jueves, 5 de septiembre de 2024

El Teatro del Renacimiento. 7. El Teatro de la Memoria

Citaremos ahora otro ejemplo de sistema combinatorio de símbolos y analogías, que toma forma apenas recién descubierto el nuevo continente allende los mares. Hecho a todas luces extraordinario, ya que plantea la presencia de mundos desconocidos en ese momento, es decir, otras realidades que siempre estuvieron ahí y que ahora aparecen, se hacen visibles, lo que se vive como un auténtico renacer y da nombre al período que estamos tratando.

La Idea del Teatro es el título de la obra que Giulio Camillo diseñó, tomando como modelo un teatro al modo clásico con siete gradas, cada una de las cuales está dividida en otras tantas porciones y distintas escenas con los dioses y diosas celestes y ctónicos en combinación con nombres cabalísticos, signos, constelaciones zodiacales, elementos, planetas, metales, estados, situaciones, etc., etc. El propio Camillo reconoce haberse “esforzado por hallar, para estas siete dimensiones, un orden adecuado, preciso y diferenciado que mantenga siempre los sentidos despiertos, y la memoria, estimulada” (1). Para ello el espectador ha de situarse en el centro del escenario, desde donde contempla el conjunto de la creación.

Siguiendo el orden de la creación del mundo, situaremos en los primeros grados las cosas más simples o de mayor dignidad, o bien las que podamos imaginar que van, por disposición divina, antes que las demás cosas creadas. A continuación, colocaremos de grado en grado las que las siguen sucesivamente, de tal modo que el séptimo, o sea, el último grado superior, albergará todas las artes y capacidades sujetas a regla, no por su poca importancia, sino por una razón cronológica, ya que son las últimas que los hombres han descubierto (2).

Partiendo de la designación de ciertos nombres de poder cabalísticos recogidos del Árbol de la Vida, se invoca con ellos a los siete dioses: siete Potencias invisibles que materializan adoptando el aspecto de planetas –que son, por así decir, sus máscaras–, si bien se muestran en un orden que difiere en la forma conocida cabalística sin desviarse de lo esencial. Lo que se busca es activar la facultad de la Memoria

a través de símbolos, señales, códigos, talismanes, etc. que, como por ejemplo el Árbol de la Vida Sefirótico, vinculan simpáticamente los distintos órdenes de la realidad, los que se tornan conscientes en el alma del teúrgo. Este, a la vez que redescubre que la estructura de su psiqué es una con la del modelo simbólico con que trabaja –lo que le da la oportunidad de conocerse–, también advierte la posibilidad de actuar como reverberador de todas las secretas relaciones del diseño universal (3).


Los antiguos guardan la costumbre, nos dice Giulio Camillo, de transmitir bajo ocultos velos los secretos de Dios. Velos que enmascaran lo que sólo a unos pocos se les permite reconocer, mientras que los demás únicamente pueden conocerlo mediante parábolas “para que viendo no vean y oyendo no entiendan” (4).

Sabiendo entonces que no es posible concebir lo infinito e innombrable si no es por medio de símbolos y signos, propone que nos hemos de valer de ellos para elevarnos a aquello que está fuera del alcance de los sentidos, “a fin de que a través de las cosas visibles, nos elevemos a las invisibles” (5). Obviamente hemos de aprender entonces qué son los símbolos, lo que cada cual representa y las relaciones igualmente simbólicas que pueden establecerse entre sí, todo un entramado significativo y coherente que cohesiona y da sentido a la creación.

Su modelo es el relato bíblico del Génesis, un relato filtrado por la interpretación cabalística, reinterpretado y acorde con la tradición hermética y neoplatónica. Las obras de Giovanni Pico della Mirandola y de Marsilio Ficino, y aquélla, muy próxima en el tiempo y en el espacio, de Francesco Giorgio de Venecia, son para Camillo los puntos de referencia esenciales de su realización. Los siete grados del teatro encarnan, pues, la expansión de la unidad en la pluralidad; las imágenes que los caracterizan imprimen en la memoria las diferentes fases, mejor dicho, los diferentes aspectos de un proceso que se inicia en las profundidades de lo divino y que se manifiesta despueés en la naturaleza, en el hombre y en el mundo que el hombre produce (6).

