jueves, 5 de diciembre de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 5. La Magia en la época Isabelina

(Viene del capítulo anterior, donde se habla de la obra teatral Hamlet, el príncipe de Dinamarca, de William Shakespeare. En dicho capítulo, su protagonista enumera facetas perversas en todos los personajes que le circundan reconociéndolas en sí mismo).

Mal que le pese al género masculino, se ha de admitir que no anda errado con estas confesiones a su contraparte femenina personificada en la bella Ofelia, hecha a imagen y semejanza de las dos Venus: la uránica o celestial, —equivalente a la Sabiduría que se refleja en la Inteligencia y da lugar al Conocimiento como medio de proyección que se concreta en el mundo formal—, y la ctónica e infernal, a la que a continuación se referirá Hamlet con rotundidad, exponiendo aquellos aspectos invertidos en que se manifiesta la diosa del amor, acerca de lo cual existen abundantes referencias, como es el caso de Lilith en las mitologías mesopotámica y hebrea. Discurso insultante para una multitud en la vorágine de la confusión reinante, que es lo que precisamente encarna esta entidad sedienta de sangre.

La Naturaleza os dio una cara, y vosotras os fabricáis otra distinta. Andáis dando saltitos, os contoneáis, habláis ceceando, y motejáis a todo ser viviente, haciendo pasar vuestra liviandad por candidez (1).


El rigor con que denuncia la perfidia en el mal llamado sexo débil, quizá pueda ser tildado de ofensivo y discriminatorio de acuerdo a determinados prejuicios que enmarcan nuestra mentalidad actual. Cierto es que la obra está escrita en una época en que a la mujer se le complicarán cada vez más las cosas, con no pocas dificultades para acceder al conocimiento y casi nulas posibilidades de llevar una vida medianamente digna, puesto que en general se las ningunea, pero ello no quita para tener en cuenta la existencia de excepciones muy notables e influyentes a la hora de abrir nuevos espacios mentales, que no sólo no participan del embotamiento general, sino que, reconociendo una vinculación invisible con el origen, más allá de la individualidad, afrontan la igualdad por lo más alto, sin distinción de sexo. En este sentido, cabe considerar la afinada inteligencia que distingue a las féminas en las obras de Shakespeare, tal el caso de Porcia en El Mercader de Venecia, una encantadora representación de la Sabiduría, mientras que su reverso tenebroso sería Lady Macbeth.


(Continuará)

Notas:
1. William Shakespeare. Obras completas I. “Hamlet, Príncipe de Dinamarca”, Ed. Aguilar, Madrid, 2003.

Imágenes:
1. Johann Heinrich Füssli. ‘Falstaff descubierto en la cesta de la ropa’, inspirado en la obra Las alegres comadres de Windsor, 1792.
2. Edward Alcock. Portia y Shylock. El Mercader de Venecia, IV, I, 1778.
3. Ellen Terry como Lady Macbeth, 1889.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



miércoles, 20 de noviembre de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 4. La Magia en la época Isabelina

Aunque de naturaleza oculta, [la influencia de John Dee] será formidable, —una prolongación de la Sabiduría—, tal como ocurre con Merlín en el reino de Camelot e igualmente con Próspero, el mago que habita la utópica isla donde se ubica la trama de La Tempestad, obra mágica que será representada en la corte por King’s Men, la compañía de teatro objeto del patrocinio real que incluirá a Shakespeare como principal dramaturgo, con un repertorio cuya escenificación pone en juego Ideas-Fuerza de índole regenerativa —catarsis—, que atañen al ser en particular y al reino en general como un todo cohesionado, íntegro.


De entre sus obras, escogeremos la historia del príncipe Hamlet, destinado a ser el brazo de la justicia divina que restablezca el orden legítimo, entregando finalmente la propia vida. Innegable la determinación con la que el protagonista asume la tarea; una actitud vital que recuerda al furor inspirado de Giordano Bruno o Marsilio Ficino, por citar un par de ejemplos, lo que no quita para que sea una cruda en toda regla difícil de sobrellevar: revelar el entramado de traición a la Corona concebido por su tío y la complicidad de su madre. Ello lo sumirá en una profunda melancolía, que curiosamente le proporciona la lucidez necesaria para ver en sí mismo lo tenebroso disfrazado de amor y bondad, reflejado en la propia familia, por lo que ha de permanecer bien despierto en un entorno como este, sembrado de peligros, dificultades extremas aparentemente insalvables y enemigos sin cuento, personajes todos que se desvanecerán al término de la función, tal y como lo refiere Próspero en La Tempestad y Segismundo de otra manera en La vida es sueño.

