miércoles, 5 de noviembre de 2025

El libro hebreo de Enoch (3ª parte)

La exaltación de Enoch

Enoch sube a los cielos en un carro de fuego junto a la Shekinah por voluntad del Santo bendito sea (1) y obra del príncipe Anaphiel YHVH, entidad angélica a la que el Altísimo encarga su custodia. Asciende hasta el cielo de Aravot, la esfera superior, “sobre las alas de un viento de la Shekinah” y penetra en los siete palacios concéntricos en cuyo recinto interior se alza “el Trono de gloria de la Shekinah y su Carro” envuelto por las jerarquías angélicas (2). Allí, el Santo bendito sea le abre los “300.000 portales del discernimiento” así como los de la prudencia, la vida, la paz, la Shekinah, la valentía y la potencia, la fuerza, la gracia y la bondad, el amor, la Torah, las riquezas, la compasión, la humildad y el temor del cielo, le duplica tales dones y lo gratifica además con “1.365.000 bendiciones” de su mano (3). Metatron continúa su relato a Rabí Ismael:

Fui ampliado y alargado con la medida del ancho y el alto del mundo. Él [el Santo bendito sea] hizo poner sobre mí 72 alas, 36 alas a un costado y otras tantas al otro, y cada ala era como la plenitud del mundo. Fijó en mí 365.000 ojos, y cada ojo era como la gran luminaria. No dejó especie alguna de brillo, de esplendor, de prestancia, de belleza, de excelencia, de luces que pueda haber en el mundo sin fijar en mí (4).

El Santo bendito sea también le hace entrega de un sitial semejante al Trono de gloria de la Merkaba y dispone que Enoch-Metatron lo ocupe en el umbral del séptimo palacio, desde donde tendrá autoridad como príncipe sobre todos los ángeles del reino divino “a excepción de ocho grandes príncipes gloriosos y terribles llamados YHVH por el nombre de su Rey” (5). Después, el Altísimo le revela “todos los secretos de la Torah, todos los misterios de la sabiduría, todas las profundidades de la perfección y todos los pensamientos de los corazones de las criaturas”, así como todos los enigmas del mundo y todas “las disposiciones del Comienzo” (6); y tras recubrirlo con un vestido resplandeciente y un manto de gloria, le moldea “una corona real en la que engasta 49 piedras (7) tan luminosas como la luz del disco solar, cuyo brillo se expande por los cuatro vientos de Aravot, los siete firmamentos y los cuatro puntos cardinales”. Y sigue Metatron:

Él la depositó sobre mi cabeza y me denominó El pequeño YHVH en presencia de toda su familia de las alturas, como se ha dicho: “Mi nombre está en él” (Ex 23, 21) (8).

Luego el Santo bendito escribe “con su dedo como una pluma de fuego”, sobre la corona ceñida en su cabeza,

las letras por las cuales han sido creados el cielo y la tierra,
las letras por las cuales han sido creados los mares y los ríos,
las letras por las cuales han sido creadas las montañas y las colinas,
las letras por las cuales han sido creadas las estrellas y las constelaciones, los relámpagos, los vientos, los truenos, los sonidos del rayo, la nieve, el granizo, el huracán y la tempestad;
las letras por las cuales han sido creadas todas las cosas necesarias al mundo, todas las disposiciones del principio sin excepción
(9).
Cada letra nace, golpe sobre golpe, como una aparición de rayo, golpe sobre golpe como una aparición de llama de fuego, golpe sobre golpe como una aparición de la salida del sol, de la luna y de las estrellas (10).

La majestuosidad de Enoch-Metatron llega a ser tal que los “príncipes que conducen el mundo” se estremecen y caen de bruces aterrorizados ante su visión (11). Metatron explica a Rabí Ismael quiénes son estos regentes y cuál es su función:

Gabriel, el ángel del fuego;
Baradiel, el ángel del granizo;
Rouhiel, que se encarga del viento; (12).


Baraquiel, que se encarga de los relámpagos;
Zaamiel, que se encarga del torbellino;
Ziquiel, que se encarga de los cometas;
Zi’iel, que se encarga de los fríos escalofriantes;
Zaaphiel, que se encarga del huracán;
Raamiel, que se encarga del trueno;
Raachiel, que se encarga del terremoto;
Chalgiel, que se encarga de las nieves;
Matariel, que se encarga de la lluvia;
Chamachiel, que se encarga del día;
Liliael, que se encarga de la noche;
Galgaliel, que se encarga del disco solar;
Ophaniel, que se encarga de los ciclos de la luna;
Kokhaviel, que se encarga de las estrellas;
Rahatiel, que se encarga de las constelaciones (13).

La transmutación de Enoch en Metatron culmina con una angelomorfosis (14) que el Príncipe de la Faz narra de esta manera:

Desde que el Santo bendito sea me tomó a su cargo para servir al Trono de gloria, las ruedas del Carro y todos los deseos de la Shekinah, mi carne se transformó en llamas. Mis nervios en fuego abrasador. Mis huesos en brasas de retama. La luz de mis párpados en el esplendor de los relámpagos. Las órbitas de mis ojos en antorchas de fuego. Los cabellos de mi cabeza en llamas chispeantes. Todos mis miembros en alas de fuego ardiente. La masa de mi cuerpo en fuego resplandeciente. A mi diestra, aquellos que esculpen las llamas de fuego. A mi izquierda, una antorcha que arde. En torno a mí eclosionaba el viento de tempestad y la tormenta, y ante mí y detrás de mí, el estruendo de temblores de tierra continuos (15).

