sábado, 20 de septiembre de 2025

La Cábala y el Agartha (7ª parte)

7. Luz o el Agartha en la tradición judía



En el Valle del Rey, cerca de Jerusalén, se produjo el misterioso encuentro de Melquisedec, el representante de la Tradición Primordial con Abraham. El sacerdote del Dios Altísimo (El Elion) y rey de Salem presentó pan y vino y bendijo al representante de la tradición judía. Muchos siglos después, Jesús, también llamado Emmanuel, es decir “Dios en mí o conmigo”, igualmente reparte pan y vino. El Elion y Emmanuel son palabras equivalentes; ambas tiene el mismo valor numérico, 197. Melquisedec y Emmanuel (1) son, pues, sacerdotes de la más alta instancia del Ser, representantes del Agartha y transmisores de esa influencia espiritual que se recibe en la caverna del corazón, leb en hebreo, palabra cuyo valor numérico es 32, o sea el de las 10 sefiroth y las 22 letras del alfabeto hebreo, número que es también el de los 22 senderos que unen las 10 esferas. El inmenso despliegue universal se concentra en el diagrama del Árbol de la Vida, con el que se desciende bajo tierra hasta el Centro de la Idea, oculta en el corazón del mundo, allí donde finalmente se desvelan los secretos contenidos en las cuatro letras del Tetragramaton. La palabra no está perdida, pero sí muy escondida.

(Fin)

Notas:
1. De Melquisedeq se dice: “Sin padre, sin madre, sin genealogía, sin principio de sus días ni fin de su vida, asemejándose en eso al Hijo de Dios, será para siempre sacerdote” (Heb VII, 1-3). La palabra Emmanuel se puede ver como Em= conmigo o en mí; Manu= el legislador primordial y universal; El= Dios.

Imagen:
1. Peter Paul Rubens. El encuentro de Abraham y Melquisedec. Óleo sobre tabla, ca. 1626. Museum of Fine Arts, Houston.

Colección Aleteo de Mercurio 10.
La Cábala en el Corazón.
Ateneo del Agartha.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2025.



viernes, 5 de septiembre de 2025

La Cábala y el Agartha (6ª parte)

6. Luz o el Agartha en la tradición judía

Los mitos, las leyendas y relatos precedentes se han ido trenzando revelando la presencia perenne del Centro del Mundo, Agartha o Luz, aún y su carácter muy oculto en la actualidad. No ha sido tanto el intento de localizarlo geográficamente lo que nos ha impelido a referirnos a él, aunque bien es cierto que han habido y quizás haya todavía lugares que simbolizan el punto de acceso directo al Agartha, sino que es el hallazgo intelectual el que interesa por encima de todo, o sea, reconocer que donde en verdad se aloja es en el interior de uno mismo. Hecho el descubrimiento, algunos pocos sentirán la imperiosa necesidad de llamar a su puerta.

¿Quién la abre? Si respondemos que es uno mismo quien llama y quien abre, ¿se com- prenderá en toda su extensión lo que esto significa sin caer en simplificaciones o en confusiones que tienden a rebajarlo todo a medidas autoimpuestas por el ego?

“¿Quién?” (¿Mi? en hebreo) es la más alta instancia del Ser, el auténtico Sí Mismo, la esencia una y única, indivisible, indestructible, invisible y en verdad incomprensible que reside en el centro de todo ser, en el Centro del Mundo. El habitante del Agartha que ha traspasado el umbral se entrega desde el primer momento a la conquista de ese núcleo, lo que conlleva una intensa preparación doctrinal; pero no nos estamos refiriendo al adoctrinamiento tal como se entiende hoy en día esta palabra, que le aniquila a uno la conciencia y lo convierte en un obediente de vaya usted a saber qué de mentiras, desviaciones, inversiones y ataduras, sino la recepción del alimento intelectual-espiritual que va liberando el alma de sus prisiones y la devuelve a su estado virginal: el de un libro abierto donde va escribiendo el Espíritu. Es una permanente asimilación de la Ciencia Sagrada en la soledad del estudio, apoyándose en la lectura de los textos sagrados y de los integrantes de la cadena áurea, en la práctica meditativa firmemente fundamentada en la respiración y en diferentes códigos simbólicos, tal el del Árbol de la Vida de la Cábala. De modo análogo, así relata Saint-Yves las dedicaciones de los habitantes del Agartha.

