jueves, 5 de septiembre de 2024

El Teatro del Renacimiento. 7. El Teatro de la Memoria

Citaremos ahora otro ejemplo de sistema combinatorio de símbolos y analogías, que toma forma apenas recién descubierto el nuevo continente allende los mares. Hecho a todas luces extraordinario, ya que plantea la presencia de mundos desconocidos en ese momento, es decir, otras realidades que siempre estuvieron ahí y que ahora aparecen, se hacen visibles, lo que se vive como un auténtico renacer y da nombre al período que estamos tratando.

La Idea del Teatro es el título de la obra que Giulio Camillo diseñó, tomando como modelo un teatro al modo clásico con siete gradas, cada una de las cuales está dividida en otras tantas porciones y distintas escenas con los dioses y diosas celestes y ctónicos en combinación con nombres cabalísticos, signos, constelaciones zodiacales, elementos, planetas, metales, estados, situaciones, etc., etc. El propio Camillo reconoce haberse “esforzado por hallar, para estas siete dimensiones, un orden adecuado, preciso y diferenciado que mantenga siempre los sentidos despiertos, y la memoria, estimulada” (1). Para ello el espectador ha de situarse en el centro del escenario, desde donde contempla el conjunto de la creación.

Siguiendo el orden de la creación del mundo, situaremos en los primeros grados las cosas más simples o de mayor dignidad, o bien las que podamos imaginar que van, por disposición divina, antes que las demás cosas creadas. A continuación, colocaremos de grado en grado las que las siguen sucesivamente, de tal modo que el séptimo, o sea, el último grado superior, albergará todas las artes y capacidades sujetas a regla, no por su poca importancia, sino por una razón cronológica, ya que son las últimas que los hombres han descubierto (2).

Partiendo de la designación de ciertos nombres de poder cabalísticos recogidos del Árbol de la Vida, se invoca con ellos a los siete dioses: siete Potencias invisibles que materializan adoptando el aspecto de planetas –que son, por así decir, sus máscaras–, si bien se muestran en un orden que difiere en la forma conocida cabalística sin desviarse de lo esencial. Lo que se busca es activar la facultad de la Memoria

a través de símbolos, señales, códigos, talismanes, etc. que, como por ejemplo el Árbol de la Vida Sefirótico, vinculan simpáticamente los distintos órdenes de la realidad, los que se tornan conscientes en el alma del teúrgo. Este, a la vez que redescubre que la estructura de su psiqué es una con la del modelo simbólico con que trabaja –lo que le da la oportunidad de conocerse–, también advierte la posibilidad de actuar como reverberador de todas las secretas relaciones del diseño universal (3).


Los antiguos guardan la costumbre, nos dice Giulio Camillo, de transmitir bajo ocultos velos los secretos de Dios. Velos que enmascaran lo que sólo a unos pocos se les permite reconocer, mientras que los demás únicamente pueden conocerlo mediante parábolas “para que viendo no vean y oyendo no entiendan” (4).

Sabiendo entonces que no es posible concebir lo infinito e innombrable si no es por medio de símbolos y signos, propone que nos hemos de valer de ellos para elevarnos a aquello que está fuera del alcance de los sentidos, “a fin de que a través de las cosas visibles, nos elevemos a las invisibles” (5). Obviamente hemos de aprender entonces qué son los símbolos, lo que cada cual representa y las relaciones igualmente simbólicas que pueden establecerse entre sí, todo un entramado significativo y coherente que cohesiona y da sentido a la creación.

Su modelo es el relato bíblico del Génesis, un relato filtrado por la interpretación cabalística, reinterpretado y acorde con la tradición hermética y neoplatónica. Las obras de Giovanni Pico della Mirandola y de Marsilio Ficino, y aquélla, muy próxima en el tiempo y en el espacio, de Francesco Giorgio de Venecia, son para Camillo los puntos de referencia esenciales de su realización. Los siete grados del teatro encarnan, pues, la expansión de la unidad en la pluralidad; las imágenes que los caracterizan imprimen en la memoria las diferentes fases, mejor dicho, los diferentes aspectos de un proceso que se inicia en las profundidades de lo divino y que se manifiesta despueés en la naturaleza, en el hombre y en el mundo que el hombre produce (6).

El Teatro de la Memoria de Giulio Camillo es entonces un soporte extraordinario de intelección, en correspondencia con otros igualmente simbólicos como los que estamos conociendo, entre los que también se debe incluir al Tarot, un juego de naipes mágico semejante a un teatro con personajes y elementos cuyas relaciones entre sí constituyen un sistema tridimensional de combinaciones simbólicas que tienen lugar a cuatro niveles simultáneamente, tantos como palos tiene la baraja. La Belleza y profundidad con la que se representa el Misterio en este teatro cosmogónico oracular es efectivamente poderosa y no se ha de tomar a la ligera. Teniéndolo presente, nos permitimos mencionar la existencia de una obra excepcional, de absoluto interés para el buscador: El Tarot de los Cabalistas. Vehículo Mágico (7).

(Continuará)

Notas:
1. Giulio Camilo. La Idea del Teatro. Ed. Siruela, Madrid, 2006.
2. Ibid.
3. Federico González y Mireia Valls. Presencia Viva de la Cábala II. “Giordano Bruno”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
4. Mt 7, 6 y 13, 11-14.
5. Giulio Camilo. La Idea del Teatro, op. cit.
6. Lina Bolzoni. La Idea del Teatro, “prólogo”, ibid.
7. Federico González. El Tarot de los Cabalistas. Vehículo Mágico. Mtm editores, Barcelona, 2008.

Imágen:
1. Giulio Camillo. Diseño Teatro de la Memoria.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



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