De modo que Metatron alcanza una gloria sin parangón en las alturas, si bien el relato de su entronización termina de una manera paradójica. Leemos en el capítulo 16 del Libro hebreo de Enoch:

Rabí Ismael dijo: el ángel Metatron, el Príncipe de la Faz, brillo del cielo más alto, me dijo:
Al principio, yo estaba sentado sobre un gran trono en el umbral del séptimo palacio y yo juzgaba a todos los hijos de las alturas, el linaje del Lugar, por la autoridad del Santo bendito sea. Yo distribuía grandeza y realeza, rango y dominación, esplendor y alabanza, diadema, corona y gloria a todos los príncipes de los reinos cuando ocupaba un escaño en la corte de lo alto. Los príncipes de los reinos permanecían junto a mí, a mi derecha y a mi izquierda, por la autoridad del Santo bendito sea. Cuando
Aher (16) vino para contemplar la visión del Carro y puso sus ojos sobre mí, fue presa del miedo y tembló en mi presencia. Su alma se apresuraba frenéticamente para apartarlo de mí, a causa del temor, el terror y la veneración que yo le inspiraba. Cuando me vio sentado sobre un trono como un rey, a los ángeles oficiantes de pie a mis costados como servidores y a todos los príncipes de los reinos ceñidos con coronas a mi alrededor, abrió la boca y dijo: “Sí, hay dos poderes en el cielo”. Al momento, un Eco de la Voz surgió de delante de la Shekinah diciendo “Volved, hijos apóstatas” (Jer 3, 22), con la excepción de Aher (17). En este instante apareció Anaphiel YHVH, el príncipe glorificado, reverenciado, querido, alucinante, terrorífico, venerado, con una misión del Santo bendito sea y me golpeó con sesenta látigos de fuego. Luego me hizo poner en pie (18).

Sobre el “destronamiento” de Metatron ejecutado por su ángel custodio han corrido ríos de tinta en el judaísmo y en la academia. Hay autores que consideran que se trata de una interpolación posterior a la redacción original del manuscrito del Libro hebreo de Enoch que tiende a rebajar el rango de Metatron —rango problemático, como hemos visto, para los ángeles pero también para un sector no menor del rabinato— al de un ‘ángel de a pie’. Pero en los capítulos sucesivos, Metatron vuelve a aparecer como Príncipe de la Faz y guía de Rabí Ismael en su visita a las aulas más altas del cosmos (19); y si ello es así es porque la intervención de Anaphiel YHVH no tiene por objeto quitar los galones a Metatron sino algo mucho más elevado: expresar simbólicamente con ese gesto que la deidad es Una y única, y que Metatron y los demás ángeles no son más que aspectos polarizados de ésta como lo son también los dioses de los panteones de las diversas tradiciones del mundo. Lo que los látigos de fuego de Anaphiel YHVH golpean es el espejo de nuestra mente en el que aparece una imagen dual e ilusoria de la Unidad.

(Continuará)

