2. Luz o el Agartha en la tradición judía
Y así como Jacob identificó uno de estos puntos ligados directamente al Centro del Mundo y erigió un altar sobre la antigua ciudad de Luz, más adelante, cuando las doce tribus (1) se distribuyen la Tierra Santa, se asientan y se construye Jerusalén, también en esta ciudad se levantará un templo justo en el lugar donde se manifiesta nuevamente la conexión cielo, tierra e inframundo y donde hay, por tanto, otra de esas “puertas” que conducen a la oculta ciudad de Agartha-Luz.
En una antigua leyenda de aquellas que narraban los cuenta cuentos de los cafés de Constantinopla hasta bien entrado el siglo XIX, se guarda uno de los pasajes más misteriosos del descenso de un elegido a ese mundo subterráneo en el que se esconde Luz. Ya apuntábamos más arriba que es bien asombroso ver cómo ciertos elementos doctrinales de primer orden se transmiten a través de canales insospechados, fuera de la “ortodoxia oficial”, conteniendo, sin embargo, informaciones del todo fidedignas. El pasaje en cuestión está incorporado dentro del relato de la visita de la reina de Saba o Balkis al rey Salomón en Jerusalén con el fin de escrutarlo acerca de su sabiduría y para poder también contemplar el templo que ha hecho levantar a la deidad bajo la dirección del arquitecto Hiram, ser misterioso del que se desconoce su ascendencia y harto diestro en las artes constructivas y metalúrgicas al que traicionan unos obreros que quieren impedir el éxito de la empresa, justo en el momento clave de la construcción del mar de bronce, provocando una catástrofe que sume al maestro en una profunda desesperación. Es entonces cuando se le aparece la sombra gigantesca de uno de sus antepasados, Tubalcaín, diciéndole que ha venido para conducirlo nada más y nada menos que al “centro de la tierra”; una vez en su interior le comunica que allí “se eleva el palacio subterráneo de Henoch, nuestro padre, que el Egipto denomina Hermes y que en Arabia se honra con el nombre de Idris” (2). Desde luego que aquí le está empezando a revelar la genealogía suprahumana a la que ambos pertenecen, transmisión que culmina en el momento que le explica:
Tus pies pisan la gran piedra esmeralda que sirve de raíz y pivote a la montaña Kaf; has abordado el dominio de tus padres. Aquí reina sin división el linaje de Caín. Bajo estas fortalezas de granito, en medio de estas cavernas inaccesibles, hemos podido encontrar por fin la libertad (3).
Y tras guiarlo por los pasadizos subterráneos de ese santuario de fuego del que proviene el calor de la tierra y donde una legión de obreros repartidos por muchas regiones preparan todos los metales que se distribuyen por las venas del planeta, lo lleva al encuentro del primer ancestro, Caín, quien le transmitirá que en verdad no es hijo de Adán, sino de Eva fecundada por Eblis, “el Ángel de la Luz”, el cual desliza una de sus chispas de fuego divino en el seno de la mujer, dando ésta a luz a un ser divino y humano a la vez, y por tanto superior por esta ascendencia a los hijos del primer hombre, Adán, hecho sólo de barro. Y es justamente este linaje encabezado por el “hijo de la Luz”, Caín, el que será depositario de todos los conocimientos cosmogónicos y metafísicos que generosamente legará a la humanidad, la que sin embargo siempre lo rechazará, a él y a su descendencia por el mal comprendido “asesinato” de Abel (4).
Pero sigamos con ese viaje por las entrañas de la tierra en el que Hiram guiado por Tubalcaín se encuentra a continuación con el hijo de Caín, Henoch (5), el constructor de la primera ciudad, Henochia, y el transmisor de las artes y las ciencias, las leyes y la cultura a todos los hombres, labor que continuaron los de su linaje, hasta llegar a Lamek y sus cuatro hijos, uno de los cuales es justamente Tubalcaín, el forjador de todos los metales, conocedor de las artes de la transmutación alquímica tanto material como espiritual, el que ahora anima a su sucesor, Hiram, a completar la alta labor que tiene entre manos. Y ello lo hace activando el fuego del espíritu divino que anida en el centro de su ser, pues nada ni nadie puede destruir este linaje de procedencia suprahumana, que además sobrevive al diluvio cobijándose, no en el arca de Noé, sino bajo tierra.
(Continuará)
Notas:
1. Recordar que 12 es el número simbólico de los integrantes que conforman un centro sagrado secundario hecho a imagen y semejanza del centro supremo.
2. Gérard de Nerval. Voyage en Orient. Imprimerie Nationale de France, París, 1950. Destacar que Kaf o Qâf es el símbolo de la “montaña polar”, de la que nos dice René Guénon: “Por otra parte, según la tradición árabe, el Ruj o Fénix no se posa jamás en tierra en otro lugar que no sea la montaña de Qâf, o sea de la ‘montaña polar’; y de esta misma ‘montaña polar’, designada con otros nombres, proviene en las tradiciones hindú y persa el soma, que se identifica con el ámrta, o ‘ambrosía’, bebida o alimento de inmortalidad”. Ver el capítulo “La tierra del sol” de René Guénon en Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada. Ed. Eudeba, Buenos Aires, 1988. Por otra parte, señalar también que en el punto más bajo del eje que atraviesa la montaña polar figura una piedra esmeralda, la que se dice se desprendió de la frente del Ángel de la Luz y con la que los ángeles tallaron la copa que habría de contener el elixir de la inmortalidad. Además es la piedra que da nombre a la Tabla de Esmeralda, la síntesis de los principios doctrinales de la Tradición Hermética.