El Teatro de la Memoria de Giulio Camillo es entonces un soporte extraordinario de intelección, en correspondencia con otros igualmente simbólicos como los que estamos conociendo, entre los que también se debe incluir al Tarot, un juego de naipes mágico semejante a un teatro con personajes y elementos cuyas relaciones entre sí constituyen un sistema tridimensional de combinaciones simbólicas que tienen lugar a cuatro niveles simultáneamente, tantos como palos tiene la baraja. La Belleza y profundidad con la que se representa el Misterio en este teatro cosmogónico oracular es efectivamente poderosa y no se ha de tomar a la ligera. Teniéndolo presente, nos permitimos mencionar la existencia de una obra excepcional, de absoluto interés para el buscador: El Tarot de los Cabalistas. Vehículo Mágico (7).

(Continuará)

Notas:
1. Giulio Camilo. La Idea del Teatro. Ed. Siruela, Madrid, 2006.
2. Ibid.
3. Federico González y Mireia Valls. Presencia Viva de la Cábala II. “Giordano Bruno”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
4. Mt 7, 6 y 13, 11-14.
5. Giulio Camilo. La Idea del Teatro, op. cit.
6. Lina Bolzoni. La Idea del Teatro, “prólogo”, ibid.
7. Federico González. El Tarot de los Cabalistas. Vehículo Mágico. Mtm editores, Barcelona, 2008.

Imágen:
1. Giulio Camillo. Diseño Teatro de la Memoria.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



martes, 20 de agosto de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 6. El Teatro de la Memoria

Otro ejemplo extraordinario de utopía y método combinatorio mágico-teúrgico basado en el Arte de la Memoria, lo encontramos en el Sueño de Polífilo, Hypnerotomachia Poliphili, de Francesco Colonna, que subtitula como “Lucha de Amor en sueños de Polífilo, donde se enseña que todo lo humano no es sino sueño y de paso se evocan de un modo en verdad elegante muchas cosas dignísimas” (1). Advirtiendo además que “este libro no se imprimirá impunemente salvo en los dominios donde tiene licencia para ello” (2), lo cual posee distintos niveles de lectura.

No cabe duda de que estamos ante una obra monumental –anterior a la de Moro–, absolutamente asombrosa tanto por su profundidad, como por la Belleza con que está plasmada la Verdad y el Bien que en ella se reflejan. Sus principales referentes son “Venus y el niño sagrado Eros-Cupido-Amor, aunque desfilan innumerables ninfas y Dioses, de Marte a Pan, de Júpiter a Mercurio, etc., etc., en la descripción de estos verdaderos ritos dionisíacos” (3).


Ritos que tienen lugar en medio de una exuberancia escénica abrumadora:

arquitecturas –que el autor describe minuciosamente basado en Vitruvio y Alberti, lo cual es una característica fundamental de la obra– y jardines de ensueño, fuentes, palacios y más fuentes donde se bebe el agua de vida; banquetes, juegos, altares y templos (4).

Y un sin fin de otras maravillas que nos sitúan dentro de un inmenso mandala literario. Por cierto que la obra comienza de manera semejante a La Divina Comedia: con el protagonista perdido en una selva oscura, y será la ninfa Polia, nombre del que resulta Polífilo, que significa el amigo de Polia, a la que el héroe seguirá hasta la culminación del viaje.

Es decir, la sabiduría universal a la que Polífilo ama tan profundamente que es capaz de seguirla con exclusión de cualquier otra cosa y dejarse guiar por ella abandonándose a su puro amor al punto de entender que la única gratificación que ansía es poseerla, ser uno con ella (5).

