Estamos hablando de escritores, actores, músicos, pintores, etc., etc., poetas como Edmund Spenser y Philip Sidney; o Íñigo Jones, célebre arquitecto, escenógrafo y figurinista con inspiradas aportaciones en estos campos, además de popularizar las Mascaradas como género teatral que se representa en la corte. No olvidemos al gran William Shakespeare, cuya obra —a la que no le faltarán detractores— será elogiada desde el principio por sus extraordinarias cualidades:

Así como el griego se hizo famoso y elocuente por Homero, Hesíodo, Eurípides, Esquilo, Sófocles, Píndaro, Focílides y Aristófanes, y el latín por Virgilio, Ovidio, Horacio, Silio, Itálico, Lucano, Lucrecio, Ausonio y Claudiano, del mismo modo el inglés se ha enriquecido poderosamente y se ha adornado con raros atavíos y brillantes prendas por sir Philip Sidney, Spenser, Daniel, Drayton, Warner, Shakespeare, Marlowe y Chapman: Como el alma de Euforbio se consideraba viviendo en Pitágoras, así el alma ingeniosa de Ovidio vive en el melifluo Shakespeare; testigos, su Venus y Adonis, su Lucrecia, sus dulces Sonetos, conocidos de sus amigos íntimos... Y así como se estima a Plauto y a Séneca cual los mejores para la comedia y la tragedia entre los latinos, así Shakespeare, entre los ingleses, es el más excelente en ambos géneros escénicos; para la comedia, testigos, Los dos hidalgos de Verona, sus Equivocaciones, sus Trabajos de amor perdidos, sus Trabajos de amor ganados, su Sueño de una noche de San Juan y su Mercader de Venecia; para la tragedia, sus Ricardo II, Ricardo III, Enrique IV, El rey Juan, Tito Andrónico y Romeo y Julieta. Y como Epio Stolo decía que las musas hablarían en la lengua de Plauto si quisieran hablar latín, así digo yo que las musas hablarían en la bellísima y fluente lengua de Shakespeare si hubiesen de hablar inglés (2).

Ciertamente, no son pocas las personalidades que incitadas por el Fuego del Amor al Conocimiento, abrazan causa tan justa y necesaria como esta de actuar en toques de atención a grande y pequeña escala, hecho mágico que representa la simiente del nuevo mundo.


En ello se vuelca el matemático John Dee, persona de confianza de la reina al que Shakespeare debió conocer; por lo demás, se ocupó de ir más allá y cruzó las aguas atraído por las propias fuentes de sabiduría con las que se nutren los iniciados repartidos por todo el orbe, como es el caso de Giordano Bruno, vinculado como ya vimos en el capítulo dedicado al Teatro de la Memoria, con las corrientes gnósticas y la Magia

que predicó por toda Europa y, en particular, en Inglaterra de 1582 a 1585, los años formativos de Shakespeare. Opino que se siente la influencia de Bruno en Trabajos de Amor perdidos, donde cuatro miembros de una “Academia Francesa” (Bruno vino a Inglaterra con un mensaje político-religioso del rey francés) se reúnen, haciendo eco probablemente de los esfuerzos de la Academia de Poesía y Música de Baïf, que buscaba unir a católicos y hugonotes mediante las influencias hechiceras de la poesía y la música. Por tanto, Shakespeare, o al menos eso creo, sabía de los principales propósitos religiosos de la magia renacentista, incluso en sus primeras obras (3).

(Continuará)

Notas:
1. Escrita en el siglo XII por Geoffrey de Monmouth.
2. William Shakespeare. Obras completas I. “Primer elogio a Shakespeare”. Ed. Aguilar, Madrid, 2003.
3. Frances A. Yates. Las últimas obras de Shakespeare: una nueva interpretación. Fondo de Cultura Económica, México, 2001.

Imágenes:
1. Retrato de William Shakespeare. Colección Cobbe, 1610.
2. Retrato de John Dee, s. XVI. ¿Quién se oculta tras la máscara?

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



martes, 8 de octubre de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 1. La Magia en la época Isabelina

En el Renacimiento existen grupos herméticos y organizaciones en las que pervive el influjo espiritual, la teúrgia universal, la transmisión de la doctrina que efectiviza la realización interior-intelectual, pero por la propia naturaleza de sus cometidos espirituales suelen mantenerse al abrigo de las miradas profanas y con frecuencia no dejan pruebas escritas de su existencia, o sea, que permanecen al “margen” de la historia. (...) Entidades donde las enseñanzas de Thot-Hermes se iban actualizando y vehiculando de una manera fresca, viva, y no exenta de paradojas. Otra cosa es la degeneración a la que se vieron sometidas algunas de ellas posteriormente, o bien la imitación burda y grosera que sufrieron por parte de ciertos seres ubicados totalmente en un punto de vista exotérico (1).


Con lo que llevamos visto, hace cuatro siglos poco más o menos, el teatro se considera en ciertos círculos un vehículo de Conocimiento y un soporte ritual que promueve auténticas revoluciones internas, el despertar espiritual, el recuerdo de la existencia de otros estados “donde se producen las teofanías y se revelan entidades angélicas y divinas” (2). Las fuerzas uránicas se concretan en un juego mágico que recrea la Unidad, reflejada en la égida imperial de la que emana el orden y el buen gobierno. En la Inglaterra Isabelina, se tiene noticia de espectaculares puestas en escena que teatralizan historias ejemplares con entidades legendarias y divinidades, que se presentan como los antepasados míticos de la realeza, lo que la legitima como garante en el alumbramiento de la nueva Albión, que habrá de renacer de entre sus cenizas cual ave Fénix.


