domingo, 20 de agosto de 2023

Es momento de recolectar

Se acerca el final del verano y es hora de recoger frutos. Tras el estío, la vida del campo está en plena ebullición y la tierra, muy generosa en esta isla, provee de delicias como los higos, las almendras, las uvas y las más variadas hortalizas.

En Mallorca hay más de doscientas variedades de higo, tal como acredita el magnífico higueral de la finca de Son Mut Nou (Llucmajor). Cada primer sábado de septiembre se celebra la Festa des Sequer en Lloret de Vistalegre y en ella se exponen higos de la más variada condición. También se ofrecen a la degustación del visitante preparados de incontables maneras, a cuál más delicada y sabrosa.


En las culturas mediterráneas, el higo es un fruto consagrado a Venus, la diosa de la belleza y el amor, y a Dioniso, el dios nacido dos veces iniciador en los misterios. Es símbolo de fertilidad y de goce. También decían los antiguos que si el higo procedía de una higuera negra, tenía relación con Saturno, con lo más primordial, con la ancianidad y la muerte, pero que si provenía de una higuera blanca, estaba vinculado con Zeus. Así se aúna en este fruto lo más arcaico y cercano a la edad de oro de la humanidad (Cronos-Saturno), el espíritu benéfico y fecundador de Júpiter, la locura y el desenfreno de Dioniso-Baco y la pasión amorosa de Afrodita.

“Bendita sea la generación, benditos los frutos de la tierra” (1) que ponen a los seres humanos en contacto con las entidades numinosas por medio de la ingesta de esa fruta, en apariencia austera pero cuyo interior es carne viva. Una comunión que une al conocedor y lo conocido a través de un intermediario vegetal que es así mismo portador de una leche con la que antaño se procuraba la subida del líquido análogo a los pechos de las madres que habían de amamantar a los recién nacidos. Cuestiones como éstas, que hoy son vistas como supersticiones o infantilismo, constituían prácticas de magia simpática con las que se sacralizaba la vida.

Nada que ver, pues, con el carácter maléfico que ha atribuido el judeocristianismo a la higuera, con cuyas hojas se dice que el primer hombre y la primera mujer se confeccionaron unos cinturones para tapar su desnudez. Quizás ya llegó la hora de soltar esos ceñidores del pensamiento para retornar a la virginidad del origen.


Notas:
1. Federico González, Noche de Brujas. Auto Sacramental en dos actos. Ed. SYMBOLOS, Barcelona, 2007.

Imágenes:
1. Frutos maduros de una higuera.
2. Exposición de higos en la Festa des Sequer, Lloret de Vistalegre.

Colección Aleteo de Mercurio 9.
Mallorca. Una mirada simbólica.
Mireia Valls y Marc García.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2022.



viernes, 4 de agosto de 2023

Finis Terrae

En el canto IV de la Odisea, Homero pone en boca del rey Menelao el relato de un vaticinio que ha recibido de Proteo, “el veraz anciano del mar”:

A ti no te está fijado por la divinidad, oh Menelao criado por Zeus, morir en Argos criadora de caballos y enfrentarte con el destino, sino que los inmortales te enviarán a la llanura elísea y a los límites de la tierra en donde está el rubio Radamantis; precisamente aquí tienen los hombres su modo de vida: no hay nieve, ni en efecto un fuerte invierno, ni lluvia nunca, sino que siempre Océano permite las ráfagas del Céfiro que sopla suavemente para refrescar a los hombres (1).


La idea de un finis terrae o demarcación del mundo más allá de la cual se encuentran los Campos Elíseos, la Isla de los Bienaventurados o el Paraíso celeste —todas ellas designaciones análogas del estado que alcanzan las almas que se liberan definitivamente de la rueda del devenir— es compartida por muchas tradiciones y se vincula simbólicamente al Occidente, esto es, al extremo occidental del espacio conocido o habitado. Cuentan las leyendas del Camino de Santiago que fue Décimo Junio Bruto, el general romano que dirigió la conquista de Galicia, quien dio el nombre de finis terrae a su extremo occidental (aún hoy en día llamado Cabo Finisterre), y que hizo retroceder a sus tropas cuando desde este punto vio ponerse en el mar al sol y a su resplandor disiparse en las aguas. Se dice también que en la antigüedad los celtas erigieron en Finisterre un ara solis sobre el que veneraban al sol poniente.

El finis terrae de la isla de Mallorca se encuentra en la Punta Blanca, un pequeño saliente rocoso de la costa próximo al pueblo de Sant Elm (San Telmo), perteneciente al municipio de Andratx, desde el que se pueden contemplar unas bellísimas puestas de sol. Pero ¿el azar? ha querido que más allá de ese confín de la tierra more un dragón que asemeja una isla. Es Sa Dragonera.

¿Y cómo conseguir que esa fiera protectora de la Tierra de los Vivos le franquee a uno el paso? Pues no hay otra que exponerse a su fuego alquímico y dejar que calcine, hasta el último vestigio, el estado humano condicionado que se desea abandonar para poder renacer en espíritu y “vivir de arriba” definitivamente. Allí, en la comarca invisible hacia la que dirigimos nuestra nave.


Notas:
1. Homero, Odisea, canto IV. Ed. Gredos, Madrid, 1982.

Imágenes:
1. Puesta de sol sobre Sa Dragonera.
2. Mosaico de azulejos alusivo al desembarco del rey Jaime I en Mallorca. Sant Elm.

Colección Aleteo de Mercurio 9.
Mallorca. Una mirada simbólica.
Mireia Valls y Marc García.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2022.