Esto mismo tiene precedentes en Dante, Petrarca y Bocaccio, por nombrar sólo algunos de los más inmediatos y conocidos personajes que integran las filas de los raptados por Amor, adeptos de la Tradición Unánime y Sapiencial, entre los que se cuentan a millares los ejemplos análogos, característicos de la literatura amorosa del momento surgida del amor cortés y trovadoresco, como una forma de evocación erótica inspirada precisamente por la Musa Erato, y “vinculada íntimamente con Venus, diosa del amor y el arte, el número siete, y por lo tanto con Eros de donde proviene su nombre” (6).

De ello encontramos igualmente numerosos ejemplos en mujeres entregadas por entero al Conocimiento. Tal las beguinas, receptoras y transmisoras de la enseñanza iniciática, como Hadewijch de Amberes, Margarita Porete, Cristina de Pizán y un largo etc. También las hay que representan papeles de autoridad con reconocida sapiencia, como es el caso de Leonor de Aquitania en el medioevo, o más adelante en la Inglaterra renacentista, Isabel, Reina de las Hadas, como proclama Edmund Spenser en el poema que dedica “a la más poderosa y magnífica emperatriz Isabel, por la gracia de Dios reina de Inglaterra y Francia e Irlanda defensora de la fe” (7).

Una labor igualmente importante cumplen las brujas, las parteras y las comadronas, acostumbradas a manejarse con soltura en lo que Sócrates nombró como arte mayéutico, consistente en ayudar a extraer del interior lo que uno ya sabe desde siempre, pero ha olvidado. En todo caso, sirva este apunte como reconocimiento a la función transmisora sapiencial, que por supuesto también cumplen ciertas mujeres llamadas a ello, lo que algunos autores declaran sin reparo, como es el caso de Giovanni Boccaccio en su obra Mujeres preclaras, o un siglo más tarde el mago Agrippa, quien nos habla Acerca de la nobleza y preexcelencia del sexo femenino.


(Continuará)

Notas:
1. Francesco Colonna. El Sueño de Polífilo. Ed. Acantilado, Barcelona, 2008.
2. Ibid.
3. Federico González. Las utopías Renacentistas. “Las utopías del sueño”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016.
4. Ibid.
5. Ibid.
6. Lucrecia Herrera. ¡Venid Musas a inspirar este canto! Revista SYMBOLOS telemática 52.
7. Edmund Spenser. La Reina de las Hadas. Ed. Ricardo Mena, 2015.

Imágenes:
1. Francesco Colonna. El sueño de Polífilo, detalle “Triunfo de Pan”.
2. Tres Sibilas.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



martes, 6 de agosto de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 5. El Teatro de la Memoria

El elenco de autores entregados por entero a efectivizar la Utopía en el panorama esotérico renacentista es muy amplio, y todos utilizan métodos análogos fundamentados en el Arte de la Memoria. Pensamos en la obra de Tomás Moro, con la que se acuña el nombre de un género literario que da significado a lo que tratamos de explicar; asimismo Campanella, al concebir La Ciudad del Sol,

texto basado como el de Moro en la filosofía teúrgica de Marsilio Ficino y heredera también del Picatrix, conocido ampliamente en la Edad Media y donde se describe la mágica ciudad –reparar en que la utopía es consustancial a la ciudad– de Adocentyn construida en Egipto por Hermes Trimegisto: en ella una montaña que era coronada por un templo poseía un faro que iluminaba, de acuerdo a los signos astrológicos, a la construcción radial edificada en círculos concéntricos como el modelo original de la ciudad ideal narrada por Platón en el Critias (1).

Campanella nos presenta la ciudad con una distribución semejante, como si de un grandísimo zigurat se tratase, con siete gradas o niveles circulares amurallados, “nombrados según los siete planetas, y se entra de uno a otro por cuatro calzadas y por cuatro puertas, que miran a los cuatro ángulos del mundo” (2). Además, en la cima del monte hay un gran templo en el medio.

Pero no sólo la disposición es simbólica, también el gobierno:

Existe un príncipe sacerdote llamado Metafísico que acompañado de otros tres príncipes adjuntos ostentan tanto el poder temporal como el espiritual. Las ciencias y las artes se hallan expresadas en un solo libro que se encuentra pintado sobre los muros de la ciudad y que se aprende desde niños como jugando. En ese libro están explicados e ilustrados la totalidad de los conocimientos en todos los ámbitos derivados de las siete artes liberales (3).

