miércoles, 20 de septiembre de 2023

La Cova de Sant Martí, un centro oculto

Se dice que había un centro sagrado en nuestro mundo desde el que se irradiaba el Conocimiento y la Sabiduría a toda la humanidad en su edad de oro, antes de que la historia diese comienzo. Estaba en lo alto de una montaña a la vista de todos, pero llegaron tiempos oscuros y hubo de ocultarse en una caverna para preservar su función.

Ese centro subterráneo es un arquetipo que se reitera en muchos mitos y leyendas focalizados en puntos concretos de la geografía, los cuales simbolizan otras tantas protecciones de aquél: el Antro de las Ninfas griego o el romano de Cumas, o bien la cueva de Artà en la que discurre la epopeya de Nuredduna cantada por el poeta. Lugares que permanecen en la memoria colectiva si es que han sido reseñados en las guías de viajes como sitios que merece la pena visitar, o que por el contrario amenazan con caer en el olvido. La Cova de Sant Martí es un ejemplo de estos últimos (1).


Situada entre el monte homónimo y Es Llac Gran de Alcúdia, la Cova es una gran dolina a cuyo nivel inferior se accede mediante una escalera de piedra empinada. En él se configura un amplio espacio cuyo centro está jalonado por un pozo –hoy en día cegado y coronado por una cruz–, al cual se abren tres cavernas que albergan respectivamente, al norte, un recinto semiaterrado del que se sabe muy poco (2); al este, una capilla dedicada a San Martín de Tours; y al suroeste, un edículo con una clave de bóveda en la que se ve a San Jorge matando al dragón, presidido por un retablo antiguo con el mismo motivo y que está muy deteriorado por la acción del agua y de los vándalos.


Según la historiografía oficial, la Cova aparece citada en documentos del siglo XIII y se hipotetiza, dada la proximidad de la ciudad romana de Pollentia (de la que Pollença toma su nombre) y a la vista de ciertos detalles arquitectónicos de la escalera de acceso a la sima, que pudo existir en ella, durante los primeros siglos de nuestra era, un culto cristiano primitivo semejante al que se realizaba en las catacumbas de Roma. También hay quien dice que podría haberse tratado de un lugar en que los monjes templarios realizaban sus ritos.

Lo cierto es que quien se sumerge en silencio y sin ideas preconcebidas en este espacio envuelto por la piedra y el cielo (lo cual no es fácil porque el recinto está cerrado al público) percibe que hay una historia arcana de este centro espiritual del que esa piedra y ese cielo han sido testigos. Un acontecer del que quizás no se podría reseñar ningún hecho temporal destacado porque puede que no lo haya habido. Una metahistoria protagonizada por el Misterio y la emanación de un Ser Universal de su entraña, de una oquedad primordial de la que brota permanentemente la Luz.


Notas:
1. La Cova estuvo a punto de desaparecer en el siglo pasado convertida en un pedregal en el que se vertían las rocas extraídas de los terrenos cercanos tras roturarlos o excavarlos. En verdad, habría quedado definitivamente sepultada de no haber sido por unas oportunas intervenciones arqueológicas.
2. José Antonio Encinas, en su intrigante libro Lluganaika. La magia trascendente en Mallorca. Ed. Miquel Font, Palma, 1987, aporta una cartografía de este recinto y documenta la existencia de inscripciones epigráficas parecidas a marcas de canteros en la galería semiaterrada, más allá de una laguna interior.

Imágenes:
1. La Cova de Sant Martí, Alcúdia.
2. La capilla de San Martín de Tours.
3. La capilla de San Jorge.

Colección Aleteo de Mercurio 9.
Mallorca. Una mirada simbólica.
Mireia Valls y Marc García.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2022.



martes, 5 de septiembre de 2023

La Festa des Vermar

Si ha llegado el tiempo de la vendimia, hay que dirigirse a Binissalem para gozar de la Festa des Vermar.