En realidad, todas las situaciones representan estados del alma, y todos los personajes aspectos que están en uno mismo: desde el rey asesinado hasta el propio asesino, o la reina madre igualmente implicada, así como el chambelán real y su retórica empalagosa que le hace un ser patético, aunque por momentos con cierta lucidez, como es el caso de los consejos que proporciona a sus hijos. También los cortesanos que se acercan al príncipe, movidos por intereses ocultos para obtener ventajas varias, nadie se librará de la perspicacia con la que el propio Hamlet desenmascara faceta perversas que también están en él:

Yo soy bastante decente, pero puedo acusarme de cosas tales que más valdría que mi madre no me hubiese engendrado. Soy muy orgulloso, vengador, ambicioso, con más disposición para hacer daño que ideas para concebirlo, imaginación para plasmarlo o tiempo para cumplirlo. ¿Por qué gente como yo ha de arrastrarse entre la tierra y el cielo? Todos somos unos miserables: no nos creas a ninguno (1).

(Continuará)

Notas:
1. William Shakespeare. Hamlet, Príncipe de Dinamarca. Biblioteca Pública Digital de San Luis.

Imágenes:
1. Autor desconocido. Escena de La Tempestad con Próspero en el centro, Ariel a su izda. y Miranda a dcha. Yale Center for British Art.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



miércoles, 6 de noviembre de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 3. La Magia en la época Isabelina

Otro de los importantes en el panorama renacentista, que al parecer dio en su juventud sus primeros pasos como dramaturgo, reiterando el gesto de los comediantes ingleses, es el gran Juan Valentín Andreae, autor de los famosos Manifiestos Rosacruces —que producirán una honda impresión en toda Europa—, y también de Cristianópolis y Las Bodas Químicas de Christian Rosenkreutz.


Obras con decorados impresionantes como jardines de ensueño de una rara belleza, salones y otras estancias ricamente guarnecidas con objetos extraordinarios, que en sí mismos y por el lugar en que se encuentran, ocultan claves y correspondencias simbólicas como método operativo de un conocimiento esotérico destinado a promover rupturas de nivel; tal cual el Teatro de la Memoria, al fin y al cabo una manera de representar la utopía, ese estado del alma que no tiene lugar físico, aunque ello no impide su proyección en este plano, siempre fugaz, al estar sujeto a las condiciones de manifestación espacio-temporal. No decimos nada más, si bien existen fuentes fiables acerca del tema, altamente recomendables para el interesado en ello, asegurándole que si apunta en la dirección indicada no errará el tiro (1).

Un escritor francés que ha estudiado la literatura rosacruz en relación con Shakespeare opina que La boda química refleja ritos de iniciación mediante la representación del misterio de la muerte. Cree que algunas obras de Shakespeare (en especial menciona el sueño parecido a la muerte de Imogena, y su resurrección en Cimbelino) reflejan esas experiencias, transmitidas en imágenes por medio de alusiones esotéricas. En la imaginería de Cimbelino ve influencias de “alquimia espiritual”. El método rosacruz de utilizar la obra de teatro o la ficción como vehículo para entregar un significado esotérico sería también el de Shakespeare (2).


Volviendo a Dee, recordaremos que concibe La Mónada Jeroglífica, un sistema simbólico de combinaciones, cuyo aprendizaje y puesta en práctica opera insondables transformaciones en el alma que se presta a profundizar en él, conjugándolo con otros sistemas análogos como el cabalístico, el numérico u otros herméticos y alquímicos, equivalentes a los que ya hemos visto con anterioridad.

El autor de La Mónada representa la Unidad —Amor—, mediante un enigma que simboliza la Armonía Universal como idea matriz de la concordia en el mundo, cuya instauración redundará en el orden político y religioso. Empresa titánica en la que se embarca, ejerciendo entre otras funciones de astrólogo-consejero en la corte Isabelina, siempre bajo la guía de la Ciencia Sagrada como medio para conocer las cosas del Cielo y su proyección en la Tierra.

