viernes, 19 de abril de 2024

8. Artemisa o Diana: Ilitía y Protirea

Ciertamente, la salida de la rueda de las mutaciones, de la existencia, de los mundos que se engarzan, de los ciclos que se encadenan, pasa por encarnar el Conocimiento. Conocer la cosmogonía, el orden interno del cosmos, sus leyes, sus grados, escalar los círculos del pensamiento hasta el principio. Ser lo que se conoce. Se requiere para iniciar este viaje estar dispuesto a traspasar un umbral: el que separa la concepción profana de la sagrada. Y aquí, en esta primera puerta, la guardiana es Artemisa o Diana, conocida también con el epíteto de Ilitía y Protirea (palabra que significa “la que está delante de la puerta”). No es de extrañar que se nos presente como virgen, pues ya se ha dicho que es de imperiosa necesidad promover esta cualidad en el alma para nacer a una nueva realidad; pero, paradójicamente, es la entidad que facilita el parto, o sea, el alumbramiento.


Protirea reina sobre la noche, regula los fluidos y mareas, el crecimiento de las plantas, de los miembros, de las uñas, los pelos, los frutos... Provoca las crecidas y las roturas de las aguas (las acumuladas en las nubes, en los ríos, las matriciales, etc.), y ya se sabe que allí por donde corre el agua hay vida, y fecundidad; por eso se la ve como una intercesora, una facilitadora, un puente. Orfeo la canta con estas palabras:

Escúchame, venerable diosa, deidad de múltiples advocaciones, protectora de los partos, dulce mirada a los lechos en el alumbramiento, única salvadora de las mujeres, amante de los niños, amable, que apresuras los alumbramientos, que ayudas a las jóvenes mortales, protirea, guardiana acogedora, complaciente nutridora, afectuosa con todos, que habitas en las mansiones de todos y disfrutas en sus banquetes, y asistes a las mujeres en parto, invisible aunque te muestres a toda empresa. Sientes compasión de los partos y te alegras con los felices alumbramientos, Ilitía, que resuelves las fatigas en los duros trances, porque a ti sola invocan las parturientas como alivio de su alma; pues, con tu intervención, las molestias de los nacimientos quedan resueltas, Ártemis Ilitía, venerable Protirea, escúchame afortunada, y, puesto que a ello ayudas, concédeme descendencia y sálvame, dado que por naturaleza eres protectora de todo (1).


Artemisa es también la reina de la naturaleza virgen y salvaje. Su cortejo está formado por ciervos, conejos, leoncillos, perros y también caballos, siendo este último uno de los símbolos por excelencia del vehículo, del soporte que conduce de una realidad conocida a otra desconocida pero más real. Además, esta diosa es la hermana gemela de Apolo, y como la Luna, a la que se asocia íntimamente, refleja la luz de su hermano Sol en medio de la noche. Alumbra, y esa tenue luz es la que el iniciado reconoce y sigue, o mejor, se reviste de ella, pues acaba de saber que su túnica de piel es caduca, y que su verdadera naturaleza es mucho más afín a la cualidad de lo luminoso. No porque sí, cuando se habla del camino iniciático se lo simboliza como un recorrido por las esferas planetarias (cada planeta emite un matiz de la luz), luego por el cielo de las estrellas fijas, hasta la conquista de la Luz increada del Principio.

(Continuará)

Nota:
1. Himnos Órficos, “A Protirea”. Ed. Gredos, Madrid, 1987.

Imágenes:
1. Peter Paul Rubens, Diana cazadora. Museo del Prado, Madrid.
2. Artemisa de Éfeso representada con múltiples senos nutricios, una puerta en la corona y cuadrillas de caballos. Museo Vaticano.

