(Viene del capítulo anterior, donde se habla de la obra teatral Hamlet, el príncipe de Dinamarca, de William Shakespeare. En dicho capítulo, su protagonista enumera facetas perversas en todos los personajes que le circundan reconociéndolas en sí mismo).
Mal que le pese al género masculino, se ha de admitir que no anda errado con estas confesiones a su contraparte femenina personificada en la bella Ofelia, hecha a imagen y semejanza de las dos Venus: la uránica o celestial, —equivalente a la Sabiduría que se refleja en la Inteligencia y da lugar al Conocimiento como medio de proyección que se concreta en el mundo formal—, y la ctónica e infernal, a la que a continuación se referirá Hamlet con rotundidad, exponiendo aquellos aspectos invertidos en que se manifiesta la diosa del amor, acerca de lo cual existen abundantes referencias, como es el caso de Lilith en las mitologías mesopotámica y hebrea. Discurso insultante para una multitud en la vorágine de la confusión reinante, que es lo que precisamente encarna esta entidad sedienta de sangre.
La Naturaleza os dio una cara, y vosotras os fabricáis otra distinta. Andáis dando saltitos, os contoneáis, habláis ceceando, y motejáis a todo ser viviente, haciendo pasar vuestra liviandad por candidez (1).
El rigor con que denuncia la perfidia en el mal llamado sexo débil, quizá pueda ser tildado de ofensivo y discriminatorio de acuerdo a determinados prejuicios que enmarcan nuestra mentalidad actual. Cierto es que la obra está escrita en una época en que a la mujer se le complicarán cada vez más las cosas, con no pocas dificultades para acceder al conocimiento y casi nulas posibilidades de llevar una vida medianamente digna, puesto que en general se las ningunea, pero ello no quita para tener en cuenta la existencia de excepciones muy notables e influyentes a la hora de abrir nuevos espacios mentales, que no sólo no participan del embotamiento general, sino que, reconociendo una vinculación invisible con el origen, más allá de la individualidad, afrontan la igualdad por lo más alto, sin distinción de sexo. En este sentido, cabe considerar la afinada inteligencia que distingue a las féminas en las obras de Shakespeare, tal el caso de Porcia en El Mercader de Venecia, una encantadora representación de la Sabiduría, mientras que su reverso tenebroso sería Lady Macbeth.
(Continuará)
Notas:
1. William Shakespeare. Obras completas I. “Hamlet, Príncipe de Dinamarca”, Ed. Aguilar, Madrid, 2003.
1. William Shakespeare. Obras completas I. “Hamlet, Príncipe de Dinamarca”, Ed. Aguilar, Madrid, 2003.
Imágenes:
1. Johann Heinrich Füssli. ‘Falstaff descubierto en la cesta de la ropa’, inspirado en la obra Las alegres comadres de Windsor, 1792.
2. Edward Alcock. Portia y Shylock. El Mercader de Venecia, IV, I, 1778.
3. Ellen Terry como Lady Macbeth, 1889.
1. Johann Heinrich Füssli. ‘Falstaff descubierto en la cesta de la ropa’, inspirado en la obra Las alegres comadres de Windsor, 1792.
2. Edward Alcock. Portia y Shylock. El Mercader de Venecia, IV, I, 1778.
3. Ellen Terry como Lady Macbeth, 1889.
Colección Aleteo de Mercurio 8.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.
Teatro Sagrado. El juego mágico de la memoria o el arte de percibir la teatralidad de la vida.
Carlos Alcolea.
Ed. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2021.