(Continuará)

Notas:
1. Federico González y Mireia Valls. Presencia Viva de la Cábala II. “Enrique Cornelio Agrippa”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
2. Federico González y col. Introducción a la Ciencia Sagrada. “Nota”. Ed. Symbolos, Barcelona, 2003

Imágenes:
1. José del Castillo. Minerva encargando a Mercurio la protección de las Artes, detalle, 1762.
2. Giovanni Burnacini. Diseño escenográfico. Apolo venciendo a Pitón.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



viernes, 20 de septiembre de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 8. El Teatro de la Memoria

También el I Ching es un vehículo de Conocimiento con carácter oracular, semejante a los demás sistemas de combinaciones simbólicas que ya hemos visto, aunque éste pertenece a otra forma de pensamiento tradicional. En cualquier caso, todos son objetos con un grandísimo poder evocador del Misterio, la Verdad y la Belleza, siempre y cuando se los utilice en línea con ello y no como desgraciadamente suele ser lo más habitual: con fines particulares e interesados, engañando y estafando además de contribuir a la confusión, aportando si cabe más caos al ya existente.


Terminamos con otro actor inclasificable, que deja una huella imborrable a su paso por el escenario del gran teatro del mundo, al punto que a día de hoy continúa fascinando y generando numerosos estudios. Nos referimos al gran Giordano Bruno, cuya vida y obra es acorde con los principios eternos fundamentales, en base a los cuales ordena un discurso que recuerda todo cuanto puede ser conocido, comprendiendo el amor y lo bello que atrae al alma ahí donde se encuentra. “Un alma no puede ver la Belleza sin haberse hecho bella” dice Plotino en sus Enéadas (1).

Por el contacto intelectual con ese objeto divino, se vuelve un dios; a nada atiende que no sean las cosas divinas, mostrándose impasible e insensible ante esas cosas que por lo común son consideradas las más principales y por las cuales otros tanto se atormentan (2).


Y ello puede ser alcanzado mediante ciertos y efectivos métodos que el mago expone sin cortapisas, salvo las que cada cual se imponga sometido por sus propias rigideces e incomprensiones, que también pueden derivar en reacciones y rupturas de nivel, rescatándonos de la tibieza y la mediocridad.

Se trata de un conjunto de sistemas simbólicos combinatorios unidos por vínculos invisibles en el plano de las Ideas, juegos de ruedas dentro de otras cuya puesta en marcha acciona resortes desconocidos de la memoria, que abren puertas a otras realidades en la escala del Conocimiento, por la que ascenderemos “mediante operaciones internas, del movimiento y la multiplicidad al reposo y la unidad. (...) A tal efecto nos servirán de ayuda y estímulo la conexión establecida entre las cosas y la secuencia de estas conexiones” (3). Con todas estas herramientas intelectivas a su alcance, el mago dispone de un amplio abanico de posibilidades que se le ofrecen y que pone a nuestra entera disposición para que practiquemos en el arte de elevar el alma hacia su origen, recordándolo. Y eso es lo que es, ni más ni menos, la reminiscencia platónica, evocar la memoria primigenia, el Principio y germen de la Creación, recrear el Cosmos y trascenderlo, meta de todos estos trabajos que el gran Giordano Bruno nos anima a realizar, contagiándonos su entusiasmo furioso.

Mago y poeta, filósofo y matemático, iniciado en los misterios de Hermes, bebió directamente de la influencia del Noûs o Intelecto, –eterno y a la vez encarnado en el tiempo–, el cual fue acunado en nuestra civilización, como muy bien supo nuestro sabio, en Egipto. (...) Su obra es muy extensa, una verdadera síntesis de Hermetismo, Cábala, y Cristianismo. El “diálogo” es el método principal de su exposición, o sea el arte de la mayéutica, con el que pone al descubierto la identidad esencial de estas ramas tradicionales y de todas sus ciencias (4).

Sistemas zodiacales, geométricos, musicales y numéricos, expuestos en forma de discurso unas veces y diálogos otras, acompañados por imágenes y emblemas con vínculos secretos entre sí, en los que juegan también letras, palabras, figuras, sellos, nombres de poder cabalísticos, divinidades, elementos, metales, etc. etc. Se trata en definitiva, de edificar con la fuerza del pensamiento castillos en el aire, tal y como nos lo explica Tansillo, personaje de Los heroicos furores:

Y, entre otras cosas, una torre cuyo arquitecto es el amor, la materia el amoroso fuego y él mismo quien la construye. “Mutuo fulcimur” –dice–: es decir, yo os edifico y sostengo allí con el pensamiento, y vosotros me mantenéis aquí con la esperanza, vosotros no tendríais vida si no fuese por la imaginación y el pensamiento con que os formo y sostengo, y yo sin vida me hallaría si no fuese por el alivio y refrigerio que por vuestro medio recibo (5).

Aquí lo dejamos, con el emblema del apoyo mutuo ofrecido por amor, que tan alegre, delicada y esplendorosamente representan las tres Gracias, abrazadas en una danza semejante a un rondó, en el que también participan quienes decidieron sumarse con plena libertad a este gesto que consiste en devolver lo recibido.

La llama de Eros prenderá y arderá en su propia comprensión con tal viveza e intensidad, que generará toda una onda revulsiva y renovadora que no sólo ha de perdurar en el recuerdo, sino que tendrá repercusiones insospechadas que atañen a nuestra manera de ser y concebir el mundo. Pensamos en la conmoción que generan los manifiestos Rosacruces, además de su enorme valor en el desarrollo del pensamiento hermético. Pensamos en las misteriosas Bodas Alquímicas y en la bella Cristianópolis; también en la extraordinaria Nueva Atlántida, y en otras obras de la mano de un nutrido grupo de personalidades, entregadas a mantener viva la memoria de la Tradición Unánime y Primordial. Hablamos de cabalistas, hermetistas, magos, brujas, astrólogos, pitonisas, geómetras, músicos, matemáticos, alquimistas, poetas y un larguísimo etcétera de gentes de Conocimiento, anónima o con nombre y apellidos, es lo mismo, todos a una secundan la cristalización del nuevo mundo en el plano de las Ideas.


