jueves, 20 de abril de 2023

Una expresión de la Belleza

Como el Amor —al que se encuentra indisolublemente unida— la Belleza es un nombre o atributo divino, según muestra y ejemplifica la sefirah Tifereth, también llamada Armonía como sabemos. Debido a su carácter universal, la Belleza no es patrimonio de nadie, y desde luego escapa a las clasificaciones del arte y del artista moderno, que sólo perciben de ella lo estético y superficial, cuando no sencillamente la niegan, apostando por lo realmente grotesco y confuso. La mayoría de los que se autodenominan “artistas” olvidan que la belleza es un permanente asombro que se halla implícito en la textura cambiante y polifacética de la vida, y lo que es más importante, en la esencia y el ser mismo de las cosas y los seres.


Ella se identifica con lo inasible, con lo que no puede ser medido ni computado, pero sí experimentado como un tipo de emoción intelectiva y suprarracional, capaz de producir aquella necesaria ‘ruptura de nivel’ que haga posible el contacto directo con las realidades espirituales que, por lo demás, toda la creación constantemente revela y sugiere. Por eso siempre ha sido considerada como una energía intermediaria entre lo humano y lo divino, entre lo horizontal y lo vertical, al igual que el símbolo, y como éste es un vehículo que nos conduce al Conocimiento.
(...) intuir la verdadera Belleza, y ser uno con ella, puede acaecer en cualquier momento, no importa la causa, pues entonces ya no seremos los mismos, con nuestros falsos complejos y prejuicios, sino que se nos habrá dado la gracia de participar del rito de una danza total, de la que nada ni nadie queda excluido
(1).


Nota:
1. Fragmentos del acápite “La Belleza” del volumen Introducción a la Ciencia Sagrada, de Federico González y cols. Revista SYMBOLOS, 25- 26, Barcelona, 2003.

Imágenes:
1. Es Caló des Moro, Santanyí.
2. Cala s’Almunia, Santanyí.

Colección Aleteo de Mercurio 9.
Mallorca. Una mirada simbólica.
Mireia Valls y Marc García.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2022.



miércoles, 5 de abril de 2023

De laúdes

Asociamos la palabra laúd a la música que aquieta al alma y le devuelve la calidad de las aguas mansas, transparentándola y permitiendo que la visión luminosa de las regiones ígneas se abra paso hasta el fondo de los pozos de la vida.

Llegado a Europa a través de los árabes, este instrumento aparece pintado y esculpido en las manos de innumerables músicos y trovadores dibujados y cincelados por artistas del Medioevo y el Renacimiento, también de ángeles y arcángeles. Aunque dotado como la guitarra de un mástil a lo largo del cual se disponen sus cuerdas tensas, ambos instrumentos se distinguen por su caja de resonancia, plana la de una y abombada la del otro como el caparazón hueco de tortuga con que el dios Hermes construyó la lira que tanto entusiasmó a Apolo.


Pero hay otros laúdes igualmente abombados y con mástil: los que navegan despaciosamente por el litoral de la isla cuando los elementos son propicios para darse a la mar. Hoy, en su mayoría, barcas motorizadas de recreo fabricadas en serie con fibra de vidrio o resinas sintéticas; antaño, prestigiadas embarcaciones de madera a vela latina y remo construidas a ojo por mestres d’aixa y calafates gracias a unos saberes artesanales transmitidos de padres a hijos desde tiempo inmemorial.

En cualquier caso, ahí siguen los laúdes, surcando las aguas y dejando a su paso ondas análogas a las de la música que un plectro levanta al pulsar una cuerda del instrumento. Y con sus mástiles, hoy quizás más endebles que antes, pero igualmente apuntando a lo más alto.

Imagen:
Llauts of Mallorca, acuarela de Eileen Black.

Colección Aleteo de Mercurio 9.
Mallorca. Una mirada simbólica.
Mireia Valls y Marc García.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2022.