Inútil pretender establecer comparaciones con nuestra civilización moderna, su orden y sus métodos de aprendizaje, que lejos de constituir herramientas con las que conocerse uno mismo para optar a la Libertad, es decir, a la conciencia de infinitud en el marco de la existencia humana, tiende más bien a lo contrario, empezando por su enfoque analítico, cuantitativo y tendente a la acción, en detrimento de lo intuitivo, lo cualitativo y la contemplación, amén del sistema competitivo que penaliza a unos y premia a otros en una carrera desenfrenada hacia ninguna parte. O sea, y por decirlo de una vez, que al llegar al mundo se cortan las alas y con ello los altos vuelos. Los deseos de libertad quedan reducidos a pequeñas ambiciones personales que nos parecen lo más y así pasamos a engrosar la lista de asnos que van detrás de la zanahoria ávidos por alcanzarla, sin ser conscientes de que va enganchada en los propios arneses con los que estamos pertrechados al efecto, mientras participamos en el movimiento de la maquinaria del mundo y su productividad, legitimados como hombres y mujeres “de provecho” en una sociedad igualitaria, progresista y democrática. Toda una caricatura de una comunidad tradicional estructurada jerárquicamente según el modelo cósmico, esto es,

un mandala vivo, y por lo tanto un talismán e instrumento mágico que toca a la totalidad de los pobladores que viven allí, es decir al ser humano individual –y a todos los hombres– en su integridad (4).

Y ello, ni más ni menos, es lo que en verdad sería una cultura o la cultura. Nada que ver con lo que considera a día de hoy el personal supuestamente cualificado, que la nombra en vano y sin cesar como el patrimonio intelectual con denominación de origen que debe preservarse, ignorando que se trata de algo más que de un conjunto de saberes, creencias y pautas sociales cuantificables en base a lo sentimental, ideológico, pasional, etc., etc. Volvemos siempre a lo mismo, la degradación de los valores y la indigencia mental tomada como lo mejor... ¡en nombre de la libertad!


(Continuará)

Notas:
1. Federico González Frías. Las utopías Renacentistas, “La Ciudad del Sol”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016.
2. Tomás Campanella. La Ciudad del Sol. Ed. Zero, Madrid, 1984.
3. Federico González. Las utopías Renacentistas. “La Ciudad del Sol”, op. cit.
4. Ibid.

Imágenes:
1. Esquema volumétrico en forma de zigurat de La Ciudad del Sol, según Campanella.
2. Joos Van Craesbeeck. Las tentaciones de San Antonio, 1650. Galería de Arte del Estado, Karlsruhe.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



sábado, 20 de julio de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 4. El Teatro de la Memoria

Ahora situémonos en los albores de un nuevo amanecer, un nuevo acto en la Historia que se representa en la caja cósmica, donde juegan multitud de personajes en distintos decorados, y de entre los que algunos brillarán con especial intensidad, reflejando la Luz recibida fuera de los focos habituales. Este es el caso de Marsilio Ficino, quien bajo los auspicios de la Corte de los Médici fundará la nueva Academia platónica.

Marsilio Ficino reconocía la presencia de distintos niveles en el hombre y en el universo, lo que configuraba la existencia de mundos visibles e invisibles que actuaban de modo coordinado, sempiterno y constante entre dos polos: cielo y tierra. Y dado que estos planos se encontraban estrechamente unidos conformando un solo y único organismo vivo, se podría, en ese caso, actuar sobre ellos, es decir sobre energías sutiles y angélicas para que fecundaran así a los espíritus más gruesos, reconociendo de este modo la imponente armonía del conjunto e integrándose a ella mediante el reconocimiento de la unidad del Ser, del que el hombre, como microcosmos, estaba hecho a imagen y semejanza (1).