(Fin del cap.: “El Teatro en el Renacimiento”: El Teatro de la Memoria)

Notas:
1. Plotino. Enéadas. Ed. Gredos, Madrid, 1985.
2. Giordano Bruno. Los Heroicos Furores. Ed. Tecnos, Madrid, 1987.
3. Giordano Bruno. Las Sombras de las Ideas. Ed. Siruela, Madrid, 2009.
4. Federico González y Mireia Valls. Presencia Viva de la Cábala II. “Giordano Bruno”, Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
5. Giordano Bruno. Los Heroicos Furores, op. cit.

Imágen:
1. Juan de pie ante el falso profeta, el dragón y la bestia. Royal 15 D II, f. 174v. British Library.
2. Cornelis Schut. Escena con las siete Artes Liberales, 1635.
3. Théodore de Bèze. Vrais Pourtraits, 1581.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



jueves, 5 de septiembre de 2024

El Teatro del Renacimiento. 7. El Teatro de la Memoria

Citaremos ahora otro ejemplo de sistema combinatorio de símbolos y analogías, que toma forma apenas recién descubierto el nuevo continente allende los mares. Hecho a todas luces extraordinario, ya que plantea la presencia de mundos desconocidos en ese momento, es decir, otras realidades que siempre estuvieron ahí y que ahora aparecen, se hacen visibles, lo que se vive como un auténtico renacer y da nombre al período que estamos tratando.

La Idea del Teatro es el título de la obra que Giulio Camillo diseñó, tomando como modelo un teatro al modo clásico con siete gradas, cada una de las cuales está dividida en otras tantas porciones y distintas escenas con los dioses y diosas celestes y ctónicos en combinación con nombres cabalísticos, signos, constelaciones zodiacales, elementos, planetas, metales, estados, situaciones, etc., etc. El propio Camillo reconoce haberse “esforzado por hallar, para estas siete dimensiones, un orden adecuado, preciso y diferenciado que mantenga siempre los sentidos despiertos, y la memoria, estimulada” (1). Para ello el espectador ha de situarse en el centro del escenario, desde donde contempla el conjunto de la creación.

Siguiendo el orden de la creación del mundo, situaremos en los primeros grados las cosas más simples o de mayor dignidad, o bien las que podamos imaginar que van, por disposición divina, antes que las demás cosas creadas. A continuación, colocaremos de grado en grado las que las siguen sucesivamente, de tal modo que el séptimo, o sea, el último grado superior, albergará todas las artes y capacidades sujetas a regla, no por su poca importancia, sino por una razón cronológica, ya que son las últimas que los hombres han descubierto (2).

Partiendo de la designación de ciertos nombres de poder cabalísticos recogidos del Árbol de la Vida, se invoca con ellos a los siete dioses: siete Potencias invisibles que materializan adoptando el aspecto de planetas –que son, por así decir, sus máscaras–, si bien se muestran en un orden que difiere en la forma conocida cabalística sin desviarse de lo esencial. Lo que se busca es activar la facultad de la Memoria

a través de símbolos, señales, códigos, talismanes, etc. que, como por ejemplo el Árbol de la Vida Sefirótico, vinculan simpáticamente los distintos órdenes de la realidad, los que se tornan conscientes en el alma del teúrgo. Este, a la vez que redescubre que la estructura de su psiqué es una con la del modelo simbólico con que trabaja –lo que le da la oportunidad de conocerse–, también advierte la posibilidad de actuar como reverberador de todas las secretas relaciones del diseño universal (3).


Los antiguos guardan la costumbre, nos dice Giulio Camillo, de transmitir bajo ocultos velos los secretos de Dios. Velos que enmascaran lo que sólo a unos pocos se les permite reconocer, mientras que los demás únicamente pueden conocerlo mediante parábolas “para que viendo no vean y oyendo no entiendan” (4).

Sabiendo entonces que no es posible concebir lo infinito e innombrable si no es por medio de símbolos y signos, propone que nos hemos de valer de ellos para elevarnos a aquello que está fuera del alcance de los sentidos, “a fin de que a través de las cosas visibles, nos elevemos a las invisibles” (5). Obviamente hemos de aprender entonces qué son los símbolos, lo que cada cual representa y las relaciones igualmente simbólicas que pueden establecerse entre sí, todo un entramado significativo y coherente que cohesiona y da sentido a la creación.

Su modelo es el relato bíblico del Génesis, un relato filtrado por la interpretación cabalística, reinterpretado y acorde con la tradición hermética y neoplatónica. Las obras de Giovanni Pico della Mirandola y de Marsilio Ficino, y aquélla, muy próxima en el tiempo y en el espacio, de Francesco Giorgio de Venecia, son para Camillo los puntos de referencia esenciales de su realización. Los siete grados del teatro encarnan, pues, la expansión de la unidad en la pluralidad; las imágenes que los caracterizan imprimen en la memoria las diferentes fases, mejor dicho, los diferentes aspectos de un proceso que se inicia en las profundidades de lo divino y que se manifiesta despueés en la naturaleza, en el hombre y en el mundo que el hombre produce (6).

El Teatro de la Memoria de Giulio Camillo es entonces un soporte extraordinario de intelección, en correspondencia con otros igualmente simbólicos como los que estamos conociendo, entre los que también se debe incluir al Tarot, un juego de naipes mágico semejante a un teatro con personajes y elementos cuyas relaciones entre sí constituyen un sistema tridimensional de combinaciones simbólicas que tienen lugar a cuatro niveles simultáneamente, tantos como palos tiene la baraja. La Belleza y profundidad con la que se representa el Misterio en este teatro cosmogónico oracular es efectivamente poderosa y no se ha de tomar a la ligera. Teniéndolo presente, nos permitimos mencionar la existencia de una obra excepcional, de absoluto interés para el buscador: El Tarot de los Cabalistas. Vehículo Mágico (7).