(Continuará)

Notas:
1. Federico González. Las Utopías Renacentistas. Cap. IV. “La Utopía de los Manifiestos Rosacruz. La Fama, La Confessio”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016
2. Frances A. Yates. Las últimas obras de Shakespeare: una nueva interpretación. Fondo de Cultura Económica, México D. F., 2001.

Imágenes:
1. Placa que representa la actuación al aire libre de El Euleo celebrando el regreso de Alejandro de la India, con escenografías diseñadas por Lodovico Burnacini, 1670. Metropolitan Museum, Nueva York.
2. Fuegos artificiales el 8 de diciembre de 1666 con motivo del matrimonio de Leopoldo I con Margarita Teresa de España. Palacio de Schönbrunn Kul-tur-und Betriebsges.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



lunes, 21 de octubre de 2024

El Teatro en el Renacimiento 2. La Magia en la época Isabelina

La propia soberanía contribuye a difundir y engrandecer la famosa Historia de los Reyes de Britania (1), que narra el viaje de Bruto —descendiente del Eneas troyano— a la mítica isla, dando comienzo al linaje de reyes que culmina con el rey Arturo y se perpetúa hasta el presente, en que la decadencia y el caos se cierne sobre Occidente debido a enconados enfrentamientos ideológicos, que revelan una acentuada rigidez en las propias estructuras culturales. A todo esto, un nutrido grupo de artistas afines a la Corona se sumarán a dicho engrandecimiento; desde poemas como el que Edmund Spenser le dedica a Isabel I, La Reina de las Hadas, donde se refiere a tan extraordinaria ascendencia, hasta libretos teatrales como Cimbelino o El Rey Lear, nombres de reyes predecesores de la saga artúrica que entronca con la actual reina virgen. También el mago John Dee hará su aportación a la causa, encabezando este movimiento amplificador reformista con epicentro en la corte isabelina, que no por ello dejará de ser un nido de intrigas en el que se gestan engaños por doquier que juegan en contra y que ciertos personajes tratan de contrarrestar, como es el caso de Dee, en contacto directo con las principales corrientes gnósticas de las que bebe, a la par que ofrece a sus allegados esa misma posibilidad, que incluye el libre acceso al Conocimiento depositado en su extraordinaria biblioteca, generándose un círculo de personalidades en torno a un único fin, el más elevado y profundo al que se pueda aspirar. Estamos hablando de escritores, actores, músicos, pintores, etc., etc., poetas como Edmund Spenser y Philip Sidney; o Íñigo Jones, célebre arquitecto, escenógrafo y figurinista con inspiradas aportaciones en estos campos, además de popularizar las Mascaradas como género teatral que se representa en la corte. No olvidemos al gran William Shakespeare, cuya obra —a la que no le faltarán detractores— será elogiada desde el principio por sus extraordinarias cualidades:

Así como el griego se hizo famoso y elocuente por Homero, Hesíodo, Eurípides, Esquilo, Sófocles, Píndaro, Focílides y Aristófanes, y el latín por Virgilio, Ovidio, Horacio, Silio, Itálico, Lucano, Lucrecio, Ausonio y Claudiano, del mismo modo el inglés se ha enriquecido poderosamente y se ha adornado con raros atavíos y brillantes prendas por sir Philip Sidney, Spenser, Daniel, Drayton, Warner, Shakespeare, Marlowe y Chapman: Como el alma de Euforbio se consideraba viviendo en Pitágoras, así el alma ingeniosa de Ovidio vive en el melifluo Shakespeare; testigos, su Venus y Adonis, su Lucrecia, sus dulces Sonetos, conocidos de sus amigos íntimos... Y así como se estima a Plauto y a Séneca cual los mejores para la comedia y la tragedia entre los latinos, así Shakespeare, entre los ingleses, es el más excelente en ambos géneros escénicos; para la comedia, testigos, Los dos hidalgos de Verona, sus Equivocaciones, sus Trabajos de amor perdidos, sus Trabajos de amor ganados, su Sueño de una noche de San Juan y su Mercader de Venecia; para la tragedia, sus Ricardo II, Ricardo III, Enrique IV, El rey Juan, Tito Andrónico y Romeo y Julieta. Y como Epio Stolo decía que las musas hablarían en la lengua de Plauto si quisieran hablar latín, así digo yo que las musas hablarían en la bellísima y fluente lengua de Shakespeare si hubiesen de hablar inglés (2).