Notas:
1. Como anteriormente los ángeles rebeldes Uza, Aza y Azael, “los vivientes sagrados, los ofanim, los serafines, los querubines, las ruedas del carro y los oficiantes de fuego devorador”, al percibir el olor de Enoch “a una distancia de 365.000 parasanges”, objetan la voluntad del Santo bendito sea: “¿Qué es este olor del hijo de una mujer? ¿Y qué es el sabor de una gota blanca para subir a las alturas celestes y ponerse a servir en medio de aquellos que esculpen la llama?”. El Santo bendito sea les responde: “Oficiales, ejércitos, querubines, ofanim, serafines míos, que esto no os enoje porque todos los hijos de hombre han renegado de mí y de mi gran reino, se han marchado y han adorado a los ídolos. Por eso he retirado a mi Shekinah de entre ellos y la he hecho subir a las alturas. En cuanto a aquél que he elevado en medio de ellos, es el más precioso de todos, pesa tanto como todos vosotros en fidelidad, justicia y acción virtuosa. Este que yo he tomado es la retribución de todas mis penas en los cielos”. Charles Mopsik. Le Livre hébreu d’Hénoch ou Livre des Palais. Cap. 6, vv. 2-3, ibid.
2. Charles Mopsik. Le Livre hébreu d’Hénoch ou Livre des Palais. Cap. 7, v. 1, ibid.
3. Charles Mopsik. Le Livre hébreu d’Hénoch ou Livre des Palais. Cap. 8, vv. 1-2 y cap. 9, vv. 1-2, ibid. En el Libro hebreo de Enoch aparecen muchas magnitudes simbólicas como esta de las 1.365.000 bendiciones cuyo significado no es siempre claro. Ocurre además que los valores numéricos varían de un manuscrito de la obra a otro.
4. Charles Mopsik. Le Livre hébreu d’Hénoch ou Livre des Palais. Cap. 9, vv. 3-5, ibid. Los módulos de 36, 72 (doble de 36) y 365 simbolizan que Enoch-Metatron adquiere unas dimensiones de alcance cósmico, por lo que toda la manifestación está penetrada de su presencia.
5. Charles Mopsik. Le Livre hébreu d’Hénoch ou Livre des Palais. Cap. 10, v. 3, ibid. Anaphiel YHVH es uno de ellos.
6. Charles Mopsik. Le Livre hébreu d’Hénoch ou Livre des Palais. Cap. 11, v. 1, ibid. Mopsik anota que las “disposiciones del Comienzo” son “las estructuras de la Naturaleza establecidas después de la Creación o cosmogonía primera”. Ibid, nota 3 al capítulo 11.
7. El número 49, que es igual a 7x7, evoca “las siete semanas de años” tras las que se declaraba el jubileo en Israel, el año de la libertad en que todos sus habitantes recuperaban sus tierras y regresaban con su familia quedando eximidos de las labores agrícolas (ver Lv 25, 8-22). El jubileo es un símbolo de los instantes de enderezamiento del ciclo descendente de la humanidad, en los que la caída se detiene transitoriamente.
8. Charles Mopsik. Le Livre hébreu d’Hénoch ou Livre des Palais. Cap. 12, vv. 1-5, ibid.
9. Ver nota VI de este mismo acápite.
10. Charles Mopsik. Le Livre hébreu d’Hénoch ou Livre des Palais. Cap. 13, vv. 1-2. Fragmento citado en Federico González y Mireia Valls. Presencia Viva de la Cábala, ibid.
11. La convulsión alcanza a todas las jerarquías angélicas del cosmos. Metatron dice que incluso Samael, “príncipe de los acusadores que es más grande que todos los príncipes de los reinos que están en las alturas, me temió y se estremeció ante mí”. Charles Mopsik. Le Livre hébreu d’Hénoch ou Livre des Palais. Cap. 14, v. 2, ibid. Esta precedencia de Samael se debe a que es un aspecto invertido de Metatron. Ver Federico González y cols. Introducción a la Ciencia Sagrada. Programa Agartha. “Metatron”, ibid.
12. Charles Mopsik. Le Livre hébreu d’Hénoch ou Livre des Palais. Cap. 14, v. 4, ibid.
13. Ibid.
14. Es el término con el que Mopsik designa a la apoteosis de la transmutación de Enoch.
15. Charles Mopsik. Le Livre hébreu d’Hénoch ou Livre des Palais. Cap. 15, vv. 1-2, ibid.
16. Aher significa “el Otro” y es el sobrenombre con el que la tradición hebrea conoce a Elisha ben Abuyah, rabino nacido en Palestina en la segunda mitad del siglo I d. C. La Haguigá dice es uno de los cuatro rabís que lograron entrar en el Paraíso, y cuenta: “Cuatro sabios entraron al paraíso: Ben ‘Azzai, Ben Zoma, Aher y Akiba. Ben ‘Azzai miró y murió; Ben Zoma se volvió loco; Aher destruyó las plantas; sólo Akiba salió ileso”. Cita de la edición online de la Jewish Enciclopedia de 1906. Al margen de las interpretaciones en un sentido u otro que este acto mítico de Aher ha suscitado en la literatura rabínica, ejecutar la destrucción de las plantas del jardín del Paraíso significa, desde el punto de vista simbólico, colaborar activamente en la abolición de la Edad de Oro autoexiliándose de ella, algo que más adelante impedirá que Aher regrese a la compañía del Altísimo. Como ya hemos dicho más arriba, Rabí Akiba es uno de los tanaim a los que se atribuyen las obras de la literatura de los Palacios.
17. Ver nota anterior en este mismo acápite.
18. Charles Mopsik. Le Livre hébreu d’Hénoch ou Livre des Palais. Cap. 16, vv. 1-5, ibid.
19. Ciertamente, de aquí en adelante se opera un cambio en la función de Metatron, quien pasa de ser un vigilante y administrador de la justicia divina en el umbral del séptimo palacio a un psicopompo, oficio en el que lo vamos a ver acceder libremente con Rabí Ismael a todos los niveles de la Merkaba, incluso a la visión de la Mano de Dios. Dicho esto, no nos parece acertado el comentario de Mopsik de que esta “modificación sobrevenida en la organización del mundo angélico a raíz de las ascensiones extáticas de los místicos de la Merkaba” pueda tener un propósito utilitario como evitar a éstos “que en lo sucesivo se equivoquen como en el caso del maestro precitado [Aher]”. Charles Mopsik. Le Livre hébreu d’Hénoch ou Livre des Palais. Cap. 16, nota 9, ibid.

Imagen:
1. El arcángel Gabriel. Icono del siglo XIII. Monasterio de Santa Catalina, Egipto.

Colección Aleteo de Mercurio 10.
La Cábala en el Corazón.
Ateneo del Agartha.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2025.