(Continuará)

Notas:
1. Giulio Camilo. La Idea del Teatro. Ed. Siruela, Madrid, 2006.
2. Ibid.
3. Federico González y Mireia Valls. Presencia Viva de la Cábala II. “Giordano Bruno”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
4. Mt 7, 6 y 13, 11-14.
5. Giulio Camilo. La Idea del Teatro, op. cit.
6. Lina Bolzoni. La Idea del Teatro, “prólogo”, ibid.
7. Federico González. El Tarot de los Cabalistas. Vehículo Mágico. Mtm editores, Barcelona, 2008.

Imágen:
1. Giulio Camillo. Diseño Teatro de la Memoria.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



martes, 20 de agosto de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 6. El Teatro de la Memoria

Otro ejemplo extraordinario de utopía y método combinatorio mágico-teúrgico basado en el Arte de la Memoria, lo encontramos en el Sueño de Polífilo, Hypnerotomachia Poliphili, de Francesco Colonna, que subtitula como “Lucha de Amor en sueños de Polífilo, donde se enseña que todo lo humano no es sino sueño y de paso se evocan de un modo en verdad elegante muchas cosas dignísimas” (1). Advirtiendo además que “este libro no se imprimirá impunemente salvo en los dominios donde tiene licencia para ello” (2), lo cual posee distintos niveles de lectura.

No cabe duda de que estamos ante una obra monumental –anterior a la de Moro–, absolutamente asombrosa tanto por su profundidad, como por la Belleza con que está plasmada la Verdad y el Bien que en ella se reflejan. Sus principales referentes son “Venus y el niño sagrado Eros-Cupido-Amor, aunque desfilan innumerables ninfas y Dioses, de Marte a Pan, de Júpiter a Mercurio, etc., etc., en la descripción de estos verdaderos ritos dionisíacos” (3).


Ritos que tienen lugar en medio de una exuberancia escénica abrumadora:

arquitecturas –que el autor describe minuciosamente basado en Vitruvio y Alberti, lo cual es una característica fundamental de la obra– y jardines de ensueño, fuentes, palacios y más fuentes donde se bebe el agua de vida; banquetes, juegos, altares y templos (4).

Y un sin fin de otras maravillas que nos sitúan dentro de un inmenso mandala literario. Por cierto que la obra comienza de manera semejante a La Divina Comedia: con el protagonista perdido en una selva oscura, y será la ninfa Polia, nombre del que resulta Polífilo, que significa el amigo de Polia, a la que el héroe seguirá hasta la culminación del viaje.

Es decir, la sabiduría universal a la que Polífilo ama tan profundamente que es capaz de seguirla con exclusión de cualquier otra cosa y dejarse guiar por ella abandonándose a su puro amor al punto de entender que la única gratificación que ansía es poseerla, ser uno con ella (5).

Esto mismo tiene precedentes en Dante, Petrarca y Bocaccio, por nombrar sólo algunos de los más inmediatos y conocidos personajes que integran las filas de los raptados por Amor, adeptos de la Tradición Unánime y Sapiencial, entre los que se cuentan a millares los ejemplos análogos, característicos de la literatura amorosa del momento surgida del amor cortés y trovadoresco, como una forma de evocación erótica inspirada precisamente por la Musa Erato, y “vinculada íntimamente con Venus, diosa del amor y el arte, el número siete, y por lo tanto con Eros de donde proviene su nombre” (6).

De ello encontramos igualmente numerosos ejemplos en mujeres entregadas por entero al Conocimiento. Tal las beguinas, receptoras y transmisoras de la enseñanza iniciática, como Hadewijch de Amberes, Margarita Porete, Cristina de Pizán y un largo etc. También las hay que representan papeles de autoridad con reconocida sapiencia, como es el caso de Leonor de Aquitania en el medioevo, o más adelante en la Inglaterra renacentista, Isabel, Reina de las Hadas, como proclama Edmund Spenser en el poema que dedica “a la más poderosa y magnífica emperatriz Isabel, por la gracia de Dios reina de Inglaterra y Francia e Irlanda defensora de la fe” (7).

Una labor igualmente importante cumplen las brujas, las parteras y las comadronas, acostumbradas a manejarse con soltura en lo que Sócrates nombró como arte mayéutico, consistente en ayudar a extraer del interior lo que uno ya sabe desde siempre, pero ha olvidado. En todo caso, sirva este apunte como reconocimiento a la función transmisora sapiencial, que por supuesto también cumplen ciertas mujeres llamadas a ello, lo que algunos autores declaran sin reparo, como es el caso de Giovanni Boccaccio en su obra Mujeres preclaras, o un siglo más tarde el mago Agrippa, quien nos habla Acerca de la nobleza y preexcelencia del sexo femenino.


(Continuará)

Notas:
1. Francesco Colonna. El Sueño de Polífilo. Ed. Acantilado, Barcelona, 2008.
2. Ibid.
3. Federico González. Las utopías Renacentistas. “Las utopías del sueño”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016.
4. Ibid.
5. Ibid.
6. Lucrecia Herrera. ¡Venid Musas a inspirar este canto! Revista SYMBOLOS telemática 52.
7. Edmund Spenser. La Reina de las Hadas. Ed. Ricardo Mena, 2015.

Imágenes:
1. Francesco Colonna. El sueño de Polífilo, detalle “Triunfo de Pan”.
2. Tres Sibilas.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



martes, 6 de agosto de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 5. El Teatro de la Memoria

El elenco de autores entregados por entero a efectivizar la Utopía en el panorama esotérico renacentista es muy amplio, y todos utilizan métodos análogos fundamentados en el Arte de la Memoria. Pensamos en la obra de Tomás Moro, con la que se acuña el nombre de un género literario que da significado a lo que tratamos de explicar; asimismo Campanella, al concebir La Ciudad del Sol,

texto basado como el de Moro en la filosofía teúrgica de Marsilio Ficino y heredera también del Picatrix, conocido ampliamente en la Edad Media y donde se describe la mágica ciudad –reparar en que la utopía es consustancial a la ciudad– de Adocentyn construida en Egipto por Hermes Trimegisto: en ella una montaña que era coronada por un templo poseía un faro que iluminaba, de acuerdo a los signos astrológicos, a la construcción radial edificada en círculos concéntricos como el modelo original de la ciudad ideal narrada por Platón en el Critias (1).

