martes, 7 de octubre de 2025

El libro hebreo de Enoch (1ª parte)

El hombre que lee y estudia, mediante su comprensión agudiza su Inteligencia y ésta se ilumina con el resplandor de la verdad de los textos mágicos y sagrados objeto de sus meditaciones. Por otra parte recrea esos textos y actualiza los elementos que contienen, los hace suyos y de este modo repite una acción ritual, la de estar y pertenecer, vivir, en suma, el eterno presente y haciéndolo vivo dar el alimento espiritual que él mismo ha recogido, uniéndose así a la cadena de los que han interpretado la doctrina metafísica y lo que ésta expresa en sí (1).


En Presencia Viva de la Cábala, Federico González y Mireia Valls explican que el Libro hebreo de Enoch es

un libro pseudo-epigráfico de la mística judía antigua perteneciente a la llamada “literatura de los Palacios” o Merkaba. Su datación es difícil y no hay unanimidad entre todos los investigadores contemporáneos que lo han estudiado (Scholem lo sitúa entre los siglos V-VI de nuestra era, aunque otros autores lo ven anterior, atribuyéndoselo al mítico rabí Ismael del siglo II), pero en cualquier caso su importancia e influencia ha sido enorme, no sólo en la Cábala desde sus orígenes hasta nuestros días, sino también en la literatura del exoterismo judío donde es citado abundantemente (2).

Acerca de la literatura de los Palacios, los autores recogen esta interesante nota de Charles Mopsik perteneciente a su versión francesa de la obra:

Se trata [la literatura de los Palacios] de un conjunto de textos, en hebreo o en arameo, datados entre los siglos IV al VIII, que relatan las visiones del Carro celeste (merkaba), de los cielos, de los ángeles y del Trono divino. La visión del capítulo I de Ezequiel es una de sus fuentes principales de inspiración (3). La literatura de los Palacios debe su nombre a las siete moradas que son el objeto de las ascensiones extáticas y de las visiones místicas. Los tratados, bastante cortos, que forman la esencia de este corpus tienen los siguientes títulos: Hekhalot Zutari (Pequeño Tratado de los Palacios); Hekhalot Rabbati (Gran Tratado de los Palacios); Sar Torah (El Príncipe de la Ley...); Re’uyot Yehezqel (Visiones de Ezequiel); Ma’asseh Merkaba (Escrito del Carro); Merkaba Rabba (Gran Tratado del Carro); Massekhet Hekhalot (Tratado de los Palacios); Chiur Qoma (Medida de la Talla); Seder Rabba di Berechit (Gran Orden del Principio); El libro hebreo de Enoch que es el objeto de la presente traducción y que con frecuencia se denomina Sefer Hekhalot (Libro de los Palacios). Menos convencionalmente, estos títulos están reemplazados por otras apelaciones del género “capítulos de Rabbí Ismael” (4).

Una denominación que en verdad se adecúa muy bien al Libro hebreo de Enoch por cuanto se compone de enseñanzas comunicadas por el legendario rabino —cada uno de los 48 capítulos de la obra comienza con la frase “Rabí Ismael dijo”—, las cuales ha recibido a su vez del ángel Metatron (5).

El contenido nuclear de estos textos antiguos de la tradición cabalística constituye lo que estudiosos como Gershom Scholem han resuelto bautizar como “misticismo de la Merkaba” (6). Por ciertas frases que éste deja ir aquí y allí en sus obras, da la impresión de que tiene algún prejuicio sobre el alcance de la cábala del Carro contraponiéndolo al de la cábala de Bereshit, como si la primera fuese una vía limitada o disminuida con respecto a la segunda y sus aperturas metafísicas. Nos lo sugieren, por ejemplo, estos pasajes de Grandes temas y personalidades de la Cábala:

La contemplación de los místicos de la Merkabah en el primer periodo de la mística judía, proporcionaba la clave, en su opinión, para un entendimiento correcto de los seres celestiales que aparecían en la carroza divina. Esta contemplación también podía realizarse a través de estadios preparatorios que llevaban a los que “descendían a la Merkabah” a percibir la visión y pasar de una cosa a otra sin ponerse en peligro por la audacia de su asalto al mundo superior. Incluso en este estadio, la visión de la Merkabah estaba asociada con la inmunización de los sentidos del místico frente a la absorción de impresiones externas y la concentración por medio de una visión interna. En la cábala, la concepción de las diez sefirot, que revelan la acción de lo divino y abarcan el mundo de la emanación, se sobreimpuso al mundo de la Merkabah. Esta contemplación de temas divinos no termina, según la cábala, donde acababa la visión de los místicos de la Merkabah, sino que es capaz de ascender a mayores alturas, que no son ya objeto de imágenes ni visiones (7).