3. Gérard de Nerval. Voyage en Orient. Imprimerie Nationale de France, París, 1950.
4. Los cainitas son el prototipo de los iniciados, de aquéllos que reconocen su naturaleza divina y suprahumana y la posibilidad de reconquistar el estado edénico, y aún lo que está más allá de él, gracias al trabajo operativo sobre su alma. En este sentido, el asesinato de Abel significa el sacrificio de lo simplemente humano en pos de la plena restauración de la auténtica ascendencia divina.
5. En la Biblia aparecen varios Henoch, siendo dos los más importantes; el primero es éste del que venimos hablando en la leyenda, el hijo de Caín, constructor de la ciudad antediluviana. El otro es hijo de Yéred, o sea descendiente de Set (hijo de Adán y Eva), y del cual se dice que anduvo con Dios y que se lo llevó al cielo sin pasar por la muerte. Se le atribuye El libro hebreo de Henoch, un texto fundamental de la Cábala del Carro y de la Literatura de los Palacios. Ver la nota de Marc Garcia El Libro Hebreo de Enoch en el apartado de “Notas y Reseñas”. Pero en todo caso, aún y tratándose de dos personajes distintos, ambos encarnan una misma energía, depositada en su nombre, ya que con las mismas letras hebreas se designa a la educación, la enseñanza, la iniciación y la consagración, o sea todo lo relacionado con la transmisión que es lo que en verdad es la tradición.
1. Recordar que 12 es el número simbólico de los integrantes que conforman un centro sagrado secundario hecho a imagen y semejanza del centro supremo.
2. Gérard de Nerval. Voyage en Orient. Imprimerie Nationale de France, París, 1950. Destacar que Kaf o Qâf es el símbolo de la “montaña polar”, de la que nos dice René Guénon: “Por otra parte, según la tradición árabe, el Ruj o Fénix no se posa jamás en tierra en otro lugar que no sea la montaña de Qâf, o sea de la ‘montaña polar’; y de esta misma ‘montaña polar’, designada con otros nombres, proviene en las tradiciones hindú y persa el soma, que se identifica con el ámrta, o ‘ambrosía’, bebida o alimento de inmortalidad”. Ver el capítulo “La tierra del sol” de René Guénon en Símbolos Fundamentales de la Ciencia Sagrada. Ed. Eudeba, Buenos Aires, 1988. Por otra parte, señalar también que en el punto más bajo del eje que atraviesa la montaña polar figura una piedra esmeralda, la que se dice se desprendió de la frente del Ángel de la Luz y con la que los ángeles tallaron la copa que habría de contener el elixir de la inmortalidad. Además es la piedra que da nombre a la Tabla de Esmeralda, la síntesis de los principios doctrinales de la Tradición Hermética.
3. Gérard de Nerval. Voyage en Orient. Imprimerie Nationale de France, París, 1950.
4. Los cainitas son el prototipo de los iniciados, de aquéllos que reconocen su naturaleza divina y suprahumana y la posibilidad de reconquistar el estado edénico, y aún lo que está más allá de él, gracias al trabajo operativo sobre su alma. En este sentido, el asesinato de Abel significa el sacrificio de lo simplemente humano en pos de la plena restauración de la auténtica ascendencia divina.
5. En la Biblia aparecen varios Henoch, siendo dos los más importantes; el primero es éste del que venimos hablando en la leyenda, el hijo de Caín, constructor de la ciudad antediluviana. El otro es hijo de Yéred, o sea descendiente de Set (hijo de Adán y Eva), y del cual se dice que anduvo con Dios y que se lo llevó al cielo sin pasar por la muerte. Se le atribuye El libro hebreo de Henoch, un texto fundamental de la Cábala del Carro y de la Literatura de los Palacios. Ver la nota de Marc Garcia El Libro Hebreo de Enoch en el apartado de “Notas y Reseñas”. Pero en todo caso, aún y tratándose de dos personajes distintos, ambos encarnan una misma energía, depositada en su nombre, ya que con las mismas letras hebreas se designa a la educación, la enseñanza, la iniciación y la consagración, o sea todo lo relacionado con la transmisión que es lo que en verdad es la tradición.
Imagen:
1. Tubalcaín en la leyenda de Hiram, dibujo de Pierre Méjanel.
1. Tubalcaín en la leyenda de Hiram, dibujo de Pierre Méjanel.
Colección Aleteo de Mercurio 10.
La Cábala en el Corazón.
Ateneo del Agartha.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2025.
La Cábala en el Corazón.
Ateneo del Agartha.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2025.
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