Campanella nos presenta la ciudad con una distribución semejante, como si de un grandísimo zigurat se tratase, con siete gradas o niveles circulares amurallados, “nombrados según los siete planetas, y se entra de uno a otro por cuatro calzadas y por cuatro puertas, que miran a los cuatro ángulos del mundo” (2). Además, en la cima del monte hay un gran templo en el medio.

Pero no sólo la disposición es simbólica, también el gobierno:

Existe un príncipe sacerdote llamado Metafísico que acompañado de otros tres príncipes adjuntos ostentan tanto el poder temporal como el espiritual. Las ciencias y las artes se hallan expresadas en un solo libro que se encuentra pintado sobre los muros de la ciudad y que se aprende desde niños como jugando. En ese libro están explicados e ilustrados la totalidad de los conocimientos en todos los ámbitos derivados de las siete artes liberales (3).

Inútil pretender establecer comparaciones con nuestra civilización moderna, su orden y sus métodos de aprendizaje, que lejos de constituir herramientas con las que conocerse uno mismo para optar a la Libertad, es decir, a la conciencia de infinitud en el marco de la existencia humana, tiende más bien a lo contrario, empezando por su enfoque analítico, cuantitativo y tendente a la acción, en detrimento de lo intuitivo, lo cualitativo y la contemplación, amén del sistema competitivo que penaliza a unos y premia a otros en una carrera desenfrenada hacia ninguna parte. O sea, y por decirlo de una vez, que al llegar al mundo se cortan las alas y con ello los altos vuelos. Los deseos de libertad quedan reducidos a pequeñas ambiciones personales que nos parecen lo más y así pasamos a engrosar la lista de asnos que van detrás de la zanahoria ávidos por alcanzarla, sin ser conscientes de que va enganchada en los propios arneses con los que estamos pertrechados al efecto, mientras participamos en el movimiento de la maquinaria del mundo y su productividad, legitimados como hombres y mujeres “de provecho” en una sociedad igualitaria, progresista y democrática. Toda una caricatura de una comunidad tradicional estructurada jerárquicamente según el modelo cósmico, esto es,

un mandala vivo, y por lo tanto un talismán e instrumento mágico que toca a la totalidad de los pobladores que viven allí, es decir al ser humano individual –y a todos los hombres– en su integridad (4).

Y ello, ni más ni menos, es lo que en verdad sería una cultura o la cultura. Nada que ver con lo que considera a día de hoy el personal supuestamente cualificado, que la nombra en vano y sin cesar como el patrimonio intelectual con denominación de origen que debe preservarse, ignorando que se trata de algo más que de un conjunto de saberes, creencias y pautas sociales cuantificables en base a lo sentimental, ideológico, pasional, etc., etc. Volvemos siempre a lo mismo, la degradación de los valores y la indigencia mental tomada como lo mejor... ¡en nombre de la libertad!


(Continuará)

Notas:
1. Federico González Frías. Las utopías Renacentistas, “La Ciudad del Sol”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016.
2. Tomás Campanella. La Ciudad del Sol. Ed. Zero, Madrid, 1984.
3. Federico González. Las utopías Renacentistas. “La Ciudad del Sol”, op. cit.
4. Ibid.

Imágenes:
1. Esquema volumétrico en forma de zigurat de La Ciudad del Sol, según Campanella.
2. Joos Van Craesbeeck. Las tentaciones de San Antonio, 1650. Galería de Arte del Estado, Karlsruhe.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



sábado, 20 de julio de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 4. El Teatro de la Memoria

Ahora situémonos en los albores de un nuevo amanecer, un nuevo acto en la Historia que se representa en la caja cósmica, donde juegan multitud de personajes en distintos decorados, y de entre los que algunos brillarán con especial intensidad, reflejando la Luz recibida fuera de los focos habituales. Este es el caso de Marsilio Ficino, quien bajo los auspicios de la Corte de los Médici fundará la nueva Academia platónica.

Marsilio Ficino reconocía la presencia de distintos niveles en el hombre y en el universo, lo que configuraba la existencia de mundos visibles e invisibles que actuaban de modo coordinado, sempiterno y constante entre dos polos: cielo y tierra. Y dado que estos planos se encontraban estrechamente unidos conformando un solo y único organismo vivo, se podría, en ese caso, actuar sobre ellos, es decir sobre energías sutiles y angélicas para que fecundaran así a los espíritus más gruesos, reconociendo de este modo la imponente armonía del conjunto e integrándose a ella mediante el reconocimiento de la unidad del Ser, del que el hombre, como microcosmos, estaba hecho a imagen y semejanza (1).


Como se puede ver, estamos ante un auténtico teúrgo que a su paso por el escenario del gran teatro del mundo, hizo emerger con vigor renovado la corriente sapiencial subterránea, tendiendo “lazos invisibles con los sabios de distintas cortes europeas, todas relacionadas con su pensamiento y regidas por autores herméticos, introducidos en ellas como maestros, profesores o ayos, en los distintos reinos, ducados o repúblicas, explicando sus ideas, que fueron, por otra parte, las que generaron el Renacimiento que a poco tomaría otros rumbos no tan sapienciales desde la época de Erasmo de Rotterdam” (2). O sea, un actor raptado por Amor, que se ve irremediablemente envuelto en la creación de una tupida red de relaciones y vínculos de orden sutil, que ha de materializar en una nueva concepción del mundo y una vuelta a los orígenes. Es decir, en la realización de la Utopía.

Una organización casi imposible de alcanzar por las limitaciones humanas, aunque real en otros espacios o mundos relacionados con las ideas. En el Renacimiento se forjó esta imagen que tiene antecedentes clásicos en Platón, quien incluso trató de llevarla a cabo, como Cicerón, entre otros (3).

(Continuará)

Notas:
1. Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: “Marsilio Ficino”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
2. Ibid.
3. Entrada: “Utopía”, ibid.