Como se puede ver, estamos ante un auténtico teúrgo que a su paso por el escenario del gran teatro del mundo, hizo emerger con vigor renovado la corriente sapiencial subterránea, tendiendo “lazos invisibles con los sabios de distintas cortes europeas, todas relacionadas con su pensamiento y regidas por autores herméticos, introducidos en ellas como maestros, profesores o ayos, en los distintos reinos, ducados o repúblicas, explicando sus ideas, que fueron, por otra parte, las que generaron el Renacimiento que a poco tomaría otros rumbos no tan sapienciales desde la época de Erasmo de Rotterdam” (2). O sea, un actor raptado por Amor, que se ve irremediablemente envuelto en la creación de una tupida red de relaciones y vínculos de orden sutil, que ha de materializar en una nueva concepción del mundo y una vuelta a los orígenes. Es decir, en la realización de la Utopía.

Una organización casi imposible de alcanzar por las limitaciones humanas, aunque real en otros espacios o mundos relacionados con las ideas. En el Renacimiento se forjó esta imagen que tiene antecedentes clásicos en Platón, quien incluso trató de llevarla a cabo, como Cicerón, entre otros (3).

(Continuará)

Notas:
1. Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: “Marsilio Ficino”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
2. Ibid.
3. Entrada: “Utopía”, ibid.

Imágen:
1. Anónimo. Gruta alquímica.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



viernes, 5 de julio de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 3. El Teatro de la Memoria

El poder mágico-teúrgico –y por lo tanto talismánico– de estos mandalas, promueve auténticas revoluciones internas en el iniciado, quien reitera sin desfallecer en su estudio atento y concentrado, tal cual una meditación, redoblando con paciencia en la labor de reunir lo disperso, es decir, restablecer las ligaduras que vinculan todos los planos entre sí. En este sentido, las obras de los Sabios, Magos, Alquimistas, Cabalistas y en general hombres y mujeres de Conocimiento, son métodos efectivos de realización espiritual que tienen como soporte el Arte de la Memoria.

Una disciplina de origen clásico y carácter esotérico practicada para entrenar en la Anamnesis. Similar objetivo persiguen los ejercicios mnemotécnicos de todo tipo que se realizan con la materia casi virtual de la memoria, elemento tan básico y misterioso en el hombre, que por medio de ella el pasado se hace presente. En el Renacimiento este arte de tipo clásico volvió a brillar generando una profusa y extraordinaria iconografía (1).


Arte “consistente en ‘memorizar’ por una serie de imágenes y asociaciones, distintos conceptos de modo indefinido para procurar estados diferentes de la conciencia. Generalmente, –lo que no suele ser excepción– se lo utilizaba de modo literal, para recordar cuestiones particulares u organizar un discurso, tal como los distintos métodos mnemotécnicos actuales: la memoria mecánica, la recitación, el canto, el teatro profano, etc.” (2).

Métodos que buscan resultados concretos y manifiestan intereses individuales, a la inversa de los ejemplos anteriormente considerados y los que veremos a continuación, que acrisolan el pensamiento en una época tan extraordinaria como la que estamos recordando –con sus luces y sombras–, de la que nuestra actual civilización es un reflejo deformado, o sea, un esperpento. Concepción literaria acuñada por Valle-Inclán, en boca de uno de los personajes más conocidos de su extenso repertorio teatral: Max Estrella, protagonista de Luces de Bohemia, “cuya cabeza rizada y ciega, de un gran carácter clásico-arcaico, recuerda los Hermes” (3). Hay quien ha visto en la obra una cierta relación con el descenso al antro de Lucifer narrado por Dante, que experimenta el antihéroe Máximo, realizando un viaje circular acompañado por un guía, de nombre Latino, en modo semejante a cómo Virgilio en La Divina Comedia, asiste al héroe en el recorrido por los círculos infernales, para culminar venturosamente la gesta.


(Continuará)

Notas:
1. Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: “Memoria”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
2. Entrada: “Arte”, ibid.
3. Valle Inclán. Luces de Bohemia. Ed. Espasa Calpe, Madrid, 1996.