Las chirimías preceden la llegada de los gigantes vendimiadores, risueños y de gentil mirada, a la cabeza de una procesión de autoridades civiles y militares a la que siguen coros y bandas que interpretan canciones populares. Engalanados, se dirigen a la iglesia de Santa María donde son recibidos por el párroco y otros sacerdotes prestos a celebrar el oficio religioso. Todo ello conforme a un protocolo que a uno quizá se le antoje un tanto rígido, pues en nuestros tiempos ya casi no se recuerda la razón de ser y la esencia de los ritos tradicionales que el folklore atesora.

Por inercia, uno se uniría a la comitiva ceremonial. Pero puede que al girar la vista, en un instante fugaz, su interés sea raptado por otro gigante que espera detrás de unas rejas, quieto, callado y con la mirada un tanto extraviada, a que el sol decline para que se muestre la otra cara de la fiesta.

En el momento adecuado y bajo sus auspicios, se dará la señal para que empiece a correr un vino que alegrará los corazones y abrirá la mente a otras realidades.

¡Claro, es Baco! El Dioniso de los griegos, el dios del vino y del teatro, de la danza desenfrenada, de la orgía, las rupturas de nivel y la rotura de los moldes. Los romanos lo llamaron también Líber o Libertador, promotor del furor mistérico que abisma en lo desconocido e iniciador en los ritos de conocimiento. Su llegada arrastra a las almas hartas de lo establecido y ávidas por emprender el vuelo a otros espacios más reales que los que perciben limitadamente los sentidos.


Sí, el vino es un vehículo idóneo para estas aperturas, según se ha atestiguado en el Mediterráneo por milenios. En Mallorca hace siglos que se produce, no sin dificultades y altibajos. Muchas zonas del Raiguer, del llano central de la isla y de la sierra están llenas de viñedos, y en septiembre entregan un fruto dulce y jugoso del cual, por medio de una sutil alquimia, se destila un líquido espirituoso análogo a la sangre. Como conjunción del agua y del fuego (la lluvia, hoy auxiliada por el riego, y la luz y el calor del sol), al vino se lo reconoce “como un elemento simbólico y activo en la búsqueda del Conocimiento y el éxtasis” (1), motivo por el cual interviene en los ritos sagrados de numerosas culturas aledañas al Mare Nostrum.

Por otra parte, la embriaguez no era censurada en las sociedades antiguas, sino considerada como un estado facilitador de la visión y la profecía. “La frase latina –en Roma se lo bebía mezclado con agua y especies, como los griegos– in vino veritas ha tenido enormes repercusiones en Occidente” (2). Claro que sin contar con las claves o el soporte de una enseñanza tradicional, la embriaguez llega a producir los efectos contrarios y puede encadenar a los que la padecen a infiernos sin salida.

Dejémonos penetrar por el furor mistérico promovido por Dioniso, del cual se nos dice que es el “estado que precede a cualquier generación” y “el rapto y aspiración del ánima hacia su principio” (3). Busquemos al dios alegre y a la vez terrible entre los viñedos y brindemos porque su arrebato nos alcance.


Notas:
1. Federico González Frías, Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos, entrada “Vino”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
2. Ibid.
3. Ibid., entrada “Furor”.

Imágenes:
1. Un viñedo de Binissalem.
2. El gigante Baco en la Festa des Vermar.
3. Los frutos de la vid.

Colección Aleteo de Mercurio 9.
Mallorca. Una mirada simbólica.
Mireia Valls y Marc García.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2022.



domingo, 20 de agosto de 2023

Es momento de recolectar

Se acerca el final del verano y es hora de recoger frutos. Tras el estío, la vida del campo está en plena ebullición y la tierra, muy generosa en esta isla, provee de delicias como los higos, las almendras, las uvas y las más variadas hortalizas.

En Mallorca hay más de doscientas variedades de higo, tal como acredita el magnífico higueral de la finca de Son Mut Nou (Llucmajor). Cada primer sábado de septiembre se celebra la Festa des Sequer en Lloret de Vistalegre y en ella se exponen higos de la más variada condición. También se ofrecen a la degustación del visitante preparados de incontables maneras, a cuál más delicada y sabrosa.