Imágen:
1. Anónimo. Gruta alquímica.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



viernes, 5 de julio de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 3. El Teatro de la Memoria

El poder mágico-teúrgico –y por lo tanto talismánico– de estos mandalas, promueve auténticas revoluciones internas en el iniciado, quien reitera sin desfallecer en su estudio atento y concentrado, tal cual una meditación, redoblando con paciencia en la labor de reunir lo disperso, es decir, restablecer las ligaduras que vinculan todos los planos entre sí. En este sentido, las obras de los Sabios, Magos, Alquimistas, Cabalistas y en general hombres y mujeres de Conocimiento, son métodos efectivos de realización espiritual que tienen como soporte el Arte de la Memoria.

Una disciplina de origen clásico y carácter esotérico practicada para entrenar en la Anamnesis. Similar objetivo persiguen los ejercicios mnemotécnicos de todo tipo que se realizan con la materia casi virtual de la memoria, elemento tan básico y misterioso en el hombre, que por medio de ella el pasado se hace presente. En el Renacimiento este arte de tipo clásico volvió a brillar generando una profusa y extraordinaria iconografía (1).


Arte “consistente en ‘memorizar’ por una serie de imágenes y asociaciones, distintos conceptos de modo indefinido para procurar estados diferentes de la conciencia. Generalmente, –lo que no suele ser excepción– se lo utilizaba de modo literal, para recordar cuestiones particulares u organizar un discurso, tal como los distintos métodos mnemotécnicos actuales: la memoria mecánica, la recitación, el canto, el teatro profano, etc.” (2).

Métodos que buscan resultados concretos y manifiestan intereses individuales, a la inversa de los ejemplos anteriormente considerados y los que veremos a continuación, que acrisolan el pensamiento en una época tan extraordinaria como la que estamos recordando –con sus luces y sombras–, de la que nuestra actual civilización es un reflejo deformado, o sea, un esperpento. Concepción literaria acuñada por Valle-Inclán, en boca de uno de los personajes más conocidos de su extenso repertorio teatral: Max Estrella, protagonista de Luces de Bohemia, “cuya cabeza rizada y ciega, de un gran carácter clásico-arcaico, recuerda los Hermes” (3). Hay quien ha visto en la obra una cierta relación con el descenso al antro de Lucifer narrado por Dante, que experimenta el antihéroe Máximo, realizando un viaje circular acompañado por un guía, de nombre Latino, en modo semejante a cómo Virgilio en La Divina Comedia, asiste al héroe en el recorrido por los círculos infernales, para culminar venturosamente la gesta.


(Continuará)

Notas:
1. Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: “Memoria”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
2. Entrada: “Arte”, ibid.
3. Valle Inclán. Luces de Bohemia. Ed. Espasa Calpe, Madrid, 1996.

Imágenes:
1. Estructura de La Divina Comedia, s. XIV.
2. Anónimo. Grabado Flammarion, 1888.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



miércoles, 19 de junio de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 2. El Teatro de la Memoria

Lo sobrenatural toma forma en el escenario, corazón del teatro, la caja escénica símbolo de la caja cósmica en la que cobra realidad la ilusión de la existencia que se desvanecerá como un sueño al finalizar la función. Un espacio otro en el que materializa la “memoria del mundo y del hombre, que se revela como una reminiscencia de la totalidad” (1). Aquí tienen lugar las hierofanías, es decir, la manifestación de lo sagrado y la posibilidad de lo que se conoce como catarsis: una comunión con aquellas Ideas-Fuerza puestas en juego “capaces de sacarnos de nivel y llevarnos a la comprensión de cosas que aún no se nos habían dado a conocer” (2). Un encantamiento que los intérpretes escenifican encantándose a sí mismos, tocados por la varita de Mercurio e inspirados por el soplo vivificante de las nueve hijas del Cielo: “Feliz aquél a quien aman las musas. Dulce fluye de su boca la palabra” (3).

Mnemosyne es la diosa griega de la memoria, hija de Urano y Gea, madre de las Musas engendradas con Zeus a lo largo de nueve noches, la cual era la que insuflaba la anamnesis en los seres humanos. Invocarla es llamar a la Inteligencia Universal para que se haga en nosotros. Lo fijo debe primar sobre lo aéreo para dejar así grabado en el papel, en la tablilla de barro, o el rollo, y el libro, las enseñanzas para llegar al Conocimiento acuñadas por el dios revelador; el que burila debe cuajar las ideas y dioses que le preceden y sobre todo ser muy amigo de Platón que escribió lo siguiente:

Disposición del alma capaz de conservar la verdad que hay en ella. (Definiciones) (4).


En virtud de lo cual surgen extraordinarios tratados y obras en general, entre las que se encuentran asombrosos procedimientos combinatorios de símbolos y analogías, que debidamente asimilados pueden abrir las puertas a otros estados de la conciencia. Ahí está para dar testimonio lo que deja escrito Abraham Abulafia, quien establece un método con las 22 letras del alfabeto hebreo, cada una de las cuales constituye una entidad simbólica, una Idea-Fuerza susceptible de combinarse con el resto, vehiculando la posibilidad de aprehender los principios del Orden Universal.

El Ars Combinatoria de Ramon Llull es otro modelo igualmente efectivo que alumbrará el pensamiento mágico al final de la Edad Media.

Él mismo explica que dicho Arte (...) era una emanación directa de los principios inmutables y universales, lo que tradujo en el empleo de unos soportes de intelección igualmente arquetípicos: los del número y la letra. Esto explica la enorme influencia que tendrá su legado en la mágica atmósfera del Renacimiento, y no tanto en su época agonizante, en la que su propuesta fue más bien incomprendida y rechazada, y él tachado de excéntrico, abstruso e incluso loco (5).