Ciertamente, no son pocas las personalidades que incitadas por el Fuego del Amor al Conocimiento, abrazan causa tan justa y necesaria como esta de actuar en toques de atención a grande y pequeña escala, hecho mágico que representa la simiente del nuevo mundo.


En ello se vuelca el matemático John Dee, persona de confianza de la reina al que Shakespeare debió conocer; por lo demás, se ocupó de ir más allá y cruzó las aguas atraído por las propias fuentes de sabiduría con las que se nutren los iniciados repartidos por todo el orbe, como es el caso de Giordano Bruno, vinculado como ya vimos en el capítulo dedicado al Teatro de la Memoria, con las corrientes gnósticas y la Magia

que predicó por toda Europa y, en particular, en Inglaterra de 1582 a 1585, los años formativos de Shakespeare. Opino que se siente la influencia de Bruno en Trabajos de Amor perdidos, donde cuatro miembros de una “Academia Francesa” (Bruno vino a Inglaterra con un mensaje político-religioso del rey francés) se reúnen, haciendo eco probablemente de los esfuerzos de la Academia de Poesía y Música de Baïf, que buscaba unir a católicos y hugonotes mediante las influencias hechiceras de la poesía y la música. Por tanto, Shakespeare, o al menos eso creo, sabía de los principales propósitos religiosos de la magia renacentista, incluso en sus primeras obras (3).

(Continuará)

Notas:
1. Escrita en el siglo XII por Geoffrey de Monmouth.
2. William Shakespeare. Obras completas I. “Primer elogio a Shakespeare”. Ed. Aguilar, Madrid, 2003.
3. Frances A. Yates. Las últimas obras de Shakespeare: una nueva interpretación. Fondo de Cultura Económica, México, 2001.

Imágenes:
1. Retrato de William Shakespeare. Colección Cobbe, 1610.
2. Retrato de John Dee, s. XVI. ¿Quién se oculta tras la máscara?

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



martes, 8 de octubre de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 1. La Magia en la época Isabelina

En el Renacimiento existen grupos herméticos y organizaciones en las que pervive el influjo espiritual, la teúrgia universal, la transmisión de la doctrina que efectiviza la realización interior-intelectual, pero por la propia naturaleza de sus cometidos espirituales suelen mantenerse al abrigo de las miradas profanas y con frecuencia no dejan pruebas escritas de su existencia, o sea, que permanecen al “margen” de la historia. (...) Entidades donde las enseñanzas de Thot-Hermes se iban actualizando y vehiculando de una manera fresca, viva, y no exenta de paradojas. Otra cosa es la degeneración a la que se vieron sometidas algunas de ellas posteriormente, o bien la imitación burda y grosera que sufrieron por parte de ciertos seres ubicados totalmente en un punto de vista exotérico (1).


Con lo que llevamos visto, hace cuatro siglos poco más o menos, el teatro se considera en ciertos círculos un vehículo de Conocimiento y un soporte ritual que promueve auténticas revoluciones internas, el despertar espiritual, el recuerdo de la existencia de otros estados “donde se producen las teofanías y se revelan entidades angélicas y divinas” (2). Las fuerzas uránicas se concretan en un juego mágico que recrea la Unidad, reflejada en la égida imperial de la que emana el orden y el buen gobierno. En la Inglaterra Isabelina, se tiene noticia de espectaculares puestas en escena que teatralizan historias ejemplares con entidades legendarias y divinidades, que se presentan como los antepasados míticos de la realeza, lo que la legitima como garante en el alumbramiento de la nueva Albión, que habrá de renacer de entre sus cenizas cual ave Fénix.