O este otro de Las grandes tendencias de la mística judía:

Lo cierto es que el sentimiento espontáneo y verdadero del místico de la Merkaba no tiene nada que ver con el conocimiento de la inmanencia divina; el abismo infinito que existe entre el alma y Dios el Rey en Su trono no es franqueado ni aun en la cúspide del éxtasis místico (8).

No queremos extendernos en esta cuestión porque no es nuestro tema, pero sí decir que si se desnuda un texto como el Libro hebreo de Enoch de toda connotación tendente a lo devocional y religioso, lo que emerge es un impactante mandala de cielos, palacios y miríadas de miríadas de ángeles encabezado por el Santo bendito sea que, en su esencia, no es otra cosa que un modelo simbólico análogo al Árbol de la Vida sefirótico y que ofrece al cabalista, como el diagrama de las sefiroth, la posibilidad de acceder a la vivencia de los estados más elevados del Ser Universal —el mundo de Atsiluth en la cábala de Bereshit y las estancias más internas del cielo de Aravot en la cábala de la Merkaba—, e incluso entrever el ámbito incognoscible de En Sof más allá de los “955 firmamentos” (9, 10).


Las enseñanzas que Metatron transmite a Rabí Ismael sobre la organización del mundo celeste y las jerarquías angélicas integran propiamente la última parte del libro, del capítulo 17 en adelante (11). Los capítulos 1 a 3 narran la ascensión extática de Rabí Ismael a través de los cielos, su entrada en los palacios y su encuentro con Metatron; y los capítulos 3 a 16 relatan retrospectivamente la exaltación de Enoch y su transmutación en el Príncipe de la Faz. Y es que Metatron no es distinto de Enoch sino un estado superior de su ser, del mismo modo que los ángeles o la condición angélica en general no son otra cosa que “el paradigma de la condición humana restaurada en su perfección original” (12).

(Continuará)