Lo mismo vale para La Divina Comedia, otro sistema de combinaciones de símbolos y analogías entre planos o niveles y sus mundos, en el que aparecen “las figuras de las virtudes y los vicios como imágenes de la memoria, formadas según las reglas clásicas, y las divisiones del Infierno de Dante como lugares de la memoria” (6). De modo semejante ocurre en el Purgatorio y por supuesto en el Paraíso, que recrea los nueve cielos siguiendo el modelo cosmogónico conocido: el de la Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno, las estrellas fijas “y el primer móvil o cristalino. En el cielo empíreo está Dios iluminando la rosa de los bienaventurados y rodeado de nueve círculos de jerarquías angélicas que son, desde el círculo más alejado al más próximo a Dios: ángeles, arcángeles, principados, potestades, virtudes, dominaciones, tronos, querubines y serafines” (7).

(Continuará)

Notas:
1. Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: “Anamnesis”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
2. Entrada: “Catarsis”, ibid.
3. Himnos Homéricos. Ed. Cátedra, Madrid, 2005.
4. Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: “Memoria”, ibid.
5. Federico González y Mireia Valls. Presencia Viva de la Cábala II. “Ramón Llull y Arnau de Vilanova”, Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
6. Frances A. Yates. El Arte de la Memoria. Ed. Siruela, Madrid, 2005.
7. Obras completas de Dante Alighieri. “La Divina Comedia”. BAC, Madrid, 2015.

Imágen:
1. Hildegarda de Bingen. Liber divinorum operum, detalle.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



martes, 4 de junio de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 1. El Teatro de la Memoria

La memoria del Sí Mismo deja un rastro invisible en aquellos que han tenido la gracia de presentirla, lo que los incita, en el tiempo, a hallarla nuevamente. Recuperar dicha memoria es fundamental y debe hacerse todo para eso. Componente esencial de la vida del ser humano, sin la cual no pueden fijarse los conceptos más existenciales, pues sin ella somos incapaces de recordar, ni siquiera, el ritmo de nuestras actividades motoras, tan ensamblado está el todo en el ser humano; igualmente éste en el Universo, un conjunto análogo de características más amplias (1).


Se dice que Zeus concibió a las Musas en sagrada unión con Mnemosine, la Memoria, en nueve noches distintas, número circular que simboliza la totalidad. Teniendo en cuenta la creencia de que aquéllas revelan a los hombres las Artes y Ciencias, mediante las cuales afinar nuestra participación en el concierto universal, no es de extrañar que los antiguos considerasen a la memoria una entidad superlativa, reveladora de la auténtica y oculta naturaleza del plano de realidad que se percibe ordinariamente, un entramado de símbolos vivos y actuantes. Nada que ver con la acostumbrada “multiplicación horizontal de gestos indefinidos que se realizan en forma mecánica –casi sin que lo queramos– y que nada dice a nadie en razón de la autocensura que trae aparejada el entrenamiento que la sociedad contemporánea nos otorga” (2).

Afortunadamente es posible otra manera de encarar la creación y nuestro papel en ella, “una expresión directa de los principios, las fuerzas y las energías originales” (3) que toman cuerpo en formas impactantes y se imprimen con imborrable fijeza, tal cual lo representan las imágenes que pueblan las distintas cosmovisiones con sus númenes de aspecto sobrecogedor. Del Thot egipcio al Hermes griego, del Mercurio romano al Quetzalcoátl mesoamericano y al Wotan u Odín nórdico, todos son una sola y única entidad: el escriba divino –poeta y guerrero–, encargado de la correspondencia entre la divinidad y el hombre, para lo cual no se priva de realizar escaramuzas si con ello logra sus propósitos.

A decir verdad, existe una tropa impresionante de dioses y héroes míticos civilizadores, cuyas gestas son evocadas en el escenario de la conciencia donde actúan cabalmente disfrazados para la ocasión.

Cicerón afirma (De Oratore II, 88, 359), que es útil poner máscaras teatrales a los conceptos hasta transformarlos en imágenes activas en nuestra memoria (4).


Los dioses y diosas en sus reinos celestes e infernales, así como los de los mundos intermediarios, han de poder ser recordados y traídos al presente con viveza y precisión. De modo que estas entidades enigmáticas se presentarán siempre con sus respectivos atributos, en el argot teatral el atrezzo, que junto con el vestuario y demás aparato escénico que las acompaña, definen su categoría y su correspondiente función, es decir a qué reino pertenecen y qué papel encarnan en la gran obra de Dios que es la Cosmogonía.

(Continuará)

Notas:
1. Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: “Memoria”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
2. Federico González. El Simbolismo Precolombino. Cosmogonía, Teogonía, Cultura. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016.
3. Ibid.
4. Giulio Camilo. La Idea del Teatro. Ed. Siruela, Madrid, 2006.

Imágenes:
1. Antón Raphael Mengs. Parnaso. Apolo, Mnemosine y las Musas, 1761. Museo Hermitage.
2. Sarcófago con las Musas, detalle, 280-290 d.C. Museo Nazionale Romano Palazzo Mássimo.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



miércoles, 22 de mayo de 2024

10. Atravesar las aguas

La reina de la noche es la regente del signo zodiacal de Cáncer, aquél en el que se abre la llamada “Puerta de los Hombres” del solsticio de verano, pasaje que supone la entrada de todos los seres en la Manifestación Universal, de la que sólo podrán salir por la “Puerta de los Dioses” en el signo de Capricornio. El iniciado traspasa aquella primera puerta para comenzar su viaje interno de realización espiritual. La Luna es su puerto de salida, y a partir de aquí se propone la travesía de las aguas, asociadas al mundo intermediario del Alma, cuyo primer tramo es el del Alma inferior, relacionada con la individualidad y por tanto con el psiquismo más denso, o sea, con los estados cambiantes de ánimo, la imaginación, las fantasías, los deseos, las sensaciones, etc.

Embarcados en esta ruta por los mares de la conciencia, se reconoce al traspasar esas primeras agitadas y turbulentas aguas que la Luna es el paredro del Sol, el auténtico artífice de la luz que ella refleja, astro rey a partir del cual se emprende un recorrido vertical que atraviesa los estados superiores del ser, el mundo de las ideas puras no sujetas a las formas. Más allá se arriba a la realidad de la Ontología, del Ser en sí mismo, cuyos dos atributos arquetípicos fundamentales, la Inteligencia y la Sabiduría, se representan de nuevo simbólicamente con la Luna y el Sol respectivamente.