(Continuará)

Notas:
1. Federico González y Mireia Valls. Presencia Viva de la Cábala II. “Enrique Cornelio Agrippa”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
2. Federico González y col. Introducción a la Ciencia Sagrada. “Nota”. Ed. Symbolos, Barcelona, 2003

Imágenes:
1. José del Castillo. Minerva encargando a Mercurio la protección de las Artes, detalle, 1762.
2. Giovanni Burnacini. Diseño escenográfico. Apolo venciendo a Pitón.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



viernes, 20 de septiembre de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 8. El Teatro de la Memoria

También el I Ching es un vehículo de Conocimiento con carácter oracular, semejante a los demás sistemas de combinaciones simbólicas que ya hemos visto, aunque éste pertenece a otra forma de pensamiento tradicional. En cualquier caso, todos son objetos con un grandísimo poder evocador del Misterio, la Verdad y la Belleza, siempre y cuando se los utilice en línea con ello y no como desgraciadamente suele ser lo más habitual: con fines particulares e interesados, engañando y estafando además de contribuir a la confusión, aportando si cabe más caos al ya existente.


Terminamos con otro actor inclasificable, que deja una huella imborrable a su paso por el escenario del gran teatro del mundo, al punto que a día de hoy continúa fascinando y generando numerosos estudios. Nos referimos al gran Giordano Bruno, cuya vida y obra es acorde con los principios eternos fundamentales, en base a los cuales ordena un discurso que recuerda todo cuanto puede ser conocido, comprendiendo el amor y lo bello que atrae al alma ahí donde se encuentra. “Un alma no puede ver la Belleza sin haberse hecho bella” dice Plotino en sus Enéadas (1).

Por el contacto intelectual con ese objeto divino, se vuelve un dios; a nada atiende que no sean las cosas divinas, mostrándose impasible e insensible ante esas cosas que por lo común son consideradas las más principales y por las cuales otros tanto se atormentan (2).


Y ello puede ser alcanzado mediante ciertos y efectivos métodos que el mago expone sin cortapisas, salvo las que cada cual se imponga sometido por sus propias rigideces e incomprensiones, que también pueden derivar en reacciones y rupturas de nivel, rescatándonos de la tibieza y la mediocridad.

Se trata de un conjunto de sistemas simbólicos combinatorios unidos por vínculos invisibles en el plano de las Ideas, juegos de ruedas dentro de otras cuya puesta en marcha acciona resortes desconocidos de la memoria, que abren puertas a otras realidades en la escala del Conocimiento, por la que ascenderemos “mediante operaciones internas, del movimiento y la multiplicidad al reposo y la unidad. (...) A tal efecto nos servirán de ayuda y estímulo la conexión establecida entre las cosas y la secuencia de estas conexiones” (3). Con todas estas herramientas intelectivas a su alcance, el mago dispone de un amplio abanico de posibilidades que se le ofrecen y que pone a nuestra entera disposición para que practiquemos en el arte de elevar el alma hacia su origen, recordándolo. Y eso es lo que es, ni más ni menos, la reminiscencia platónica, evocar la memoria primigenia, el Principio y germen de la Creación, recrear el Cosmos y trascenderlo, meta de todos estos trabajos que el gran Giordano Bruno nos anima a realizar, contagiándonos su entusiasmo furioso.

Mago y poeta, filósofo y matemático, iniciado en los misterios de Hermes, bebió directamente de la influencia del Noûs o Intelecto, –eterno y a la vez encarnado en el tiempo–, el cual fue acunado en nuestra civilización, como muy bien supo nuestro sabio, en Egipto. (...) Su obra es muy extensa, una verdadera síntesis de Hermetismo, Cábala, y Cristianismo. El “diálogo” es el método principal de su exposición, o sea el arte de la mayéutica, con el que pone al descubierto la identidad esencial de estas ramas tradicionales y de todas sus ciencias (4).

Sistemas zodiacales, geométricos, musicales y numéricos, expuestos en forma de discurso unas veces y diálogos otras, acompañados por imágenes y emblemas con vínculos secretos entre sí, en los que juegan también letras, palabras, figuras, sellos, nombres de poder cabalísticos, divinidades, elementos, metales, etc. etc. Se trata en definitiva, de edificar con la fuerza del pensamiento castillos en el aire, tal y como nos lo explica Tansillo, personaje de Los heroicos furores:

Y, entre otras cosas, una torre cuyo arquitecto es el amor, la materia el amoroso fuego y él mismo quien la construye. “Mutuo fulcimur” –dice–: es decir, yo os edifico y sostengo allí con el pensamiento, y vosotros me mantenéis aquí con la esperanza, vosotros no tendríais vida si no fuese por la imaginación y el pensamiento con que os formo y sostengo, y yo sin vida me hallaría si no fuese por el alivio y refrigerio que por vuestro medio recibo (5).