Colección Aleteo de Mercurio 2.
Las diosas se revelan.
Mireia Valls,
con la colaboración de Lucrecia Herrera.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2017.



domingo, 7 de abril de 2024

7. Celebración de las nupcias secretas

Cumplidas las nupcias subterráneas, la planta empieza a germinar. El gallo, animal asociado a Hermes, anuncia la próxima salida del sol, análoga a la salida del tallo por encima de la tierra para seguir ahora su recorrido aéreo. Igual para el alma: muerta a su condición profana, renace integrada en su ser, en el seno del Ser Universal, e inicia entonces un proceso que la ha de llevar gradualmente a la experiencia o vivencia de los distintos estados de conciencia, en los que se reconocerá universalizándose, hasta su total reintegración al Principio de donde en verdad nunca ha salido.


Durante el tiempo de reclusión, muerte y celebración de las nupcias secretas previas a la regeneración y eclosión, el mito explica que Deméter, la madre de Perséfone, la busca desconsoladamente atravesando la inmensidad de la tierra, y tal es su cólera y tristeza al no encontrarla que a su paso todo deviene estéril y yermo; los campos, árboles y plantas dejan de fructificar. Todo parece haber muerto. Peligra la vida sobre la tierra. La diosa consigue averiguar gracias a Helios el paradero de su hija, y tras rogar a Zeus que interceda por la liberación de Perséfone, finalmente el dios del rayo envía a Hermes con la misión de rescatarla. Lo consigue, pero antes de que Hades acceda a devolverla a su madre, le hace comer algunos frutos del granado, con lo cual queda sellada su unión para siempre. Es por ello que Perséfone se verá siempre obligada a retornar con su esposo cada invierno, lo que es el garante para que todo se regenere, pues como decíamos es imprescindible pasar por la muerte y putrefacción para que renazca cualquier nueva posibilidad.

El himno homérico “A Deméter” es uno de los testimonios tradicionales que relata con más precisión todo este proceso arquetípico, y así dice cuando finalmente se reencuentran madre e hija:

De repente, a Deméter, mientras tenía a su hija querida entre sus brazos, el corazón le presagió un engaño y le hizo temblar terriblemente, cesando en sus muestras de cariño, interrogó a su hija con estas palabras:
“Hija, ¿has tomado algo de alimento mientras estabas abajo? Dímelo, no lo ocultes, para que lo sepamos las dos; si no ha sido así, habiendo ya regresado del terrible Hades, habitarás junto a mí y junto a tu padre el Cronión, que amontona negras nubes, honrada por todos los inmortales.


Pero si has probado algo de comida allí, tendrás que regresar a los dominios ocultos bajo tierra y vivir allí una de las tres estaciones, año tras año; las otras dos, junto a mí y los demás inmortales. Cada vez que la tierra se llene de flores fragantes de la primavera, ascenderás nuevamente de la negra oscuridad. ¡Gran maravilla para los dioses y los mortales hombres! Dime con qué treta te engañó el poderoso Aidoneo que a muchos recibe”.
Respondió a su vez la hermosísima Perséfone:
“Pues bien, Madre, te contaré todo lo sucedido. Cuando se presentó Hermes, rápido y benéfico mensajero, de parte de mi padre Cronida y de los demás dioses celestiales, a rescatarme del Erebo, para que tú, al verme con tus propios ojos, depusieras tu ira y tu terrible cólera contra los inmortales, en seguida, salté de alegría, pero él, furtivamente, me obligó a tomar una semilla de granada, dulce manjar, contra mi voluntad y a la fuerza”
(1).

De esta manera, el mito revela el ritmo con el que se sella todo ciclo: muerte, nupcias secretas, fecundación, germinación de posibilidades latentes, nacimiento a un nuevo estado, crecimiento, fructificación, madurez, plenitud y una imprescindible muerte para que todo se recicle, no de forma idéntica sino análoga, en un nuevo período que a su vez llevará impresa su manifestación circular.

(Continuará)

Nota:
1. Himnos Homéricos, “A Deméter”. Akal, Madrid, 2000.

Imágenes:
1. Perséfone y Hades con sus ofrendas: las espigas, las granadas y el gallo. Museo de Arte de Cleveland.
2. Frederic Leighton, El regreso de Perséfone facilitado por Hermes. Leeds City Museum, Leeds.

Colección Aleteo de Mercurio 2.
Las diosas se revelan.
Mireia Valls,
con la colaboración de Lucrecia Herrera.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2017.