martes, 6 de agosto de 2024

El Teatro en el Renacimiento. 5. El Teatro de la Memoria

El elenco de autores entregados por entero a efectivizar la Utopía en el panorama esotérico renacentista es muy amplio, y todos utilizan métodos análogos fundamentados en el Arte de la Memoria. Pensamos en la obra de Tomás Moro, con la que se acuña el nombre de un género literario que da significado a lo que tratamos de explicar; asimismo Campanella, al concebir La Ciudad del Sol,

texto basado como el de Moro en la filosofía teúrgica de Marsilio Ficino y heredera también del Picatrix, conocido ampliamente en la Edad Media y donde se describe la mágica ciudad –reparar en que la utopía es consustancial a la ciudad– de Adocentyn construida en Egipto por Hermes Trimegisto: en ella una montaña que era coronada por un templo poseía un faro que iluminaba, de acuerdo a los signos astrológicos, a la construcción radial edificada en círculos concéntricos como el modelo original de la ciudad ideal narrada por Platón en el Critias (1).

Campanella nos presenta la ciudad con una distribución semejante, como si de un grandísimo zigurat se tratase, con siete gradas o niveles circulares amurallados, “nombrados según los siete planetas, y se entra de uno a otro por cuatro calzadas y por cuatro puertas, que miran a los cuatro ángulos del mundo” (2). Además, en la cima del monte hay un gran templo en el medio.

Pero no sólo la disposición es simbólica, también el gobierno:

Existe un príncipe sacerdote llamado Metafísico que acompañado de otros tres príncipes adjuntos ostentan tanto el poder temporal como el espiritual. Las ciencias y las artes se hallan expresadas en un solo libro que se encuentra pintado sobre los muros de la ciudad y que se aprende desde niños como jugando. En ese libro están explicados e ilustrados la totalidad de los conocimientos en todos los ámbitos derivados de las siete artes liberales (3).

Inútil pretender establecer comparaciones con nuestra civilización moderna, su orden y sus métodos de aprendizaje, que lejos de constituir herramientas con las que conocerse uno mismo para optar a la Libertad, es decir, a la conciencia de infinitud en el marco de la existencia humana, tiende más bien a lo contrario, empezando por su enfoque analítico, cuantitativo y tendente a la acción, en detrimento de lo intuitivo, lo cualitativo y la contemplación, amén del sistema competitivo que penaliza a unos y premia a otros en una carrera desenfrenada hacia ninguna parte. O sea, y por decirlo de una vez, que al llegar al mundo se cortan las alas y con ello los altos vuelos. Los deseos de libertad quedan reducidos a pequeñas ambiciones personales que nos parecen lo más y así pasamos a engrosar la lista de asnos que van detrás de la zanahoria ávidos por alcanzarla, sin ser conscientes de que va enganchada en los propios arneses con los que estamos pertrechados al efecto, mientras participamos en el movimiento de la maquinaria del mundo y su productividad, legitimados como hombres y mujeres “de provecho” en una sociedad igualitaria, progresista y democrática. Toda una caricatura de una comunidad tradicional estructurada jerárquicamente según el modelo cósmico, esto es,

un mandala vivo, y por lo tanto un talismán e instrumento mágico que toca a la totalidad de los pobladores que viven allí, es decir al ser humano individual –y a todos los hombres– en su integridad (4).

Y ello, ni más ni menos, es lo que en verdad sería una cultura o la cultura. Nada que ver con lo que considera a día de hoy el personal supuestamente cualificado, que la nombra en vano y sin cesar como el patrimonio intelectual con denominación de origen que debe preservarse, ignorando que se trata de algo más que de un conjunto de saberes, creencias y pautas sociales cuantificables en base a lo sentimental, ideológico, pasional, etc., etc. Volvemos siempre a lo mismo, la degradación de los valores y la indigencia mental tomada como lo mejor... ¡en nombre de la libertad!


(Continuará)

Notas:
1. Federico González Frías. Las utopías Renacentistas, “La Ciudad del Sol”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2016.
2. Tomás Campanella. La Ciudad del Sol. Ed. Zero, Madrid, 1984.
3. Federico González. Las utopías Renacentistas. “La Ciudad del Sol”, op. cit.
4. Ibid.

Imágenes:
1. Esquema volumétrico en forma de zigurat de La Ciudad del Sol, según Campanella.
2. Joos Van Craesbeeck. Las tentaciones de San Antonio, 1650. Galería de Arte del Estado, Karlsruhe.

Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.



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