Aparte de lo que acabamos de ver, experiencias de todo tipo enseñan al alma a conocerse a sí misma, y a fortalecerse en toda la extensión de su substancia y de su divino Reino, mediante la Ciencia que lleva a la Sabiduría, mediante la Voluntad que proporciona la Virtud, mediante la Oración y la Unión íntima con Dios y todas sus Potencias que abren a quien les parece bien las puertas sucesivas de los Cielos y de sus Misterios angélicos.
El inefable Agente, el elemento sagrado que sirve de Carro al Eterno y a sus divinas Facultades, se llama Éter en todas nuestras lenguas, y
Akasha en sánscrito (1).


Para el cabalista, el Avir Qadmon es el Éter Primordial que se inspira y se devuelve en cada respiración. Cuando el iniciado se entrega a la meditación, se centra en el aspir y el expir por el que circula ese quinto elemento que tiene el inmenso poder de ir abriendo las puertas simbolizadas por cada una de las sefiroth del Árbol de la Vida. Son 10 puertas de luz, como decía Chiquitilla en el libro que escribió con ese mismo título Puertas de Luz. Son palabras que se cantan a modo de mantras, sin más intención que identificarse con su nombre-número. Se empieza por abajo, el Reino, el receptáculo de la Shekinah, la inmanencia divina que aspira ser devuelta a su fuente original, a la Corona suprema, Kether, esfera en la que refulge el Nombre impronunciable que contiene los misterios de los cuatro mundos sintetizados en sus cuatro letras. E inmediatamente, se recorre el camino inverso, descendente, que derrama toda la potencia del Uno-Kether hacia abajo conformando la jerarquía de los mundos, desde Atsiluth hasta Asiyah, pasando por Beriyah y Yetsirah. Aunque también se puede comenzar por arriba, bajar y subir, pero todo ello en un acto de concentración máxima, sin pretender nada más que la identificación con lo nombrado. Dentro del nombre-número de cada sefirah hay una profundidad insondable, el mismo Misterio revelándose a través de cada una de sus cualidades. Y cada atributo, que tiene una función específica, hila en su interior un tejido de analogías entre su nombre y el de su ángel o el de otros mensajeros, y con el de un planeta y un metal, un color y una figura, de manera que por ejemplo Malkhuth que es el Reino y la residencia de la divina inmanencia, la Shekinah, se relaciona directamente con el nombre Adonai, y éste con Berakah (Bendición) y también con Bar que es pozo en hebreo, puesto que es “un pozo de aguas vivas”, además de con Even o sea “piedra” y más particularmente con la “piedra de zafiro”, color que sintetiza a todos los efluvios celestes que coagulan en la Tierra, sefirah 10, la concreción material que abre su puerta a las sefiroth superiores, cuyas relaciones y correspondencias el cabalista explora, descubre y profundiza a fuerza de reiterar en el estudio y la invocación silenciosa, tal cual lo que realiza el habitante del Agartha:

Y en las horas solemnes de la oración, durante la celebración de los Misterios cósmicos, pese a que los hierogramas sagrados son murmurados con voz tenue bajo la inmensa cúpula subterránea, acontece en la superficie de la tierra y en los cielos un extraño fenómeno acústico.
Los viajeros y las caravanas que vagan a lo lejos, bajo la luz de la claridad de las estrellas, se detienen, y hombres y animales escuchan con ansiedad. Tienen la sensación de que la propia Tierra abre los labios para cantar. Y una inmensa armonía sin causa visible, flota efectivamente en el Espacio.
Se expande en espirales crecientes, conmueve suavemente con sus ondas la Atmósfera, y sube para desaparecer en los Cielos, como si fuera en pos de lo Inefable
(2).

(Continuará)

Notas:
1. Saint-Yves d’Alveydre. La misión de la India en Europa. Luis Cárcamo editor, Madrid, 1988.
2. Ibid.

Imagen:
1. Árbol de la Vida sefirótico, 1606. Boldeian Library, Oxford.

Colección Aleteo de Mercurio 10.
La Cábala en el Corazón.
Ateneo del Agartha.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2025.