En las culturas mediterráneas, el higo es un fruto consagrado a Venus, la diosa de la belleza y el amor, y a Dioniso, el dios nacido dos veces iniciador en los misterios. Es símbolo de fertilidad y de goce. También decían los antiguos que si el higo procedía de una higuera negra, tenía relación con Saturno, con lo más primordial, con la ancianidad y la muerte, pero que si provenía de una higuera blanca, estaba vinculado con Zeus. Así se aúna en este fruto lo más arcaico y cercano a la edad de oro de la humanidad (Cronos-Saturno), el espíritu benéfico y fecundador de Júpiter, la locura y el desenfreno de Dioniso-Baco y la pasión amorosa de Afrodita.

“Bendita sea la generación, benditos los frutos de la tierra” (1) que ponen a los seres humanos en contacto con las entidades numinosas por medio de la ingesta de esa fruta, en apariencia austera pero cuyo interior es carne viva. Una comunión que une al conocedor y lo conocido a través de un intermediario vegetal que es así mismo portador de una leche con la que antaño se procuraba la subida del líquido análogo a los pechos de las madres que habían de amamantar a los recién nacidos. Cuestiones como éstas, que hoy son vistas como supersticiones o infantilismo, constituían prácticas de magia simpática con las que se sacralizaba la vida.

Nada que ver, pues, con el carácter maléfico que ha atribuido el judeocristianismo a la higuera, con cuyas hojas se dice que el primer hombre y la primera mujer se confeccionaron unos cinturones para tapar su desnudez. Quizás ya llegó la hora de soltar esos ceñidores del pensamiento para retornar a la virginidad del origen.


Notas:
1. Federico González, Noche de Brujas. Auto Sacramental en dos actos. Ed. SYMBOLOS, Barcelona, 2007.

Imágenes:
1. Frutos maduros de una higuera.
2. Exposición de higos en la Festa des Sequer, Lloret de Vistalegre.

Colección Aleteo de Mercurio 9.
Mallorca. Una mirada simbólica.
Mireia Valls y Marc García.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2022.



viernes, 4 de agosto de 2023

Finis Terrae

En el canto IV de la Odisea, Homero pone en boca del rey Menelao el relato de un vaticinio que ha recibido de Proteo, “el veraz anciano del mar”:

A ti no te está fijado por la divinidad, oh Menelao criado por Zeus, morir en Argos criadora de caballos y enfrentarte con el destino, sino que los inmortales te enviarán a la llanura elísea y a los límites de la tierra en donde está el rubio Radamantis; precisamente aquí tienen los hombres su modo de vida: no hay nieve, ni en efecto un fuerte invierno, ni lluvia nunca, sino que siempre Océano permite las ráfagas del Céfiro que sopla suavemente para refrescar a los hombres (1).


La idea de un finis terrae o demarcación del mundo más allá de la cual se encuentran los Campos Elíseos, la Isla de los Bienaventurados o el Paraíso celeste —todas ellas designaciones análogas del estado que alcanzan las almas que se liberan definitivamente de la rueda del devenir— es compartida por muchas tradiciones y se vincula simbólicamente al Occidente, esto es, al extremo occidental del espacio conocido o habitado. Cuentan las leyendas del Camino de Santiago que fue Décimo Junio Bruto, el general romano que dirigió la conquista de Galicia, quien dio el nombre de finis terrae a su extremo occidental (aún hoy en día llamado Cabo Finisterre), y que hizo retroceder a sus tropas cuando desde este punto vio ponerse en el mar al sol y a su resplandor disiparse en las aguas. Se dice también que en la antigüedad los celtas erigieron en Finisterre un ara solis sobre el que veneraban al sol poniente.

El finis terrae de la isla de Mallorca se encuentra en la Punta Blanca, un pequeño saliente rocoso de la costa próximo al pueblo de Sant Elm (San Telmo), perteneciente al municipio de Andratx, desde el que se pueden contemplar unas bellísimas puestas de sol. Pero ¿el azar? ha querido que más allá de ese confín de la tierra more un dragón que asemeja una isla. Es Sa Dragonera.