Notas:
1. Federico González Frías. Diccionario de Símbolos y Temas Misteriosos. Entrada: “Hermenéutica”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2013.
2. Federico González y Mireia Valls. Presencia Viva de la Cábala. “La Cábala de Castilla”. Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2006.
3. Dice el libro de Ezequiel: “El año treinta, el día cinco el cuarto mes, encontrándome yo entre los deportados, a orillas del río Kebar, se abrió el cielo y contemplé visiones divinas. El día cinco del mes —era el año quinto de la deportación del rey Joaquín— la palabra de Yahveh fue dirigida al sacerdote Ezequiel, hijo de Buzí, en el país de los caldeos, a orillas del río Kebar, y allí fue sobre él la mano de Yahveh.
Yo miré: vi un viento huracanado que venía del norte, una gran nube con fuego fulgurante y resplandores en torno, y en el medio como el fulgor del electro, en medio del fuego. Había en el centro como una forma de cuatro seres cuyo aspecto era el siguiente: tenían forma humana. Tenían cada uno cuatro caras, y cuatro alas cada uno. Sus piernas eran rectas y la planta de sus pies era como la planta de la pezuña del buey, y relucían como el fulgor del bronce bruñido. Bajo sus alas había unas manos humanas vueltas hacia las cuatro direcciones, lo mismo que sus caras y sus alas, las de los cuatro. Sus alas estaban unidas una con otra; al andar no se volvían; cada uno marchaba de frente. En cuanto a la forma de sus caras, era una cara de hombre, y los cuatro tenían cara de león a la derecha, los cuatro tenían cara de toro a la izquierda, y los cuatro tenían cara de águila. Sus alas estaban desplegadas hacia lo alto; cada uno tenía dos alas que se tocaban entre sí y otras dos que le cubrían el cuerpo; y cada uno marchaba de frente; donde el espíritu les hacía ir, allí iban, y no se volvían en su marcha. Entre los seres había algo como brasas incandescentes, con aspecto de antorchas, que se movía entre los seres; el fuego despedía un resplandor, y del fuego salían rayos. Y los seres iban y venían con el aspecto del relámpago.
Miré entonces a los seres y vi que había una rueda en el suelo, al lado de los seres de cuatro caras. El aspecto de las ruedas y su estructura era como el destello del crisólito. Tenían las cuatro la misma forma y parecían dispuestas como si una rueda estuviese dentro de la otra. En su marcha avanzaban en las cuatro direcciones; no se volvían en su marcha. Su circunferencia tenía gran altura, era imponente, y la circunferencia de las cuatro estaba llena de destellos todo alrededor. Cuando los seres avanzaban, avanzaban las ruedas junto a ellos, y cuando los seres se elevaban del suelo, se elevaban las ruedas. Donde el espíritu les hacía ir, allí iban, y las ruedas se elevaban juntamente con ellos, porque el espíritu del ser estaba en las ruedas. Cuando avanzaban ellos, avanzaban ellas, cuando ellos se paraban, se paraban ellas, y cuando ellos se elevaban del suelo, las ruedas se elevaban juntamente con ellos, porque el espíritu del ser estaba en las ruedas. Sobre las cabezas del ser había una forma de bóveda resplandeciente como el cristal, extendida por encima de sus cabezas, y bajo la bóveda sus alas estaban rectas, una paralela a la otra; cada uno tenía dos que le cubrían el cuerpo.
Y oí el ruido de sus alas, como un ruido de muchas aguas, como la voz de Sadday; cuando marchaban, era un ruido atronador, como ruido de batalla; cuando se paraban, replegaban sus alas. Y se produjo un ruido.
Por encima de la bóveda que estaba sobre sus cabezas, había algo como una piedra de zafiro en forma de trono, y sobre esta forma de trono, por encima, en lo más alto, una figura de apariencia humana. Vi luego como el fulgor del electro, algo como un fuego que formaba una envoltura, todo alrededor, desde lo que parecía ser sus caderas para arriba; y desde lo que parecía ser sus caderas para abajo, vi algo como fuego que producía un resplandor en torno, con el aspecto del arco iris que aparece en las nubes los días de lluvia: tal era el aspecto de este resplandor, todo en torno. Era algo como la forma de la gloria de Yahveh. A su vista caí rostro en tierra y oí una voz que hablaba”. Biblia de Jerusalén. Ez 1. Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao, 1990.
4. Federico González y Mireia Valls. Presencia Viva de la Cábala. “La Cábala de Castilla”, op. cit. Este texto es una cita extraída de Le Livre hébreu d’Hénoch ou Livre des Palais, de Charles Mopsik. Ed. Verdier, Lagrasse, 1989.
5. En torno a esta alta entidad angélica, sugerimos la lectura de los acápites “Mitología Cabalística” y “Metatron” de la Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha, de Federico González y cols. Revista SYMBOLOS no 25-26. Barcelona, 2003. https://www.introduccionalsimbolismo.com
6. Scholem usa esta denominación como sinónimo de ma’aseh Merkabah aunque en rigor su traducción es “acto”, “obra” o “hecho” de la Merkaba. El autor explica que en la Mishnah se alude con dicho nombre al primer capítulo del libro de Ezequiel y que el rabinato acabó empleándolo para referirse al conjunto de la literatura del Carro y los Palacios (ver referencia en la siguiente nota).
7. Gershom Scholem. Grandes temas y personalidades de la Cábala. Ed. Riopiedras, Barcelona, 1994.
8. Gershom Scholem. Las grandes tendencias de la mística judía. Ed. Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1996.
9. Ver el capítulo 48 del Libro hebreo de Enoch. Mopsik cita en nota que “el número 955 proviene del valor numérico de la suma de las letras de la palabra ha-chamayim (‘el cielo’), ya que la mem final se cuenta como valiendo 600”. Este ámbito es, pues, el “cielo de los cielos” o el cielo más allá de los cielos, “el lugar de retiro de Dios y de su misterio impenetrable”. Charles Mopsik. Le Livre hébreu d’Hénoch ou Livre des Palais. Ed. Verdier, Lagrasse, 1989.
10. Dicho lo cual, no cabe duda de que la síntesis que la cábala ha prohijado entrecruzándose con el pitagorismo y el neoplatonismo —o sea, el hermetismo— en forma de un árbol geométrico de 10 esferas que sintetiza toda la cosmogonía es una verdadera bendición para quienes hemos nacido en Occidente.
11. Seguiremos en este trabajo la citada versión de Mopsik del Libro hebreo de Enoch, la cual se basa en el manuscrito hebreo de la obra que se encuentra depositado en la Biblioteca Apostólica del Vaticano. El autor lo coteja en ocasiones con otros manuscritos de la Biblioteca Bodleiana de Oxford, la Staatsbibliotek de Múnich y la Biblioteca Casanatense de Roma, de los que incluye algunos capítulos como apéndices.
12. Ibid. La adquisición de la condición angélica supone la conquista de un “cuerpo de luz” para el alma, de un “medio ‘plástico’ (por decirlo de alguna manera) que nos lleva al Ser”, y equivale a consumar, ya sea en vida o post mortem, el conocimiento del Sí con mayúsculas por la efectivización de la iniciación en los misterios. “Un Ángel es la realidad esencial de cualquier ser, o sea, su ‘siendo’ en su grado más elevado. ‘Tu Señor Divino y personal, es tu Ángel por el que Dios te habla de boca a oído’; es también el nombre propio y el ‘aroma’, la ‘melodía’ personal”. Citas de Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. “El alma” y “Angeología I”, op. cit.

Imagen:
1. Enoch (a la izquierda) y Elías (a la derecha). Detalle de un retablo de un icono del siglo XVII. Museo histórico de Sanok, Polonia.
2. Jerarquía angelical en torno a la linterna de la cúpula del baptisterio de San Juan, Florencia.

Colección Aleteo de Mercurio 10.
La Cábala en el Corazón.
Ateneo del Agartha.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2025.



No hay comentarios:

Publicar un comentario