Aquí lo dejamos, con el emblema del apoyo mutuo ofrecido por amor, que tan alegre, delicada y esplendorosamente representan las tres Gracias, abrazadas en una danza semejante a un rondó, en el que también participan quienes decidieron sumarse con plena libertad a este gesto que consiste en devolver lo recibido.

La llama de Eros prenderá y arderá en su propia comprensión con tal viveza e intensidad, que generará toda una onda revulsiva y renovadora que no sólo ha de perdurar en el recuerdo, sino que tendrá repercusiones insospechadas que atañen a nuestra manera de ser y concebir el mundo. Pensamos en la conmoción que generan los manifiestos Rosacruces, además de su enorme valor en el desarrollo del pensamiento hermético. Pensamos en las misteriosas Bodas Alquímicas y en la bella Cristianópolis; también en la extraordinaria Nueva Atlántida, y en otras obras de la mano de un nutrido grupo de personalidades, entregadas a mantener viva la memoria de la Tradición Unánime y Primordial. Hablamos de cabalistas, hermetistas, magos, brujas, astrólogos, pitonisas, geómetras, músicos, matemáticos, alquimistas, poetas y un larguísimo etcétera de gentes de Conocimiento, anónima o con nombre y apellidos, es lo mismo, todos a una secundan la cristalización del nuevo mundo en el plano de las Ideas.


(Fin del cap.: “El Teatro en el Renacimiento”: El Teatro de la Memoria)

Notas:
1. Plotino. Enéadas. Ed. Gredos, Madrid, 1985.
2. Giordano Bruno. Los Heroicos Furores. Ed. Tecnos, Madrid, 1987.
3. Giordano Bruno. Las Sombras de las Ideas. Ed. Siruela, Madrid, 2009.
4. Federico González y Mireia Valls. Presencia Viva de la Cábala II. “Giordano Bruno”, Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
5. Giordano Bruno. Los Heroicos Furores, op. cit.

Imágen:
1. Juan de pie ante el falso profeta, el dragón y la bestia. Royal 15 D II, f. 174v. British Library.
2. Cornelis Schut. Escena con las siete Artes Liberales, 1635.
3. Théodore de Bèze. Vrais Pourtraits, 1581.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



jueves, 5 de septiembre de 2024

El Teatro del Renacimiento. 7. El Teatro de la Memoria

Citaremos ahora otro ejemplo de sistema combinatorio de símbolos y analogías, que toma forma apenas recién descubierto el nuevo continente allende los mares. Hecho a todas luces extraordinario, ya que plantea la presencia de mundos desconocidos en ese momento, es decir, otras realidades que siempre estuvieron ahí y que ahora aparecen, se hacen visibles, lo que se vive como un auténtico renacer y da nombre al período que estamos tratando.

La Idea del Teatro es el título de la obra que Giulio Camillo diseñó, tomando como modelo un teatro al modo clásico con siete gradas, cada una de las cuales está dividida en otras tantas porciones y distintas escenas con los dioses y diosas celestes y ctónicos en combinación con nombres cabalísticos, signos, constelaciones zodiacales, elementos, planetas, metales, estados, situaciones, etc., etc. El propio Camillo reconoce haberse “esforzado por hallar, para estas siete dimensiones, un orden adecuado, preciso y diferenciado que mantenga siempre los sentidos despiertos, y la memoria, estimulada” (1). Para ello el espectador ha de situarse en el centro del escenario, desde donde contempla el conjunto de la creación.

Siguiendo el orden de la creación del mundo, situaremos en los primeros grados las cosas más simples o de mayor dignidad, o bien las que podamos imaginar que van, por disposición divina, antes que las demás cosas creadas. A continuación, colocaremos de grado en grado las que las siguen sucesivamente, de tal modo que el séptimo, o sea, el último grado superior, albergará todas las artes y capacidades sujetas a regla, no por su poca importancia, sino por una razón cronológica, ya que son las últimas que los hombres han descubierto (2).

