lunes, 21 de octubre de 2024

El Teatro en el Renacimiento 2. La Magia en la época Isabelina

La propia soberanía contribuye a difundir y engrandecer la famosa Historia de los Reyes de Britania (1), que narra el viaje de Bruto —descendiente del Eneas troyano— a la mítica isla, dando comienzo al linaje de reyes que culmina con el rey Arturo y se perpetúa hasta el presente, en que la decadencia y el caos se cierne sobre Occidente debido a enconados enfrentamientos ideológicos, que revelan una acentuada rigidez en las propias estructuras culturales. A todo esto, un nutrido grupo de artistas afines a la Corona se sumarán a dicho engrandecimiento; desde poemas como el que Edmund Spenser le dedica a Isabel I, La Reina de las Hadas, donde se refiere a tan extraordinaria ascendencia, hasta libretos teatrales como Cimbelino o El Rey Lear, nombres de reyes predecesores de la saga artúrica que entronca con la actual reina virgen. También el mago John Dee hará su aportación a la causa, encabezando este movimiento amplificador reformista con epicentro en la corte isabelina, que no por ello dejará de ser un nido de intrigas en el que se gestan engaños por doquier que juegan en contra y que ciertos personajes tratan de contrarrestar, como es el caso de Dee, en contacto directo con las principales corrientes gnósticas de las que bebe, a la par que ofrece a sus allegados esa misma posibilidad, que incluye el libre acceso al Conocimiento depositado en su extraordinaria biblioteca, generándose un círculo de personalidades en torno a un único fin, el más elevado y profundo al que se pueda aspirar. Estamos hablando de escritores, actores, músicos, pintores, etc., etc., poetas como Edmund Spenser y Philip Sidney; o Íñigo Jones, célebre arquitecto, escenógrafo y figurinista con inspiradas aportaciones en estos campos, además de popularizar las Mascaradas como género teatral que se representa en la corte. No olvidemos al gran William Shakespeare, cuya obra —a la que no le faltarán detractores— será elogiada desde el principio por sus extraordinarias cualidades:

Así como el griego se hizo famoso y elocuente por Homero, Hesíodo, Eurípides, Esquilo, Sófocles, Píndaro, Focílides y Aristófanes, y el latín por Virgilio, Ovidio, Horacio, Silio, Itálico, Lucano, Lucrecio, Ausonio y Claudiano, del mismo modo el inglés se ha enriquecido poderosamente y se ha adornado con raros atavíos y brillantes prendas por sir Philip Sidney, Spenser, Daniel, Drayton, Warner, Shakespeare, Marlowe y Chapman: Como el alma de Euforbio se consideraba viviendo en Pitágoras, así el alma ingeniosa de Ovidio vive en el melifluo Shakespeare; testigos, su Venus y Adonis, su Lucrecia, sus dulces Sonetos, conocidos de sus amigos íntimos... Y así como se estima a Plauto y a Séneca cual los mejores para la comedia y la tragedia entre los latinos, así Shakespeare, entre los ingleses, es el más excelente en ambos géneros escénicos; para la comedia, testigos, Los dos hidalgos de Verona, sus Equivocaciones, sus Trabajos de amor perdidos, sus Trabajos de amor ganados, su Sueño de una noche de San Juan y su Mercader de Venecia; para la tragedia, sus Ricardo II, Ricardo III, Enrique IV, El rey Juan, Tito Andrónico y Romeo y Julieta. Y como Epio Stolo decía que las musas hablarían en la lengua de Plauto si quisieran hablar latín, así digo yo que las musas hablarían en la bellísima y fluente lengua de Shakespeare si hubiesen de hablar inglés (2).

Ciertamente, no son pocas las personalidades que incitadas por el Fuego del Amor al Conocimiento, abrazan causa tan justa y necesaria como esta de actuar en toques de atención a grande y pequeña escala, hecho mágico que representa la simiente del nuevo mundo.


En ello se vuelca el matemático John Dee, persona de confianza de la reina al que Shakespeare debió conocer; por lo demás, se ocupó de ir más allá y cruzó las aguas atraído por las propias fuentes de sabiduría con las que se nutren los iniciados repartidos por todo el orbe, como es el caso de Giordano Bruno, vinculado como ya vimos en el capítulo dedicado al Teatro de la Memoria, con las corrientes gnósticas y la Magia

que predicó por toda Europa y, en particular, en Inglaterra de 1582 a 1585, los años formativos de Shakespeare. Opino que se siente la influencia de Bruno en Trabajos de Amor perdidos, donde cuatro miembros de una “Academia Francesa” (Bruno vino a Inglaterra con un mensaje político-religioso del rey francés) se reúnen, haciendo eco probablemente de los esfuerzos de la Academia de Poesía y Música de Baïf, que buscaba unir a católicos y hugonotes mediante las influencias hechiceras de la poesía y la música. Por tanto, Shakespeare, o al menos eso creo, sabía de los principales propósitos religiosos de la magia renacentista, incluso en sus primeras obras (3).

(Continuará)

Notas:
1. Escrita en el siglo XII por Geoffrey de Monmouth.
2. William Shakespeare. Obras completas I. “Primer elogio a Shakespeare”. Ed. Aguilar, Madrid, 2003.
3. Frances A. Yates. Las últimas obras de Shakespeare: una nueva interpretación. Fondo de Cultura Económica, México, 2001.

Imágenes:
1. Retrato de William Shakespeare. Colección Cobbe, 1610.
2. Retrato de John Dee, s. XVI. ¿Quién se oculta tras la máscara?

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



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