Ya sólo queda soltar la última amarra, dejar todos los vehículos que han ayudado a la travesía, incluso al Sol, a la Luna y a Mercurio, quien con su caduceo ha avivado constantemente el furor divino, y abismarse –pasando por la puerta estrecha de los dioses– en el ámbito de lo Infinito.

Imágen:
1. El Sol y Luna en los tres mundos. Manuscrito Splendor Solis, s. XV. British Library, Londres.

Colección Aleteo de Mercurio 2.
Las diosas se revelan.
Mireia Valls,
con la colaboración de Lucrecia Herrera.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2017.



domingo, 5 de mayo de 2024

9. La Luna como triple diosa: Artemisa (Diana), Selene y Hécate

Pero si la división cuaternaria del ciclo de la Luna y de la mujer se vincula fundamentalmente con la rueda de la existencia y sus continuas mutaciones, la idea del ternario, tan importante desde el punto de vista tradicional, también está presente en la simbólica lunar:

Esta paradoja de la vida y de la muerte está comprendida en la Luna como triple diosa, un motivo mítico que aparece bajo muchos aspectos, sobre todo donde encontramos una trinidad femenina, como en las Parcas, o las tres brujas. En el mundo de la antigua Grecia, los poetas vieron a la virgen cazadora Artemisa (Diana para los romanos) como la “diosa con tres formas”, siendo sus otros dos aspectos Selene, la Luna del cielo, y Hécate, una misteriosa diosa del inframundo (1).


O sea, que hay una Luna de la tierra (Artemisa), una Luna del cielo (Selene) y una Luna del inframundo (Hécate), dando idea de que todo está en todo, y de que en esta esfera planetaria se expresan simbólicamente los tres mundos jerárquicos que conforman el orden cósmico, a saber, la realidad espiritual (cielo), la intermediaria o del alma (tierra), y la corporal o material (infierno), siendo además que en cada una de ellas, de nuevo aparece la tríada.

A continuación los cantos del poeta Orfeo a estas tres facetas de la Luna, vivas en el interior de la mujer, al igual que en el varón:

Escúchame, soberana, celebérrima hija de Zeus, titánide, báquica, afamada arquera, venerable. Visible para todos, diosa portadora de antorcha, cazadora de red, que presencias los partos, socorriendo en ellos, pero sin someterte a su ley; que asistes a las mujeres en el parto, que disfrutas con los delirios báquicos, cazadora, disipadora de preocupaciones. Ágil corredora, flechadora, apasionada por la caza, noctámbula; protectora, acogedora, liberadora, masculiniforme, ortia, apresuradora del parto, deidad nutricia de los jóvenes mortales. Inmortal, subterránea, destructora de fieras, afortunada, que ocupas los bosques de los montes y disparas a los ciervos, venerable, augusta señora, bello retoño, perenne. Habitante del bosque, protectora de perros, cidoniata, multiforme. Ve, pues, salvadora diosa, afectuosa, agradable para todos tus iniciados, aportando bellos frutos de la tierra, una paz grata y una salud de hermosa cabellera, y envía, por favor, a las cimas de los montes las enfermedades y pesares (2).


Escucha, regia diosa, generadora de luz, divina Selene, Luna de cuernos de toro, que, noctámbula por las rutas del aire, a lo largo de la noche, sostienes una antorcha; doncella, hermosa estrella, Luna, creciente y menguante, hembra y macho; de sólido resplandor, que gustas de los caballos, madre del tiempo, portadora de frutos, ambarina, de fuerte carácter, relumbrante en medio de la noche, omnividente en vigilia, pujante entre bellos astros. Complaciente con la paz y la felicidad de la noche, brillante, otorgadora de alegría, culminadora, gala de la noche, reina de los astros, vestida de largo peplo, de sinuosa carrera, sapientísima doncella: ven, pues, bienaventurada, benévola, bello astro, refulgente por tu luz, y salva, doncella, a tus jóvenes suplicantes (3).


Invoco a Hécate, protectora de los caminos, en las encrucijadas, grata, celeste, terrenal, marina, de azafranado peplo, sepulcral, y que se agita delirante entre las almas de los muertos; hija de Perses, amante de la soledad, que disfruta con los ciervos, noctámbula, protectora de los perros, invencible soberana que devora animales salvajes, sin ceñidor en su cintura, y con una figura irresistible; que se mueve entre los toros, dueña guardiana de todo el universo; conductora, joven guerrera, nutridora de jóvenes, montaraz. En conclusión, suplico que asista la doncella a los sagrados misterios, mostrándose propicia al boyero de corazón siempre alegre (4).

La Luna rige, además, muchas actividades agrarias, como el tiempo de las siembras y las recolecciones, las podas, los injertos, los abonos, etc., al igual que influye sobre la crecida y mengua de las aguas, los fluidos, las plantas, las crías de animales, y también señala los períodos propicios para la pesca y la caza y los prohibidos.

(Continuará)

Notas:
1. Geoffrey Cornelius-Paul Devereux, El lenguaje secreto de las estrellas y los planetas. Ed. Debate, Círculo de Lectores.
2. Himnos Órficos, “A Ártemis”. Ed. Gredos, Madrid, 1987.
3. Himnos Órficos, “A la Luna”, ibid.
4. Himnos Órficos, “A Hécate”, ibid.

Imágenes:
1. A. R. Mengs, Diana como personificación de la noche. Palacio de la Moncloa, Madrid.
2. Busto de Selene. Berlin Pergamon Museum.
3. Hécate triforme. Museo de Antalaya, Turquía.

Colección Aleteo de Mercurio 2.
Las diosas se revelan.
Mireia Valls,
con la colaboración de Lucrecia Herrera.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2017.