¿Y cómo conseguir que esa fiera protectora de la Tierra de los Vivos le franquee a uno el paso? Pues no hay otra que exponerse a su fuego alquímico y dejar que calcine, hasta el último vestigio, el estado humano condicionado que se desea abandonar para poder renacer en espíritu y “vivir de arriba” definitivamente. Allí, en la comarca invisible hacia la que dirigimos nuestra nave.


Notas:
1. Homero, Odisea, canto IV. Ed. Gredos, Madrid, 1982.

Imágenes:
1. Puesta de sol sobre Sa Dragonera.
2. Mosaico de azulejos alusivo al desembarco del rey Jaime I en Mallorca. Sant Elm.

Colección Aleteo de Mercurio 9.
Mallorca. Una mirada simbólica.
Mireia Valls y Marc García.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2022.



domingo, 23 de julio de 2023

Las entidades ctónicas

Dice una máxima hermética que “lo que está abajo es como lo que está arriba y lo que está arriba es como lo que está abajo”. Así pues, estando el gobierno de las cosas del cielo en manos de dioses (a los que cada cultura ha dado nombres y atributos), lo que pertenece a la tierra y a sus interioridades, lo ctónico, también ha de estar vinculado con entidades numinosas. Son seres con los que los habitantes de Mallorca siempre han tenido una relación muy cercana como muestran las leyendas, las fiestas y las artesanías de la isla.

Aquí cada pueblo y lugar tiene su dimoni propio (o varios de ellos), un personaje simbólico en el que se sintetizan todas las energías que bullen dentro de la tierra y se inyectan en corrientes subterráneas, piedras, plantas y animales para que la vida pueda tener curso (pues sin ellas la obra del sol, el aire y el agua no podría coagular). Y por ello se le llama “señor del inframundo”, un título enormemente malentendido por aquella moral pacata que considera que lo de orden terrenal es algo pecaminoso y no una imagen sagrada de lo que habita en lo alto.


Dimoni (demonio) proviene del griego daimon y significa, etimológicamente, “ser intermediario”. De este modo, el personaje al que en las danzas de nuestros pueblos vemos bailar despreocupadamente con una careta con cuernos —de expresión en muchos casos temible—, un sayo coloreado y un bastón no es un ente “maligno”, sino un alegre colaborador de la deidad creadora en la obra de construcción del mundo. Y lo hace manejando con destreza el fuego, pues es gran conocedor de las combustiones y las transmutaciones que éstas comportan. De ahí los innumerables correfocs en los que participa la tropa de entidades del inframundo, especialmente en las fiestas mayores pero también en días señalados cercanos a los solsticios de invierno y de verano, cuando aparecen pertrechados con antorchas y abundante pirotecnia azuzando a todo aquél que se cruza en su camino.

Bien haríamos en reconocer a estos intermediarios como aliados en la vía de autoconocimiento, ya que son espejos de nuestros miedos y tonteras en su aspecto más grosero y, a la vez, un reflejo sublunar de la luz intelectual más alta. Si no fuera por los ángeles caídos, poco podríamos conocer de las regiones etéreas en las que un día habitaron, ¿no?


Imágenes:
1. Ejército de dimonis, Marratxí.
2. Un dimoni en un correfoc, Algaida.

Colección Aleteo de Mercurio 9.
Mallorca. Una mirada simbólica.
Mireia Valls y Marc García.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2022.



miércoles, 5 de julio de 2023

Las danzas solares de los Cossiers

¡Vamos, vamos, a despertarse, que ya suena el flautín y el tamboril! Hoy es san Jaime y siguiendo una tradición que tiene raíces ancestrales a todas luces, los seis varones y la dama, tras haber trazado el día anterior los linderos geográfico-sagrados de la población, se adentrarán en el templo y ofrecerán ante el altar todas las bonanzas y frutos maduros del verano. Mientras tanto, el diablo aguardará fuera esperando poder repartir leña a los que se congreguen en la plaza cuando los danzantes salgan de la iglesia y bailen bajo el sol de mediodía.