Imágenes:
1. Estructura de La Divina Comedia, s. XIV.
2. Anónimo. Grabado Flammarion, 1888.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



miércoles, 19 de junio de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 2. El Teatro de la Memoria

Lo sobrenatural toma forma en el escenario, corazón del teatro, la caja escénica símbolo de la caja cósmica en la que cobra realidad la ilusión de la existencia que se desvanecerá como un sueño al finalizar la función. Un espacio otro en el que materializa la “memoria del mundo y del hombre, que se revela como una reminiscencia de la totalidad” (1). Aquí tienen lugar las hierofanías, es decir, la manifestación de lo sagrado y la posibilidad de lo que se conoce como catarsis: una comunión con aquellas Ideas-Fuerza puestas en juego “capaces de sacarnos de nivel y llevarnos a la comprensión de cosas que aún no se nos habían dado a conocer” (2). Un encantamiento que los intérpretes escenifican encantándose a sí mismos, tocados por la varita de Mercurio e inspirados por el soplo vivificante de las nueve hijas del Cielo: “Feliz aquél a quien aman las musas. Dulce fluye de su boca la palabra” (3).

Mnemosyne es la diosa griega de la memoria, hija de Urano y Gea, madre de las Musas engendradas con Zeus a lo largo de nueve noches, la cual era la que insuflaba la anamnesis en los seres humanos. Invocarla es llamar a la Inteligencia Universal para que se haga en nosotros. Lo fijo debe primar sobre lo aéreo para dejar así grabado en el papel, en la tablilla de barro, o el rollo, y el libro, las enseñanzas para llegar al Conocimiento acuñadas por el dios revelador; el que burila debe cuajar las ideas y dioses que le preceden y sobre todo ser muy amigo de Platón que escribió lo siguiente:

Disposición del alma capaz de conservar la verdad que hay en ella. (Definiciones) (4).


En virtud de lo cual surgen extraordinarios tratados y obras en general, entre las que se encuentran asombrosos procedimientos combinatorios de símbolos y analogías, que debidamente asimilados pueden abrir las puertas a otros estados de la conciencia. Ahí está para dar testimonio lo que deja escrito Abraham Abulafia, quien establece un método con las 22 letras del alfabeto hebreo, cada una de las cuales constituye una entidad simbólica, una Idea-Fuerza susceptible de combinarse con el resto, vehiculando la posibilidad de aprehender los principios del Orden Universal.

El Ars Combinatoria de Ramon Llull es otro modelo igualmente efectivo que alumbrará el pensamiento mágico al final de la Edad Media.

Él mismo explica que dicho Arte (...) era una emanación directa de los principios inmutables y universales, lo que tradujo en el empleo de unos soportes de intelección igualmente arquetípicos: los del número y la letra. Esto explica la enorme influencia que tendrá su legado en la mágica atmósfera del Renacimiento, y no tanto en su época agonizante, en la que su propuesta fue más bien incomprendida y rechazada, y él tachado de excéntrico, abstruso e incluso loco (5).

Lo mismo vale para La Divina Comedia, otro sistema de combinaciones de símbolos y analogías entre planos o niveles y sus mundos, en el que aparecen “las figuras de las virtudes y los vicios como imágenes de la memoria, formadas según las reglas clásicas, y las divisiones del Infierno de Dante como lugares de la memoria” (6). De modo semejante ocurre en el Purgatorio y por supuesto en el Paraíso, que recrea los nueve cielos siguiendo el modelo cosmogónico conocido: el de la Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno, las estrellas fijas “y el primer móvil o cristalino. En el cielo empíreo está Dios iluminando la rosa de los bienaventurados y rodeado de nueve círculos de jerarquías angélicas que son, desde el círculo más alejado al más próximo a Dios: ángeles, arcángeles, principados, potestades, virtudes, dominaciones, tronos, querubines y serafines” (7).

