miércoles, 20 de febrero de 2019

Hilar y deshilar, expansión y contracción


El ser humano nace para conocer su auténtica identidad; ésta es una necesidad siempre latente, pero no todos los hombres y mujeres la hacen consciente ni eligen el camino de autoconocimiento. Muchos, haciendo uso de su libre albedrío, optan por la distracción, se conforman con explicaciones cómodas, parciales, fragmentadas; permanecen en el umbral de la puerta o bien amarrados a puerto por el miedo o pereza que les produce emprender el viaje. Otros sí se lanzan a la travesía, pero ante los peligros y tentaciones sucumben y se quedan complacidos o muy frustrados e insatisfechos, tejiendo y destejiendo indefinidamente el tapiz de la existencia, como la Penélope homérica, que de noche deshilaba lo trabajado durante el día para recomenzar la tarea en la jornada siguiente, y así hasta el regreso de Odiseo.


Pero el quehacer de Penélope tiene una doble significación: por un lado podría leerse como la simple rutina, cada vez más monótona y estéril, un gesto automático que, transpuesto a la vida del ser humano, convierte su existencia en una prisión sin sentido ni escapatoria, y en relación con el devenir del universo, implica una concepción mecánica y rígida de la “gran máquina del Mundo”. Aunque hay otra lectura: se trataría en este caso de una estrategia que en su dimensión ritual y aplicando las precisas leyes de la cosmogonía, haría que Penélope (y como ella cualquier ser humano) generase y erigiese cada día el mundo, la obra creacional simbolizada por el tapiz, e inmediatamente lo destruyera, repitiendo así el movimiento de expansión y de contracción por el que toda la manifestación retorna a su Principio. Con el albor de una nueva jornada se iniciaría otro ciclo, donde todo sería nuevo y regenerado, pues aunque el modelo y la ley son arquetípicas, su expresión y producciones resultan siempre vírgenes; así es la vida del Ser que se expresa a través del espacio y del tiempo, los cuales no son algo mecánico ni un fin en sí mismos, sino un espacio y un tiempo vivos, cualitativos, significativos, que al marcar unos límites permiten ser trascendidos. De hecho, Penélope teje y desteje el sudario de su suegro Laertes ritualizando de este modo el gesto o latido prototípico del universo y de sí misma; pero cuando regresa su marido y lo reconoce gracias a la señal secreta que sólo ambos saben, se libera de toda dualidad (simbolizada por el hilado y el deshilado), o sea de la obra demiúrgica, y puede acceder al estado de Unidad.

Cuaderno Aleteo de Mercurio 2.
Las Diosas se Revelan.
Mireia Valls con la colaboración de Lucrecia Herrera.
Editado por Libros del Innombrable, mayo, 2017.

Imágenes:
1. John William Waterhouse, Penélope y los pretendientes.
2. Pinturrichio, El regreso de Ulises.



martes, 5 de febrero de 2019

Mitos de las tejedoras del universo


En los panteones de muchas culturas figuran una o más diosas cuyos atributos están relacionados con la tejeduría: las Moiras y Atenea en Grecia y sus análogas romanas, las Parcas y Minerva respectivamente; la diosa Ixchel en la civilización Maya; Izanami en Japón, así como personajes míticos y legendarios, tal la Noemá bíblica, la diestra Aracne y las innumerables hadas, viejecillas o brujas de muchos cuentos populares de alrededor del mundo. (...)
Empecemos por las Moiras —nombre que en griego significa “la porción asignada”—, que atendiendo a una de sus genealogías son entidades preolímpicas hijas de Nicte (la Noche), por tanto deidades antiquísimas y primordiales. Son tres hermanas: Cloto (“la hilandera”), la que hila y preside los nacimientos; Láquesis (“la suerte”), la que devana y es patrona de los matrimonios; y la tercera, Atropos (“la inflexible”), que corta el hilo de la madeja cuando llega la hora, siendo su dominio la muerte.
Se vinculan con el Destino, que juntamente con la Necesidad y la Providencia conforman la trilogía con la que muchos sabios, entre los que destaca Platón, explican el orden del Cosmos, su despliegue y su reabsorción.


Las Parcas o Moiras actúan como señoras del devenir y velan para que éste se cumpla. Una se ubica en la puerta de entrada del cosmos, y preside los alumbramientos de todos los seres, su acceso a la vida, a la manifestación, y por tanto a la idea de la caída con la que se apareja, a la de la encarnación, la solidificación y el consecuente alejamiento de la esencia espiritual. La segunda preside las indefinidas alianzas a todos niveles que acontecen en el seno del Ser: con el hilo que devana realiza los matrimonios entre lo celeste y lo terrestre, lo divino, lo humano y lo infrahumano, o sea que teje la malla cósmica y sus múltiples relaciones y vinculaciones, tanto descendentes como ascendentes, así como las que se expanden en los planos horizontales. Y finalmente, Atropos abre y cierra la puerta de la muerte, que simboliza la salida del Cosmos, de lo perentorio, y el acceso al “reino” de la Eternidad; hace cumplir el inexorable destino de la manifestación, ser un símbolo que debe ser traspasado para acceder a lo Infinito y Eterno, que es lo único real.
Estas entidades relacionadas como vemos con el tiempo, imagen móvil de la eternidad —tal como decían Platón y los textos del Corpus Hermeticum—, guardan también una vinculación con Jano, deidad que abre y cierra las puertas de la existencia, la de la entrada y la de la salida del Cosmos. El dios romano suele tener un rostro mirando al pasado, otro al futuro y el tercero invisible (aunque a veces también se explicita), que corresponde al presente, ese eje vertical análogo a la rueca de las Parcas que, engarzando todos los mundos o estados del ser por su centro, da la posibilidad de salir de la rueda de la vida y conectar con lo que ya no está condicionado por nada.

Cuaderno Aleteo de Mercurio 2.
Las Diosas se Revelan.
Mireia Valls con la colaboración de Lucrecia Herrera.
Editado por Libros del Innombrable, mayo, 2017.

Imágenes:
1. La mujer y su tapiz son una sola realidad con el cosmos.
2. Las tres Parcas, grabados de P. P. Rubens.