Partiendo de la designación de ciertos nombres de poder cabalísticos recogidos del Árbol de la Vida, se invoca con ellos a los siete dioses: siete Potencias invisibles que materializan adoptando el aspecto de planetas –que son, por así decir, sus máscaras–, si bien se muestran en un orden que difiere en la forma conocida cabalística sin desviarse de lo esencial. Lo que se busca es activar la facultad de la Memoria

a través de símbolos, señales, códigos, talismanes, etc. que, como por ejemplo el Árbol de la Vida Sefirótico, vinculan simpáticamente los distintos órdenes de la realidad, los que se tornan conscientes en el alma del teúrgo. Este, a la vez que redescubre que la estructura de su psiqué es una con la del modelo simbólico con que trabaja –lo que le da la oportunidad de conocerse–, también advierte la posibilidad de actuar como reverberador de todas las secretas relaciones del diseño universal (3).


Los antiguos guardan la costumbre, nos dice Giulio Camillo, de transmitir bajo ocultos velos los secretos de Dios. Velos que enmascaran lo que sólo a unos pocos se les permite reconocer, mientras que los demás únicamente pueden conocerlo mediante parábolas “para que viendo no vean y oyendo no entiendan” (4).

Sabiendo entonces que no es posible concebir lo infinito e innombrable si no es por medio de símbolos y signos, propone que nos hemos de valer de ellos para elevarnos a aquello que está fuera del alcance de los sentidos, “a fin de que a través de las cosas visibles, nos elevemos a las invisibles” (5). Obviamente hemos de aprender entonces qué son los símbolos, lo que cada cual representa y las relaciones igualmente simbólicas que pueden establecerse entre sí, todo un entramado significativo y coherente que cohesiona y da sentido a la creación.

Su modelo es el relato bíblico del Génesis, un relato filtrado por la interpretación cabalística, reinterpretado y acorde con la tradición hermética y neoplatónica. Las obras de Giovanni Pico della Mirandola y de Marsilio Ficino, y aquélla, muy próxima en el tiempo y en el espacio, de Francesco Giorgio de Venecia, son para Camillo los puntos de referencia esenciales de su realización. Los siete grados del teatro encarnan, pues, la expansión de la unidad en la pluralidad; las imágenes que los caracterizan imprimen en la memoria las diferentes fases, mejor dicho, los diferentes aspectos de un proceso que se inicia en las profundidades de lo divino y que se manifiesta despueés en la naturaleza, en el hombre y en el mundo que el hombre produce (6).

El Teatro de la Memoria de Giulio Camillo es entonces un soporte extraordinario de intelección, en correspondencia con otros igualmente simbólicos como los que estamos conociendo, entre los que también se debe incluir al Tarot, un juego de naipes mágico semejante a un teatro con personajes y elementos cuyas relaciones entre sí constituyen un sistema tridimensional de combinaciones simbólicas que tienen lugar a cuatro niveles simultáneamente, tantos como palos tiene la baraja. La Belleza y profundidad con la que se representa el Misterio en este teatro cosmogónico oracular es efectivamente poderosa y no se ha de tomar a la ligera. Teniéndolo presente, nos permitimos mencionar la existencia de una obra excepcional, de absoluto interés para el buscador: El Tarot de los Cabalistas. Vehículo Mágico (7).

(Continuará)

Notas:
1. Giulio Camilo. La Idea del Teatro. Ed. Siruela, Madrid, 2006.
2. Ibid.
3. Federico González y Mireia Valls. Presencia Viva de la Cábala II. “Giordano Bruno”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
4. Mt 7, 6 y 13, 11-14.
5. Giulio Camilo. La Idea del Teatro, op. cit.
6. Lina Bolzoni. La Idea del Teatro, “prólogo”, ibid.
7. Federico González. El Tarot de los Cabalistas. Vehículo Mágico. Mtm editores, Barcelona, 2008.

Imágen:
1. Giulio Camillo. Diseño Teatro de la Memoria.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.