(Continuará)

Notas:
1. Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: “Anamnesis”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
2. Entrada: “Catarsis”, ibid.
3. Himnos Homéricos. Ed. Cátedra, Madrid, 2005.
4. Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: “Memoria”, ibid.
5. Federico González y Mireia Valls. Presencia Viva de la Cábala II. “Ramón Llull y Arnau de Vilanova”, Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
6. Frances A. Yates. El Arte de la Memoria. Ed. Siruela, Madrid, 2005.
7. Obras completas de Dante Alighieri. “La Divina Comedia”. BAC, Madrid, 2015.

Imágen:
1. Hildegarda de Bingen. Liber divinorum operum, detalle.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



martes, 4 de junio de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 1. El Teatro de la Memoria

La memoria del Sí Mismo deja un rastro invisible en aquellos que han tenido la gracia de presentirla, lo que los incita, en el tiempo, a hallarla nuevamente. Recuperar dicha memoria es fundamental y debe hacerse todo para eso. Componente esencial de la vida del ser humano, sin la cual no pueden fijarse los conceptos más existenciales, pues sin ella somos incapaces de recordar, ni siquiera, el ritmo de nuestras actividades motoras, tan ensamblado está el todo en el ser humano; igualmente éste en el Universo, un conjunto análogo de características más amplias (1).


Se dice que Zeus concibió a las Musas en sagrada unión con Mnemosine, la Memoria, en nueve noches distintas, número circular que simboliza la totalidad. Teniendo en cuenta la creencia de que aquéllas revelan a los hombres las Artes y Ciencias, mediante las cuales afinar nuestra participación en el concierto universal, no es de extrañar que los antiguos considerasen a la memoria una entidad superlativa, reveladora de la auténtica y oculta naturaleza del plano de realidad que se percibe ordinariamente, un entramado de símbolos vivos y actuantes. Nada que ver con la acostumbrada “multiplicación horizontal de gestos indefinidos que se realizan en forma mecánica –casi sin que lo queramos– y que nada dice a nadie en razón de la autocensura que trae aparejada el entrenamiento que la sociedad contemporánea nos otorga” (2).

Afortunadamente es posible otra manera de encarar la creación y nuestro papel en ella, “una expresión directa de los principios, las fuerzas y las energías originales” (3) que toman cuerpo en formas impactantes y se imprimen con imborrable fijeza, tal cual lo representan las imágenes que pueblan las distintas cosmovisiones con sus númenes de aspecto sobrecogedor. Del Thot egipcio al Hermes griego, del Mercurio romano al Quetzalcoátl mesoamericano y al Wotan u Odín nórdico, todos son una sola y única entidad: el escriba divino –poeta y guerrero–, encargado de la correspondencia entre la divinidad y el hombre, para lo cual no se priva de realizar escaramuzas si con ello logra sus propósitos.

A decir verdad, existe una tropa impresionante de dioses y héroes míticos civilizadores, cuyas gestas son evocadas en el escenario de la conciencia donde actúan cabalmente disfrazados para la ocasión.

Cicerón afirma (De Oratore II, 88, 359), que es útil poner máscaras teatrales a los conceptos hasta transformarlos en imágenes activas en nuestra memoria (4).


Los dioses y diosas en sus reinos celestes e infernales, así como los de los mundos intermediarios, han de poder ser recordados y traídos al presente con viveza y precisión. De modo que estas entidades enigmáticas se presentarán siempre con sus respectivos atributos, en el argot teatral el atrezzo, que junto con el vestuario y demás aparato escénico que las acompaña, definen su categoría y su correspondiente función, es decir a qué reino pertenecen y qué papel encarnan en la gran obra de Dios que es la Cosmogonía.

(Continuará)

Notas:
1. Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada: “Memoria”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
2. Federico González. El Simbolismo Precolombino. Cosmogonía, Teogonía, Cultura. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016.
3. Ibid.
4. Giulio Camilo. La Idea del Teatro. Ed. Siruela, Madrid, 2006.

Imágenes:
1. Antón Raphael Mengs. Parnaso. Apolo, Mnemosine y las Musas, 1761. Museo Hermitage.
2. Sarcófago con las Musas, detalle, 280-290 d.C. Museo Nazionale Romano Palazzo Mássimo.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.