Los Cossiers de Algaida danzan dos veces al año, unos días después del solsticio de invierno, por san Honorato, y poco después del de verano, por san Jaime. En sus danzas la dama, personificación de la Fortuna, la Belleza y la Abundancia, se ubica en el centro y es rodeada por sus seis compañeros, quienes la protegen de los embates del diablo (éste siempre queda excluido del círculo mágico, girando en la periferia en sentido contrario a los Cossiers) a la par que ella les envía sus bendiciones. Sus gestos no son, empero, almibarados, sino regios y hasta se diría que guerreros, siendo sus armas pañuelos y ramos de albahaca (1).


Con este sencillo y alegre rito protector también se vivifica la gratitud por los frutos madurados por la luz y el calor del sol. Sus coreografías son geométricas como las de las danzas tradicionales de muchos pueblos del mundo. Se trazan círculos, espirales, triángulos y ejes verticales que repiten los movimientos de los astros, la gran coreografía cósmica que los seres humanos reproducen en miniatura.

Y, ¡ay!, al final del combate, en el último momento tras la escenificación de todas las luchas, conjunciones y tensiones, el diablo logra colarse dentro del círculo mágico para apropiarse de la dama; mas el simple roce con la virgen hace que caiga fulminado. Los seis Cossiers corren a ponerle el pie encima, en señal de victoria, y todo queda reabsorbido en el centro de esa rueda simbólica. En su origen.


Nota:
1. Se trata de un combate que se libra también en un plano invisible en el que las energías que simbolizan el pañuelo y la albahaca son muy poderosas.

Imágenes:
1. Los Cossiers bailando en la plaza de la Iglesia, Algaida.
2. El dimoni de Algaida.

Colección Aleteo de Mercurio 9.
Mallorca. Una mirada simbólica.
Mireia Valls y Marc García.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2022.



lunes, 19 de junio de 2023

De ferias

No hay pueblo en la isla que no tenga su feria. Son numerosísimas y están dedicadas a las actividades más diversas: la agricultura en general, el cultivo de plantas y flores, la ganadería, la alimentación, la construcción y el uso de maquinaria, la confección de tejidos, la artesanía en barro y la cerámica, la zapatería, el curtido de pieles, la náutica, el teatro, la edición de libros, la dicción de glosas, etc. Muchas ferias son de un producto de la Naturaleza en particular: las almendras, las ovejas, las cabras, las aceitunas, las sepias, los albaricoques, los tomates de rama, los melones, los higos, las patatas, el arroz, los pimientos, la sal, los caracoles, las piedras, las hierbas medicinales o la miel. O bien de elaboraciones de éstos como el vino, la cerveza, el queso y las butifarras. Las ferias se suelen celebrar en festividades señaladas: San Antonio Abad, San Patricio, San Juan, la Virgen del Carmen, San Agustín, San Miguel, San Nicolás, Santo Tomás, la Navidad, la Epifanía, el Dijous Bo... Las hay también nocturnas. Y todas sin excepción están auspiciadas secretamente por Hermes, el joven dios de las revelaciones, las artes y los intercambios.


La mayoría de los feriantes son nómades que van de pueblo en pueblo ofreciendo sus mercaderías en las casetas efímeras que los ayuntamientos disponen a tal efecto, o bien en unos camioncillos que se transforman en tenderetes de lo más inverosímil. A menudo también se instalan entarimados sobre los que músicos de la isla interpretan canciones que realzan el carácter festivo propio de estos eventos, desde jotas hasta blues pasando por los fandangos y las baladas más ilustres del rock and roll.

¿A quién no se le abre el alma cuando va a una feria?

Feria significa en latín “día de fiesta”, una palabra que se usó igualmente en el medioevo para denominar a los días de la semana y que aún se sigue utilizando en el calendario portugués para nombrar a los días laborables (el lunes es segunda-feira —porque el domingo es el primer día de la semana—, el martes es terça-feira, etc.). Las ferias son, pues, símbolos del tiempo cíclico y sagrado en que estamos inmersos aunque lo hayamos olvidado. Un tiempo regido por dioses a los que vamos conociendo por medio de lo que vivimos y que viven a través de lo que conocemos.

Imagen:
La fiesta del Dijous Bo, Inca.

Colección Aleteo de Mercurio 9.
Mallorca. Una mirada simbólica.
Mireia Valls y Marc García.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2022.